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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Sábado, 3 de agosto 2019, 00:11
La restauración de San Miguel de Lillo afronta su colofón. A finales de septiembre o principios de octubre se retirarán los andamios y el templo ofrecerá una nueva imagen. Habrá ganado en luminosidad y en coherencia después de una intervención que ha revelado las pinturas ... altomedievales del siglo IX que, como se suponía, se ocultaban en la bóveda de la nave sur, y también una escena religiosa tardomedieval con escudos de dos familias en el ábside. Pero es que el profundo y meticuloso trabajo que ha dirigido Margarita González Pascual, del Instituto del Patrimonio Cultural de España, ha servido también para detectar nuevas actuaciones que habrán de llevarse a cabo para garantizar que en el futuro las humedades no vuelvan a hacer mella en el hermoso templo prerrománico. Aún se están redactando los informes finales, pero se conocen ya tres intervenciones que convendría plantear. Porque, a medida que se ha ido avanzando se han ido descubriendo patologías escondidas. «Hay ciertas intervenciones arquitectónicas que se podría hacer en la fachada norte, donde se producen filtraciones, y falta el alero del ábside románico; son actuaciones de poco presupuesto que podrían mejorar el mantenimiento». A eso añade otra propuesta más: «Los pavimentos interiores no son los adecuados». Habría que cambiarlos. Y sobre todo no hay que olvidarse nunca del edificio: «Vamos a elaborar un documento de protocolos de mantenimiento», anota González Pascual.
Serán esas algunas de las propuestas del equipo multidisciplinar que ha trabajado duro durante más de un año en la iglesia prerrománica del ovetense monte Naranco y que ha hecho del consenso bandera. «Estamos contentos y orgullosos», introduce la directora de la restauración, que destaca en todo momento la valía y el peso del equipo en esta intervención ejecutada por la empresa Artyco y que ha unido al Instituto del Patrimonio Cultural de España con la Consejería de Cultura.
El objetivo era poner orden en el interior de un edificio que sufrió intervenciones en el siglo XIX y en los años setenta con diferentes criterios y materiales. Había, pues, que deshacer para hallar la verdad, la decoración original que estaba oculta. Y se consiguió: se destaparon las maravillosas pinturas de la bóveda sur, que ya Magín Berenguer calculaba que estaban allí. Esa composición geométrica salió a la luz gracias a un trabajo delicado, lento, meticuloso, con una metodología de limpieza para eliminar cales adaptado específicamente al lugar. «La empresa, especializada en limpiezas de policromía, ha adaptado aquí su experiencia con métodos inocuos», afirma González Pascual, quien subraya que se emplearon proyecciones de micropartículas de piedra pómez, una suerte de goma de borrar que hace saltar los pequeños fragmentos sobrantes hasta llegar a las pinturas. También se usó el láser en una intervención integral en todo el interior del templo que incluye columnas, capiteles, relieves, celosías... Se ha trabajado igualmente sobre los paramentos. «Era un parcheado que no se entendía», anota la restauradora, que explica que se han aplicado morteros nuevos para dar consistencia a los muros y se ha ejecutado de una manera también muy específica con materiales hechos especialmente para San Miguel de Lillo en Morón de la Frontera, donde cuecen la cal al modo tradicional.
Pero tanto mimo y esfuerzo no sirven de nada si no se controlan en el futuro las condiciones de temperatura y humedad con una buena ventilación. «Es un edificio complejo, hay que seguir manteniendo», concluye la directora del equipo de restauración. Ella advierte con claridad de que hay un antes y un después: «El edificio ha cambiado porque ahora tenemos un interior coherente en los tratamientos de la piedra, en la pintura mural, ahora se va a entender». Hace dos meses se cerraron las visitas y previsiblemente en octubre volverán a abrirse. Entonces, el público descubrirá la nueva luz de San Miguel de Lillo.
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