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Hay una casa en Gijón que siempre ha derrochado arte. No solo en la belleza exterior que se revela en ese palacete modernista de 1920 obra de Luis Suardíaz que se levanta en la calle Cabrales de Gijón y que ha hecho de su palmera emblema. Esa casa albergó en sus años como vivienda familiar obras maravillosas de autores tan destacados como Nicanor Piñole y dio cobijo a una familia que siempre tuvo vínculos con el arte. Hace ahora 18 años, el Museo Casa Natal de Jovellanos recibía la donación de varias obras vinculadas a ella y ahora llega otra, un retrato de Piñole de quien fue una figura fundamental de la ciencia en la ciudad, el oftalmólogo Félix Fernández Balbuena, nacido en La Coruña en 1877 y fallecido en Gijón en 1936, treinta años después de llegar a la ciudad para establecer consulta.
Fue un hombre que se integró en la vida social y cultural y cultivó la amistad con Nicanor Piñole, Felipe Mon, Leonardo Camarasa o el doctor Delor Castro. Era una amante del arte que contaba además con la cercanía de su hermano artista, Roberto Fernández Balbuena, que viajaba a Viena, París, Amsterdam, Praga, Nueva York o Roma por razones profesionales y, de vuelta a casa, compartía con Piñole muchas de las novedades estéticas que ese devenir entre Europa y América le iba deparando a sus ojos siempre inquietos. Visitaba exposiciones y volvía y le contaba al artista todo lo visto con todo lujo de detalles, todo lo nuevo, todo lo que lo que la plástica imponía en horizontes alejados de Gijón. De ahí su influencia sobre el gran creador gijonés para quien se prepara una retrospectiva en la ciudad para 2026 o 2027.
De aquella amistad surgieron obras que acabaron decorando la casa de la Palmera, y entre ellas la que llegó hace no mucho para incorporarse a los fondos del museo dedicado al artista gracias a la donación de la familia, el retrato que en 1912 Piñole le pintó. «La incorporación del retrato ha supuesto un notable enriquecimiento de la colección, tanto por su extraordinaria calidad artística, como por la estrecha vinculación del retratado con el artista y su relevante trayectoria profesional», revelan desde el museo. Había en la Palmera al menos otros dos Piñoles, que conducían a hermosos paisajes.
Pero el que nos ocupa es un retrato de tres cuartos que encaja con el estilo más maduro y personal de Piñole, en el que las gamas frías y la sobriedad cromática se hacían fuertes en aras de hallar la hondura psicológica. Con dominio del negro y los tonos ocres, Piñole focalizó la luz en el rostro para mejor narrar a su amigo más allá de lo puramente físico. Le conocía bien, puesto que compartían sensibilidad e inquietudes. «Con la frente despejada, la fuerza expresiva se concentra en la mirada huidiza que nos habla del carácter de este científico de reconocido de prestigio internacional que se dedica a la investigación en soledad, una hondura psicológica que es posible gracias a la cercanía de Piñole con el modelo», señalan desde el museo respecto a esta obra que es narrativa de lo que supuso esa familia en el arte local, también desde la perspectiva creativa, representada por Roberto Fernández Balbuena (Madrid, 1890-México, 1966), que se erigió en una de las figuras más destacadas de la pintura española del primer tercio del siglo XX.
Tenía 13 años menos que Félix este hombre formado como arquitecto en Madrid, que en 1938 se trasladó a Estocolmo como agregado cultural de la república. Antes, al inicio de la guerra civil fue delegado de la Dirección General de Bellas Artes y presidente de la Junta de Protección del Tesoro Artístico Español y su papel fue clave a la hora salvaguardar el patrimonio español de los horrores de la contienda. Suya es una obra importante que llegó a las colecciones municipales en 2008 y que precisamente hace unos años viajó a una exposición al Museo Carmen Thyssen de Málaga, el 'Retrato de María Teresa Gallego', de 1930. Es una pieza de gran formato de esa mujer que, sobrina del pintor y del oftalmólogo, habitó también la Casa de Palmera que hoy es sede de la sociedad Divertia.
En el Balbuena pintor –que acabó en el exilio, primero en Francia y finalmente en México– fue fundamental en su formación su relación con el pintor Giacomo Balla y el grupo futurista, encabezado pro Marinetti, con los que entra en contacto en Italia en 1914, donde también tuvo tratos amistosos con Gabriele D'Annunzio y Gino Severini. «Es, sin duda, una de las figuras más representativas del espíritu de ruptura que preside la Asociación de Artista Ibéricos, con los que participa en la exposición celebrada en Madrid en 1925. En estos años veinte participa en las muestras organizadas por la Fundación Carnegie de Pittsburgh, junto a otros artistas españoles representativos de su generación como Vázquez Díaz y Nicanor Piñole», revelan desde los museos de bellas artes de Gijón.
Y esa impresionante mujer a la que vemos con el fondo de una arquitectura clasicista monumental nos lleva a otro personaje fundamental de ese mismo espacio y tiempo artístico y a la par científico. María Teresa Gallego estuvo casada con el médico y pintor Elías Díaz Vigil-Escalera, que nació en Gijón en 1903 y falleció en 1978, y que fue –además de un prestigioso médico y oftalmólogo que siguió en el área científica los pasos de Félix Fernández Balbuena como discípulo– un artista vocacional, que decoró porcelana y loza y fue ilustrador. Formado como médico en Madrid, ya allí se dio a conocer como dibujante humonista hasta que abrió consulta en Asturias, donde dio rienda suelta a esa dos pasiones vitales. De la artística, en el Museo Casa Natal de Jovellanos se conservan algunas de sus obras. Una de ellas, 'El baratillo de la muerte', ofrece una visión surrealista del gran teatro del mundo, con visibles influencias del Bosco y Dalí. «El pintor Elías Díaz construye todo un universo plagado de seres antropomorfos, muñecos, arlequines, minotauros y otras figuras de naturaleza fantástica», señalan.
De la colección permanente del museo forman parte también un conjunto de siete platos de loza blanca decorados por Elías Díaz con escenas de la novela de Robert Louis Stevenson 'La isla del tesoro'. El Múseu del Pueblu d'Asturies guarda también la cubierta del portfolio de los festejos de verano de Gijón de 1932.
La hija de María Teresa, la mujer del magnífico retrato, y Elías, el hombre que le puso pinceladas surrealistas al mundo, fue la última habitante de la Casa de la Palmera. Y ella también amó la pintura y fue pintora aficionada. Ahora sigue la casa albergando todo el arte que se oculta tras las tablas del Teatro Jovellanos.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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