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Manuela Rodríguez Prendes. Retrato de la tía del pintor, realizado en 1920. MUSEO NICANOR PIÑOLE
El Piñole más íntimo se revela en las paredes de su museo

El Piñole más íntimo se revela en las paredes de su museo

El jueves se estrena una sala dedicada a las escenas más personales de la familia del artista, con una selección de 36 pasteles y acuarelas

MARIFÉ ANTUÑA

Sábado, 21 de diciembre 2019, 00:19

La belleza del detalle, de lo íntimo, de lo poético. Nicanor Piñole halló en casa, en los suyos, la inspiración para obras de un lirismo melancólico, hermoso, revelador. El artista nacido en Gijón en 1878 y fallecido justo un siglo después desvela precisamente sus pinceladas más hondas y personales a partir del próximo 26 de diciembre en una nueva sala de su museo de la plaza de Europa. 36 pasteles y acuarelas se han seleccionado para mostrar con trazos firmes, certeros y emotivos quiénes fueron los soportes vitales del gran pintor.

Diferentes miembros de su familia ejercen como modelos para estas obras. Empezando con Brígida, su madre, y siguiendo por sus tíos Manuela y Manuel Prendes y todos sus primos retratados en diferentes momentos y actitudes, pero, por norma general, siempre en casa, en la intimidad del hogar, con la cotidianidad como la mejor de las compañías. Un ejemplo son las maternidades que realiza cuando nace José Manuel, el primer hijo de Pepita, que luego posaría junto a su hermana María Jesús para numerosas obras de Piñole, que les incorporó incluso a algunas de sus grandes composiciones. «La delicadeza de estas composiciones transmite la cercanía del artista con sus modelos», ha dejado escrito Lucía Peláez, la directora de los museos de bellas artes de Gijón y que es también quien firma su biografía de la Real Academia de la Historia. «Recurre al pastel y a la acuarela para captar de forma rápida lo esencial del carácter de los personajes y transferir al papel la impresión de un momento puntual», concluye sobre esos trabajos con un calado tan profundo.

Pero es que la familia Prendes jugó siempre un papel clave en la vida del artista que en 1892 comenzó en la Escuela de San Fernando de la mano de Carlos Haes y Muñoz Degraín su formación pictórica, que más tarde le llevaría al estudio de Alejandro Ferrant y posteriormente a París y Roma para dejarse embrujar por todo su arte. Su madre, Brígida Rodríguez Prendes, enviudó a los pocos meses de su nacimiento y fue acogida por su hermana Manuela, casada con Manuel Prendes, que ejerció hacia el célebre creador ese papel del padre que nunca conoció. Dicho esto, obvio es que la cercanía hacia sus primos y sus tíos era grande y con ellos cultivó uno de los géneros del que fue asiduo y destacado hacedor: el retrato. «De su primera época es una espléndida serie de retratos de su madre, Brígida Rodríguez Prendes, sus tíos, Manuela y Manuel Prendes, sus primos y amigos más íntimos, protagonistas absolutos de gran número de dibujos con los que el pintor perseguía la rápida comprensión de lo esencial del carácter. Estos trabajos harán posible la extraordinaria profundidad psicológica y perfección técnica de sus retratos al óleo», anota Peláez en la biografía de la Real Academia de la Historia.

Sin condicionamientos

La familia es libertad, es paz, es la posibilidad para el artista de expresarse sin ningún tipo de condicionamiento externo. Y por eso una mirada a esas obras que a partir de la semana próxima se expondrán permite un conocimiento más recóndito de quien abarcó en este empeño personal todas las técnicas y todos los soportes. Muestran sus dibujos una gran destreza a la hora de revelar un momento puntual, inmediato, único.

Fue también su familia quien se empeñó en conservar esas estampas. Uno de sus primos, Ramón Prendes, se afanó ufano en encuadernar y guardar todos esos materiales de los que el historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari escribió auténticas maravillas. En una misiva a un amigo común dejó negro sobre blanco: «Quedamos asombrados de la importancia y belleza de estos álbumes que son realmente preciosos y de una calidad en dibujos, acuarelas y pasteles, como creo que ningún pintor de los que hoy viven pueden presentar». Son, concluyó, «una verdadera joya».

Las joyas más hermosas hay que lucirlas. Y si ya en noviembre de 2016 se presentó una selección de 19 pasteles y cinco óleos de los numerosos estudios al pastel que Piñole realizó al aire libre bajo el título 'Impresiones y paisajes', ahora se opta por dedicar una sala completa con esos pasteles y acuarelas en el museo que, a partir de la donación de la viuda del pintor, Enriqueta Ceñal Costales, abrió sus puertas en abril de 1991 incorporando obras en depósito tanto de las colecciones municipales de Gijón como del Museo de Bellas Artes de Asturias.

Ha servido y sirve para exhibir y destapar todas las facetas de quien cuando el siglo XIX llegaba a su fin fue buscando un camino artístico que le condujo a un siglo XX de exposiciones múltiples: la de Arte Moderno de Roma de 1902, la Nacional de 1904 o la Internacional de Buenos Aires de 1910, en la que obtuvo una Medalla de Bronce.

Pese a su paso por Madrid, París y Roma, siempre tuvo Gijón en mente y fue cuerpo y alma de su quehacer. De hecho su residencia desde 1902 estuvo en Asturias, por mucho que en aquel vibrante principio del siglo XX fuera obligado frecuentar las tertulias madrileñas y lugares claves para la cultura como el Círculo de Bellas Artes. Santiago Rusiñol, Ricardo Baroja y Miguel Anselmo Nieto fueron algunos de sus amigos de una época en la que su opción estética queda ya claramente trazada: «Sobriedad cromática, dominio de tonos ocres delicadamente matizados, y una sabia aplicación de las manchas de color que se estructuran solidamente en el conjunto de la composición».

Gijón era su hogar. Y también la Quinta de Chor, en Carreño, residencia estival donde gustaba de pintar al aire libre y donde compuso obras claves. El paisaje era un fuerte para quien amaba la naturaleza y la montaña y la trasladó al lienzo. Sin olvidar esos retratos, esos dibujos de los suyos en los que el amor por la obra de Goya y Velázquez se dejaba advertir en esa búsqueda de lo que se esconde tras los gestos, tras las arrugas, tras las miradas. Uniendo uno y otro creó grandes obras, que buscaban alejarse de la pintura realista y costumbrista para mirar al siglo XX de otra manera, para unirse a los frentes de vanguardia. Fue Piñole un artista en permanente evolución, que lo mismo retrató a mujeres charlando en la playa, que a unos marineros en el puerto, que romerías y escenas populares y que puso su pincel sobre los objetos y las naturalezas muertas.

Dejó una huella inmensa y aún muy presente, de manera muy especial en el museo que celebra a quien fuera Medalla al Mérito en las Bellas Artes y recibió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio. Fue, en definitiva, profeta en Asturias y en Gijón y sopló cien velas antes de decir adiós.

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