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Contar el mundo. Esa es la cruzada que se señala en la frente todo creador como una cicatriz orgullosa de su destino. A veces la ... muestra dirigiendo la mira hacia adentro, relatando el universo propio como espejo del orbe ajeno. Otras escapa de su condición de rehén de esa embajada y mira al frente para contribuir a la crónica de todos. En esas dos travesías anda embarcado Diego Machargo (Oviedo, 1990), el nuevo invitado de la galería gijonesa Llamazares, donde muestra 'Todas las historias del mundo', su primera individual en este espacio.
Decía Rothko que «el arte es una aventura que nos lleva a un lugar desconocido», y aseguraba que, precisamente por eso, la tarea del artista es «hacer que la gente vea ese lugar tal como lo vemos nosotros». Las veinte piezas de Machargo, que se podrán contemplar hasta el 16 de marzo en las paredes de la galería de la calle Instituto, son su manera de cumplir con esa misión.
Una docena larga de pinturas y cinco volúmenes cerámicos componen, capítulo a capítulo, su testimonio de ese mundo que quiere contar. Su singular manera de verlo, quererlo y compartirlo a fuerza de intensos fondos de color, habitados por formas aparentemente caprichosas, que juegan con el espectador y su imaginación, desde el título, que impone su propia maniobra descriptiva, al último recoveco de la tela o el barro.
Advierte Manuel Padín, autor del texto que pone verbo a esta cita de la que también es comisario, ya que suya es la elección de las obras, que el relato del artista ovetense «no se corresponde con una adecuación estructurada en el plano narrativo» tal y como lo conocemos. «El relato viene de otra parte», dice. «Llega de improviso». Y es que Machargo traza sus 'historias del mundo', sobre «la clara constatación de una ambigüedad poética, que adopta la estructura mental del cuento».
Ya en la última Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias, donde estuvo seleccionado, daba cuenta de su plan y de cómo lo lleva a cabo. En palabras de Padín, a través de «la evocación, la insinuación y la ambigüedad», esto es, «abrazando lo indecible, lo indefinido y lo informe».
Los caminos que adopta Machargo ordenan su explicación del mundo como «el malabarista que juega con tremenda seriedad y precisión con sus malabares». El hombre de circo emplea el aire para su relato, el pintor asturiano el lienzo. Allí da sentido a «un diálogo de cuerpos, formas y figuras, trazos y símbolos, que solamente se detiene cuando ofrece sus cuadros al espectador, quien igualmente juega como el malabarista y ensaya con su mirada una ficción propia».
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