A. RANERA
GIJÓN.
Martes, 2 de marzo 2021, 02:33
Las páginas de 'La bruma verde' son un un pequeño reducto de África protegido entre las manos de los lectores. A través de esta novela, se descubre la forma de vivir de este continente y también la de morir por culpa de los intereses de los muchos que lo maltratan y que lo esquilman. Ayer, de la mano del Aula de Cultura de este periódico, su autor, Gonzalo Giner, presentó este libro que va más allá de la ecología y se erige como un canto al conservacionismo.
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«En esta novela se denuncian dos grandes dramas: la deforestación masiva de la selva para hacer cultivos intensivos y el tráfico ilegal de especies», explicaba el escritor. Esta protesta se hace a través de la voz de Bineka, una congoleña de dieciséis años que ve cómo arrasan su aldea; de la voz de los propios animales, los chimpancés, víctimas de la destrucción constante de sus hogares, y de la voz de los cooperantes.
Aunque en este relato también tiene cabida la visión «de los malos», esos que se mueven por sus intereses sin importarles las consecuencias que estos conlleven en los territorios sobre los que operan. «No es una mirada simple, la maldad no siempre es brutal, sin sentido y sin cabeza, sino que hay maldades muy refinadas», detallaba el escritor.
Con todos estos puntos de vista, Giner pretende hacer ver a sus lectores que «entre todos podemos cambiar las cosas» como, al menos, creen sus personajes. «La idea que subyace es que la sociedad tiene que cuidar y conservar lo que tenemos», apuntaba. Porque «la madre selva» no es solo importante para quienes la habitan, sino que lo es para todo el planeta, es nuestro pulmón. «Debemos conservar las cosas tal y como las hemos recibido», indicaba. Más aún en estos tiempos de pandemia que nos tienen que haber hecho entender que «todos nos necesitamos».
Y eso que este relato dentro del que se esconde tanta conciencia social nació con la idea de «construir una historia bonita para que la gente se enamorara de los personajes, al mismo tiempo que disfrutaban de la acción». Pero, «el escenario aquí era muy importante» y eso hizo que la realidad del Congo cobrara tanta importancia y acabara sacando a la luz los problemas que, en Occidente, no vemos o no queremos ver. «Occidente no mira a África, yo creo que porque somos un poco egoístas», opinaba.
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Y eso que África tiene «un paisaje exuberante» en el que se sumergen los lectores haciendo «un viaje a su pasado y a sus orígenes». Un viaje en el que descubren su mejor cara y también la peor, de la que tenemos nuestra parte de culpa.
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