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Son dos piezas operísticas, pero son más las historias que a partir de este domingo saldrán a escena en la Temporada de Ópera de Oviedo, que programa de forma conjunta 'Goyescas' de Granados y 'El retablo de Maese Pedro' de Falla. Las cose, une y presenta de una hermosa manera, viajando al París de los años veinte, a una tarde al estilo francés que permitirá verlas a ambas: una al modo teatral convencional; la otra, a la manera cinematográfica.
Paco López, el director de escena, ha buscado hilar y conducir al público hacia ambas historias de una manera compleja que, a decir de Jesús Ruiz, el figurinista que ha hecho realidad el sueño de vestir ese universo creado para la ocasión, engancha de principio a fin. No ha sido fácil. Es singular y complicada la apuesta. Pero el entusiasmo en vísperas del estreno es inmenso. «Es súper interesante, muy atractivo», dice el que está considerado como el principal figurinista de España y para quien Oviedo no es una plaza cualquiera -«es un sitio queridísimo, yo empecé aquí mi carrera», cuenta y recuerda que en 1991 ganó un premio que lanzó su trayectoria- sobre el espectáculo que está a punto de ver la luz.
Se traslada la estética hiperrealista ideada para este espectáculo al París de los años veinte. En un soirée en el estudio de Zuloaga, se realiza una reunión de artistas y aristócratas en la que se escenifican las óperas. «El espectáculo empieza con un grupo anónimo de exiliados que va cruzando la frontera y todo funde a ese salón estudio, a esa soirée», revela el figurinista. Primero es una representación teatral, pero en la pieza de Falla, ideada inicialmente para marionetas, lo que acontece se ilustra mediante una película que se proyecta al puro estilo años veinte.
Esa mezcla de elementos da como resultado una gran belleza formal, un trabajo muy virtuosista que ha requerido tiempo y esfuerzo. «Esto se hace trabajando una bestialidad, duermo poco, me apasiona absolutamente mi trabajo y le dedico todo el tiempo y el todo el amor que tengo», revela este hombre que dice no contar nunca, para no volverse loco, las piezas de vestuario con las que debe trabajar en cada proyecto, que en este en concreto rondan las 150. No cuenta tampoco las horas cuando se adentra en cualquier proyecto, que comienza siempre con la documentación. A partir de ahí, surgen los figurines, la creación pura y dura y luego ya las piezas del vestuario que han de ejecutarse y que no dejan de ser una suerte de alta costura. Comprender el espectáculo es clave para vestirlo y no olvidarse nunca de los artistas, de su fisicidad, que también puede condicionar las decisiones. «Hay que vestirlos adecuadamente al personaje y también a que se sientan seguros». La ópera es muy complicada y exige comodidad. «A los artistas hay que darles el estatus de estrella, que sepan que están pertrechados de todo lo que necesitan para brillar».
Todo eso es, a su juicio, construir un sueño, con mucho detallismo y con inconvenientes continuos que pueden surgir: un cantante que cambia, uno que se lesiona y que hay que adaptar el vestuario a su sustituto quince minutos antes de que empiece la función... Mil imprevistos.
Se ultiman en Oviedo detalles para convertir el sueño en realidad, para hacer que el público viaje a donde la función les lleve. «El vestuario es muy evocador, lleno de transparencias, de sutilezas, de esencia y estética española, de preciosismo, que quiere evocar las pinceladas al vuelo de Goya y Zuloaga», revela Ruiz. Hay mucha carga pictórica en las dos óperas que están por venir y que convertirán el Campoamor en aquel París de tardes aristocráticas y artísticas.M
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