pablo antón marín estrada
Miércoles, 24 de febrero 2021, 11:27
Un auténtico clásico vivo de la literatura española y una referencia moral en sus reflexiones sobre la sociedad en que vive, el académico y Premio Princesa de las Letras Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1965), con su último libro bajo el brazo, 'El miedo de los niños' (Seix Barral), tuvo ayer la oportunidad de asomarse a la ventana virtual del Aula de Cultura de El COMERCIO para dialogar con el escritor y colaborador de este diario Ignacio del Valle, y extenderse sobre los más diversos temas que el ovetense le fue planteando durante la conversación: de su visión crítica sobre la realidad a la función cívica del escritor y la evocación de sus visitas a Asturias.
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Arrancó Del Valle partiendo del ensayo 'Todo lo que era sólido' para preguntarle las razones por las que en España la cultura en sentido amplio «nunca ha tenido prestigio ni ha sido una prioridad para nadie». Para Muñoz Molina «este ha sido un país históricamente dominado por una aristocracia brutal, por una Iglesia interesada en mantener la ignorancia de la gente, y el conocimiento ha estado siempre asociado a la herejía o a la disidencia».
Una situación que, en opinión del escritor, aún perdura hoy: «Recuerdo una de las primeras entrevistas en televisión a Pedro Sánchez, fue larga y se habló hasta de fútbol, pero en ningún momento de educación, ciencia, cultura. La propia televisión pública, comparada con la de otros países da ganas de llorar, con gobiernos de izquierda o derecha. Es una desgracia nacional», afirmó.
La idea de reciclaje frente al consumismo ilimitado de aquel ensayo, llevó a su autor a reflexionar que «cuando las generaciones que vienen detrás miren esta se van a preguntar cómo es posible que se creyera que no había límite para el capricho y el despilfarro». Ahondando en su vertiente crítica, Ignacio del Valle le preguntó sobre las obligaciones del Muñoz Molina ciudadano y escritor. «Son las mismas que tiene cualquier otra persona. Mi responsabilidad como ciudadano incluye ir a votar o recoger la caca de mi perro para que nadie la pise, y en mi campo específico, no tengo obligación de escribir sobre cuestiones cívicas, pero si la ejerzo, tengo la responsabilidad de hacerlo con un máximo de claridad y preguntarme qué efecto va a tener lo que escribo. En tu vida cotidiana no dices lo primero que se te ocurre a los demás, tienes la cautela de no herir o buscar enfrentamientos gratuitamente, llegar a puntos de acuerdo ¿por qué en la vida pública hacemos otra cosa y nos convertimos en una especie de incendiarios?», se preguntó.
En un 23 de febrero, parecía obligado preguntarle por los posibles paralelismos entre la intentona golpista del 81 y la actualidad: «No hay paralelismos históricos, sino lecciones –respondió el novelista–. La lección de los enfrentamientos de la izquierda en la república de Weimar o de los partidos democráticos en la II República o la lección de antes del 23F es que cuando las fuerzas políticas no son capaces de poner los intereses comunes por encima de los partidistas, triunfa el enemigo de todos». Muñoz Molina fue crítico con quienes hoy cuestionan la democracia en España. «Hay fuerzas políticas empeñadas en socavarla y desacreditarla por quienes, como los independentistas catalanes, sostienen que no la hay o que no hay diferencia con la dictadura: están faltando al respeto a quienes la han sufrido», argumentó.
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Falacia y riesgo, observó también en las propias demandas identitarias en nuestro país: «Cuando vuelves del extranjero te sorprende la homogeneidad de España y hay un talento extraordinario para crear diferencias. En nuestro país no ha habido una pedagogía para enseñar que aparte de las diferencias valiosas de identidad, lengua, etc., hay una común humanidad y ciudadanía que nos une a todos, no por nacimiento, por acuerdo», expresó.
Respecto a su visión del articulismo actual denunció «la sobreabundancia del opinionismo y un sectarismo terrible reflejo de la política que también se alimenta de él». Como lector dijo preferir «la crónica o el reportaje. La mayoría de las columnas ya sabes qué van a decir antes de empezar».
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De su paso por Oviedo para recoger el Premio Princesa de las Letras recordó «la parte de proyección cívica y de compromiso que había en los premios y la calidez de la gente. Una alegría por el pavor de verme sometido a una sesión incesante de protocolo», confesó.
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