![Fernando Aramburu, durante la presentación de 'Utilidad de las desgracias y otros textos'. En el vídeo, presentación del libro de Aramburu.](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202011/24/media/cortadas/aramburu-kU6E-U1208564634574XE-624x385@El%20Comercio.jpg)
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ANA RANERA
Martes, 24 de noviembre 2020, 03:36
Fernando Aramburu hizo ayer un recorrido por la memoria, por sus rituales como escritor y por sus reflexiones durante la presentación de su último libro, 'Utilidad de las desgracias y otros textos', una recopilación de artículos en la que hay cabida para temas muy diversos de su vida y de sus pensamientos. Este encuentro –organizado por el Aula de Cultura de EL COMERCIO en colaboración con el Ateneo Jovellanos – estuvo presentado por el escritor y colaborador de este periódico Ignacio de Valle, que fue el encargado de acompañar a Aramburu a través del interesante paseo literario.
Para el autor de 'Patria', según explicó a lo largo del encuentro, quedarse solo con las lecturas de escritores afines a nuestras ideas sería un error, por eso él prefiere profundizar en aquellas páginas donde sabe que puede encontrar debate. «La lectura es un diálogo. Me resulta más estimulante leer a personas que cuestionan lo que pienso, eso sí, con límites», aseguraba. Y esas fronteras él las pone donde empieza la maldad. «Si algo no soporto es la defensa de la crueldad». Pero si no hay atisbos de ella, Aramburu no tiene problema en replantearse sus convicciones. «Cuando alguien formula una idea, me la calzo y estudio si eso realmente lo puedo incorporar a mi telaraña de convicciones o realmente no tiene cabida. Si no tiene cabida, siento que me ha sido útil, porque me refuerza en lo que pensaba con anterioridad», explicaba. «No tengo ningún temor a que otros me convenzan, si me convencen, me han aportado algo», añadía.
Él es un férreo defensor del pensamiento libre, ese del que hace gala en los artículos que recopila, donde acoge cualquier idea que atraviese su cabeza, como la sobreprotección a los niños que impera hoy en día. «Los padres que de niños vivimos la infancia en la calle hemos terminado siendo temerosos de que nuestros hijos pasen por los mismos peligros que nosotros», opinaba. Un excesivo cuidado que Aramburu achaca también a las películas de animación infantil. «Walt Disney tiene una responsabilidad pedagógica negativa, porque ha terminado sentimentalizando la relación de los menores con la naturaleza», consideraba.
También habló el escritor de la familia que se refleja en sus relatos, esa en la que se impone el matriarcado. «Ese gobierno de la familia que yo veía en mi casa tenía un poder engañoso. Esas mujeres lo hacían todo y cuando ponían un pie fuera de casa, los vientos sociales soplaban en contra». Unos vientos sociales que llevaron a su tierra a tiempos en los que la lucha armada estaba a la orden del día. «En País Vasco estaba muy popularizada la frase de 'algo habrá hecho' cuando se asesinaba a alguien y eso da lugar a una serie de comportamientos que me son muy provechosos a la hora de escribir novelas. La violencia es un método antidemocrático. Un fanático piensa que el hecho violento es justo para la consecución de una causa», explicaba.
Aramburu llevó también a los espectadores hasta sus años de universitario, cuando dejó su casa para concluir sus estudios. «Me marché a Zaragoza para terminar la carrera y allí pasé tres años de juventud exprimida al máximo y luego fui a trabajar a una universidad alemana», exponía. «En un artículo de este libro analizo lo positivo del norte de Europa. Durante siglos esta gente ha vivido en una zona de clima duro, donde no se puede estar por la calle por el frío, y esto ha marcado su comportamiento», detallaba.
Y tal vez alguna de esas costumbres las haya ido asumiendo Aramburu en su día a día. «Cada cual, de acuerdo con su situación, tiene que encontrar la manera de ser lo más productivo posible. A mi trabajo le beneficia que yo ritualice mi vida», afirmaba. «Si uno dispone de todo el día, el tiempo va pasando y uno no termina de tomarse el trabajo con la debida seriedad», apostillaba.
Él ahora dedica sus días a escribir: «Yo reaprendí mi idioma, el español, con voluntad creativa». Se empeñó en fusionarse con su lengua materna para tener el conocimiento suficiente de ella como para levantar una obra literaria. «El estar en Alemania y sentir el idioma de creación en peligro fue productivo en mí». Y lo decía con su último libro bajo el brazo.
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