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Ovidio Parades (Oviedo, 1971) se define como un «narrador de oficio» y ese enorme oficio suyo, esa prosa directa y elegante que cultiva desde que tiene memoria, impregna cada una de las páginas de 'Carver y el metro de Berlín' (Tres Hermanas), su último libro, ... que presentará este miércoles (20 horas) en La Buena Letra de la mano del Aula de Cultura de EL COMERCIO y acompañado por la periodista Toni Rodero. Relatos llenos de esa melancolía que envuelve los recuerdos -de la niñez a los primeros amores, del olor a pan de pueblo a las parejas que se entienden con solo mirarse- y del encanto y las miserias de lo cotidiano a ojos de un gran observador fascinado por el alma femenina, de los que se sientan en la terraza de cualquier café a imaginar vidas ajenas. Escritura que se impone: «Escribo por necesidad. Y lo hago desde pequeño, desde que tenía nueve años en la cocina de la casa de mis padres mientras mi madre hacía las cosas de la casa. Disfruto y a veces también sufro, pero las satisfacciones pueden con todo lo demás».
-¿Qué tienen Carver y aquel viaje a Berlín con su marido en el que sintió el horror que todavía sobrevuela el campo de Sachsenhausen para que los haya conjugado en este libro?
-Carver me gusta desde la adolescencia. Y Berlín es una ciudad que descubrí aquel 2019 y me fascinó. En el relato que da título al libro lo cuento todo. 'Miedo', el poema de Carver, me acompaña siempre, en cada viaje, y también en ese viaje a la capital alemana, fascinante en todos los sentidos.
-Estos relatos tienen también mucho de su propia biografía, como cuando habla de los insultos que recibió siendo niño: «Maricón de mierda, bujarra». ¿Aquel miedo sigue presente todavía?
-Yo sufrí acoso escolar. Sigue sucediendo y me aterra que sea así. Me costó muchos años superarlo, muchos, pero es algo que jamás se olvida. Escribo sobre ello para que quede constancia, para que nunca se olvide. Para que padres, madres y profesores y profesoras estén atentos, alerta. Es algo verdaderamente terrible.
-De sus historias han dicho que «invitan a dudar, a no dar nada por hecho, a repensar la vida». Y a usted, a veces, le da por pensar que todo sería más fácil si creyese en un ser superior...
-Yo dudo sobre todo, como supongo que le pasa a la mayoría de la gente. Aunque hay ciertas cosas o afectos que tengo muy claros. Respeto a la gente creyente, pero a mí -y también a mis seres queridos- me han pasado tantas cosas en la vida que no puedo creer en ningún dios. Mis diosas son otras, las diosas del cine y la literatura. Y también los dioses. De John Cassavetes a Jessica Lange, de Victoria Abril a Pedro Almodóvar, de Truman Capote a Virginia Woolf, de Sam Shepard a los Bowles.
-¿Es también un libro de héroes y heroínas del día a día?
-No hay héroes ni heroínas, creo. Lo que hay son hombres y mujeres que luchan cada día: por su familia, por sus creencias, por sus ideales, por sus posicionamientos. Por su manera de entender el mundo.
-Una cita de Marguerite Duras sobre la soledad encabeza sus textos, dos piedras angulares íntimamente conectadas.
-Sí. Marguerite Duras lo entendía todo. O casi todo. Ha dejado una obra muy poderosa. El mundo puede entenderse a través de sus palabras. Hay que leerla constantemente. Y sí: todos estamos solos, unos más que otros, evidentemente, es algo que hay que asumir. Sobre todo, en los momentos fundamentales de la vida, aunque estemos acompañados, como es mi caso, por parejas maravillosas.
-¿La pandemia llegó para evidenciarlo todavía más?
-La pandemia nos ha afectado mucho más de lo que creemos. Hay que poner de nuestra parte para que el mundo sea mejor. No hemos salido más reforzados, y es una pena. Una pena grande. Quiero pensar que cada ser humano, desde su minúsculo posicionamiento, intenta hacer el mundo un poco mejor. Cada día, casi en silencio. Pienso que, en el fondo, es nuestro deber. Una especie de obligación.
-¿Algunos representantes de nuestra clase política son la antítesis de eso que dice?
-Pese a todo, sigo pensando que los políticos están ahí para defendernos. Cada cual tiene su elección. No conviene olvidar que la democracia, con sus imperfecciones, es el mejor sistema. Debemos aferrarnos a ella con toda nuestra fuerza. Volver atrás, o echar la vista atrás, siempre es un retroceso. Y los retrocesos siempre se cobran su importante peaje.
-Lo que nunca falta en su escritura es la mirada femenina. ¿Por qué?
-Las mujeres me fascinan, casi siempre. Es lo que tiene haber estado rodeado de mujeres desde pequeño, empezando por mi madre, que es la mujer que más quiero y que más me ha aportado en estos 51 años que tengo. Y he recorrido medio país, cuando he podido económicamente, para ver a mis actrices favoritas. De Concha Velasco a Charo López, de Maribel Verdú a Terele Pávez. A Verdú le gustó mucho mi anterior libro de relatos, 'Mujer en el bar', y así lo describió en su página de Instagram y en su blog. Siempre agradecido.
-Ni su denuncia de la violencia machista que nos sigue golpeando con saña...
-La violencia machista me machaca, como creo que le sucede a todo el mundo con un mínimo de sensibilidad. Es algo que me aterra, me acongoja, me sobrepasa. Es algo que nos hace aullar, como diría la Duras. Y por eso tengo la necesidad de escribir sobre ello de vez en cuando. En este libro, una vez más.
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