Cuesta creer que tras una obra tan colorista, vitalista y original esté alguien como Yayoi Kusama, (Nagano, 1929,) una nonagenaria depresiva y autodestructiva, recluida por propia voluntad en un sanatorio mental. Los coloridos lunares de la explosiva artista japonesa, la creadora viva más cotizada, inundan, ... literalmente, el Guggenheim de Bilbao. El museo le dedica la gran retrospectiva 'Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy', que celebra el talento genuino y lúdico y terapéutico de una obra más que singular y reconocible. Un canto a la naturaleza y a la vida hecho desde los bordes de la locura por una creadora que no se parece a nadie.
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Con patrocinio de Iberdrola, el Gugenheim acoge 200 obras de Kusamna entre pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y vídeos de sus performances. Recorre más de siete décadas de su trayectoria y «hace justicia» a Kusama. Desvela el lado oscuro de una obra sepultado bajo su colorido y su aparente puerilidad. Doryun Chong y Mika Yoshitake, en colaboración con Lucía Agirre, son los comisarios de la muestra, en cartel hasta octubre y que se vio ya en el museo M+ de Hong Kong, donde atrajo a 280.000 visitantes.
A sus 94 años, fiel a sus pelucas chillonas, Kusama aún factura unas obras que le quitan de las manos. Su récord está en los 10,5 millones de dólares pagados en 2022 en subasta por un cuadro de puntos blancos sobre blanco. Pero durante décadas Kusama fue el bicho raro del pop que tanteó el expresionismo, el surrealismo y la abstacción, para relegada por las grandes galerías, museos y coleccionistas que ahora se disputan sus obras a golpe de talonario.
Irrumpió en el arte a mediados del siglo pasado. Pionera en la contracultura, llegó a Nueva York sin blanca y denunció con sus performances y su pop disruptor las discriminación racial y de género, criticó la guerra y el militarismo y llamó la atención de los medios con 'sus happenings'. Pero regresó a Japón olvidada. Víctima de su enésima depresión, intentó suicidarse y se internó por propia voluntad en un psiquiátrico de Tokio. Con 80 años volvería a la palestra en una insólita resurrección plástica.
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La menor de cuatro hermanos, Kusama tuvo una dura infancia en Matsumoto, la ciudad de provincias donde su familia tiene una próspera industria de plantas y semillas. Fabricaba su propia pintura con tierra y pigmentos y sus lienzos con sacos de semillas del negocio familiar. Allí nació su pasión por las hortalizas, por esas calabazas que recrea en vivos colores y que transmuta en símbolos de felicidad. Las identifica como «un espíritu vegetal benévolo» y un reflejo de su propia alma que le vincula con la naturaleza, por la que siente un interés místico y literal al tiempo.
La segunda guerra mundial, el desencuentro con su padres, su desafío a la rígida tradición plástica nipona para asumir la occidental, los brotes psicóticos y las alucinaciones sufridas desde muy joven alimentaron el carácter atormentado que conjura con su obra, un lúdico ejercicio de escapismo en busca de un mundo feliz. Sus colores vivos e intensos y sus galaxias de lunares «quieren vencer a la enfermedad y a la muerte, su fragilidad mental, su frustración ante el fracaso, la pulsión autodestructiva que anida en su alma y salvar, de paso, a la humanidad» apunta Chong.
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Nonagenaria, hasta que la pandemia se lo impidió, acudía a diario a su estudio, muy cerca del psiquiátrico en el barrio tokiota de de Shinjuku donde trabajaba con su equipo. Ahora lo hace desde el hospital «A partir de los ochenta su obra se fue llenando de colores, coincidiendo con su ingreso voluntario en el psiquiátrico. Es una transición de la oscuridad a la luz que refleja un cambio de filosofía vital. La creación se ha convertido en su fuerza para seguir en vida», escribió Isabella Tam, una de las comisarias del M+ de Hong Kong.
El empleo de la repetición, la monocromía, la retícula, las esculturas blandas y los puntos y 'polka dots' ('lunares polka' o mesotama en japonés, gotas) son su sello más personal y reconocible. Tienen que ver con la obsesión y la enfermedad mental. Una inestabilidad generadora de alucinaciones que Kusama transformó en un poderoso motor creativo.
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«Mi vida ha sido una lucha sin tregua. Aunque he tenido que librar una batalla continua contra la obsesión desde niña, he logrado sobreponerme a través de la pintura», explica Kusama . « Es una precursora en permanente evolución, creadora de un arte único que nos hace pensar qué y quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo y con los demás», resume Agirre.
Pintora, dibujante, escultora, performer, cineasta, fotógrafa, poeta y narradora, alterna la metafísica con la ironía, la crítica con el sarcasmo, la explosión cromática con la ausencia de color, y la luz con la oscuridad en sus instalaciones más recientes. «Todo en su obra es interconexión. Nunca ha parado ni parará de crear» dice Chong.
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Si durante siglos las mujeres fueron un cero a la izquierda en el arte, Kusama está a sus 94 años en la cima y con muchos ceros a la derecha en los precios de sus obras. La incomprendida pionera del pop infantiloide es hoy una de las artistas más imitadas y un filón para las grandes marcas del lujo como Louis Vuitton, que salpicó con los inconfundibles lunares Kusama bolsos y carísimas prendas de vestir. La artista ha colaborado con otros gigantes del lujo como Lancôme y Veuve Clicquot.
Kusama lleva masas a los museos y su arte seduce hasta a quienes reniegan del arte contemporáneo. Los críticos han acabado reconociendo su genuino talento y los más potentados coleccionistas se disputan las costosas piezas de una de las más influyentes figuras del arte contemporáneo, un icono cultural. El talento múltiple y fiero de la radical artista japonesa se hoy reconoce casi sin discusión como uno de los mayores del último siglo.
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