RAMÓN AVELLO
Jueves, 28 de junio 2018, 23:45
El Colegio de Médicos de Asturias conmemoró ayer, en el Teatro Campoamor, los 120 años de su fundación. Al acto, cuyo broche dorado puso la soprano tolosana Ainhoa Arteta acompañada por el pianista Rubén Fernández Aguirre, contó con la asistencia del presidente del Principado, Javier Fernández; el alcalde de Oviedo, Wenceslao López; la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón; el consejero de Sanidad, Francisco del Busto, y numerosos representantes del mundo médico, jurídico, cultural y universitario de Asturias. Entre ellos, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, Ignaciu Vidau; el presidente de la Fundación Princesa, Luis Fernández-Vega; el director del Ridea, Ramón Rodríguez; el decano del Colegio de Medicina, Alfonso López; el vicerrector de Investigación de la Universidad de Oviedo, José Ramón Obeso; y el director del diario EL COMERCIO, Marcelino Gutiérrez, entre otros.
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Ainhoa Arteta es una de las voces preferidas del público asturiano. En Asturias hemos sido testigos tanto de su crisis vocal y personal, en un concierto celebrado en el Jovellanos de Gijón hace ya años, como de su sorprendente renacer a la voz y a la vida musical. Premio Lírico Teatro Campoamor en la modalidad de mejor cantante española, en sus últimas actuaciones en el Principado ha dejado un grato recuerdo en los aficionados. Desde sus papeles en las temporadas de ópera ovetenses como Isabel de Valois, de 'Don Carlos', de Verdi, o, recientemente, la Magdalena, de Andrea Chénier, a sus numerosas participaciones en obras sinfónico corales y recitales con acompañamiento de piano.
En el concierto de ayer Arteta estaba cómoda y muy comunicativa, no solamente con el canto, sino también con la palabra. La cantante, muy elegante, vestía una especie de túnica de vestal griega y estaba peinada con un modelo inspirado en la 'Palas Atenea', de Fidias. Para la otra parte del programa se cubrió con un kimono que le daba aspecto de geisha. Comentó al público que ella venía vestida «totalmente de Oviedo». Que la ropa era de Marcos Luengo y que sentía la ciudad y el Campoamor como su segunda casa. «Me siento muy bien y muy cómoda de volver a cantar aquí», avanzó.
Esa comodidad se notaba en la interpretación. Alargaba las frases,dejaba respirar a la música, retrasando y jugando con el tiempo, todo muy bien ligado. En todo momento contó con la complicidad del pianista, Rubén Fernández Aguirre.
La parte inicial del recital incluyó la faceta más iberoamericana. Desde en el 'Azulao', ese canto al pájaro que acompaña a los brasileños, hasta 'Alfonsina y el mar'; desde Xavier Montsalvatge a Guastavino, la dicción era perfecta. Muy bien trabajada, se entendía claramente tanto en portugués como en castellano. Destacaba una gran homogeneidad en el timbre, resaltando por ejemplo en 'Cuba dentro de un piano', de Montsalvatge, donde se notaba cierto carácter metálico que combinaba con la melodía de habanera sobre esta letra de Rafael Alberti. Uno de los momentos más intimistas fue la versión ya comentada de 'Alfonsina y el mar', de Gabriel Ramírez, con unas sutilezas y una introspección soberbias. La frase final, «perdida de mar», acaba con un filato donde la voz pareció perderse en la inmensidad.
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La otra parte del programa estuvo protagonizada por Verdi y Puccini : 'Addio del passato', de 'La Traviata'; 'D'onde lieta usci' de 'La Bohème', y 'Sola, perduta', de 'Manón Lescaut'. Con humor, Ainhoa Arteta comentó que ella era «doctora en muertes», puesto que se había muerto muchas veces en el escenario. «Cuando me pase de verdad, no sabré si es realidad o lo estaré representando». Y añadió que quiere mucho a los médicos «pero lejos». Dijo después que «estas heroínas, que murieron las tres de tisis, se habrían salvado con los servicios médicos actuales».
En todas estas arias se observó que la voz de Arteta, manteniendo esa dulzura de emisión, está tomando unas sonoridades dramáticas, spintas, a veces algo oscuras y siempre expresivas. Las tres obras las interpretó soberbiamente. Ya al final, ante los aplausos del público, la protagonista cantó una romanza que, para ella, «trae recuerdos de mi niñez», pues la cantaba su abuelo y ella la escuchaba «en aquellos discos anteriores al CD en la voz de Conchita Supervía». «En estos tiempos que corren estoy orgullosa de ser vasca y ser española, y por eso canto con orgullo esta canción». Era la romanza 'De España vengo', de la zarzuela 'El niño judío', de Pablo Luna. Todo un manifiesto envuelto en una apoteosis vocal que puso al Campoamor, lleno hasta la bandera, de pie.
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