Secciones
Servicios
Destacamos
M. F. ANTUÑA
Domingo, 18 de septiembre 2022, 13:36
Vivieron tiempos dorados. No solo porque el cine convirtiera las cajas de cerillas en la prueba hallada en la chaqueta del cadáver que habría de conducir inexorablemente al lugar del crimen y al asesino, no solo porque Humphrey Bogart encendiera con ellas el pitillo de Lauren Bacall en los tiempos en los que el tabaco era un elemento consustancial al cine, sino también porque los fósforos mejoraron la vida de las familias con su facilidad y rapidez para aportar fuego en la cocina y porque con el tiempo se convirtieron en soporte publicitario de todo tipo de negocios. Son sus cajitas un viaje al pasado que se realiza desde muy diversos ángulos, son pequeños y hermosos recuerdos del ayer que aún están presentes en muchas casas.
Por eso, por su valor para contarnos a nosotros mismos, también las carteritas de fósforos tienen hueco en los museos. Al del Pueblo de Asturias acaba de llegar almacenada en cajas de camisas una colección de casi 3.000 piezas que durante la niñez y adolescencia fue haciendo crecer Jorge Villadangos Rodil (1954). No fueron muchos los años en los que se afanó este coleccionista en el empeño, pero sí se tomó la molestia de conservarlas en buen estado, primero en la casa de sus padres y luego en la suya. Hoy, el museo es su lugar y allí esperan a ser catalogadas para pasar a los almacenes. «Yo tenía 12 o 13 años cuando empecé, había más chavales que también coleccionaban y hasta nos las intercambiábamos como se hacía con los cromos», relata. Eran tan comunes en los negocios que era fácil hacerse con una en cualquier bar o cualquier comercio, pero es que además sus padres y los amigos de sus padres contribuían encantados a hacer grande aquella colección, que incluso incluía algunas piezas llegadas de fuera de España. Pero a medida que el chaval se hizo adulto llegó a su fin. O casi. Hasta los 17 años hacía fichas con cada una de ellas, luego se amontonaban las carteritas sin más. «Me alegré mucho cuando Juaco [López, director del Muséu del Pueblu d'Asturies] me dijo que las quería, porque era la manera de que siguieran viviendo, sé que si no iban a acabar en la basura», afirma el donante.
Y sería una pena que se perdiera esa crónica de un tiempo en cajitas de fósforos que tiene hasta nombre, filumenismo o filumenia -amor a la luz-, porque este coleccionismo es muy común e incluso sigue hoy vigente en todas partes del mundo, por mucho que en España desde el año 2005 ni siquiera se fabriquen cerillas. Las que hay en los supermercados y siguen siendo útiles para prender fuego llegan del extranjero. «Lo primero que hay que tener en cuenta es que ya son objetos desaparecidos, ya no se fabrican, están totalmente extinguidos, pero nos resulta familiar poque hace veinte años se usaban», explica Juaco López mientras revisa esas carteritas con su rascador en las que se observa la evolución del diseño gráfico y la vida misma.
Porque durante años fue un soporte publicitario de primer nivel, tanto que incluso algunas de esas carteritas invitan a los negocios a usarlas para publicitarse. «Dígalo con fósforos», se imprime en una de ellas. También podían ser, sin ir más lejos, un vale de descuento para la Feria de Muestras de Asturias. «Presentando esta carterita en el stand de la Feria te descontamos 30 pesetas», está escrito en una de las de esta colección, que revela cómo fueron utilizadas en muchísimas ocasiones para lanzar mensajes de prevención de riesgos laborales. «¡No!», rezaba una carterita de Hunosa en la parte delantera, y en la trasera: «No me metas en la mina». La razón, evitar que alguien tuviera la tentación de llevarse los cigarrillos a la galería.
La colección que ahora se añade a los fondos del museo gijonés -que ya contaba con otra más pequeña- comienza a finales de los años sesenta y llega hasta 1982. Fueron los 60 y 70 tiempos de boom. No había negocio, empresa o entidad cultural o deportiva que no encargara sus carteritas de cerillas.
Y de forma paralela a esa manera de publicitarse, de estar y dejarse ver en bolsos y bolsillos, llegó el éxito del coleccionismo. La razón es fácil de entender: era una afición barata. Esas cajitas se regalaban y estaban en todas partes. Por eso los adolescentes como Jorge se afanaban en hacerse con ellas, como sucedía también con posavasos y servilletas de diferentes establecimientos.
Pero es que con los fósforos, que comenzaron a fabricarse en España en la década de los años treinta del siglo XIX -y de los que hubo fábricas en Asturias- llegagan a todos los ámbitos. Alsa, Uninsa, Hidroeléctrica del Cantábrico, en el lado de las empresas; whiskerías, boites, cafeterías, sidrerías, peluquerías, en el de los negocios; equipos deportivos, como el Sporting; laboratorios farmacéuticos, bancos, auoescuelas, e incluso películas y discos se publicitaban en esas cajas que solían tener un tamaño pequeño, pero que incluso llegaban a crecer hasta hacerse enormes y singulares. Llaman, por ejemplo, la atención en la colección las cajitas de fósforos de una tamaño un pelín mayor y formato diferente en las que se recoge la temporada de ópera de Oviedo (Norma, La Boheme, Nabucco, Fausto, Rigoletto, Il pescatore di perli), los programas completos de fiestas de Candás y Oviedo o los carteles de las ferias taurinas de Oviedo y Gijón. Todo ello, sin olvidarnos de los partidos políticos. Hasta de las primeras elecciones democráticas de España en 1977 se conservan carteritas que han compartido espacio y lugar con el anuncio de la llegada de Massiel a El Jardín tras su triunfo en Eurovisión o la Whiskería Happy King. Hay incluso una de Unicef editada en Suiza que llama a ayudar a los niños. Se felicitan las fiestas, se anuncia un bingo, una fábrica de harina, una gaseosa, unas galletas. Y hasta el Día del Subnormal (sic), que así se llamaba. «Una minoría silenciosa y marginada que reclama un sitio», dice la carterita, con un diseño gráfico muy moderno y eficaz. Cada una es una pequeña historia con chispa.
La cerillera era quien vendía cerillas y tabaco, era un oficio también con ciertos tintes literarios y cinematográficos y es igualmente el estuche en el que se guardan las cerillas, también llamadas fosforeras. Este elemento cotidiano que se dice nació en China en el siglo VI como unas varillas impregnadas de azufre que al contacto con una chispa prendían, tiene sin embargo un inventor oficial que es el químico inglés John Walker, que vendió en 1826 la primera caja con una cerilla de fricción mezclando potasio y sulfuro de antimonio. En España se fabricaban cerillas desde 1836 y fue en 1892 cuando se constituyó el Gremio de Fabricantes de Fósforos en España. Desde 1908 Hacienda lo convirtió en un monopolio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.