En 2007 abría sus puertas por todo lo alto. Con ambición desmedida y un nombre propio dándole preminencia al que debía ser, y de hecho ha sido y es, un centro pionero en lo que a arte digital se refiere. Laboral Centro de Arte y Creación Industrial ... tenía como nombre propio que auspiciaba un éxito que debía llevarle a recibir entre 150.000 y 200.000 visitas anuales a Rosina Gómez-Baeza, experta en arte contemporáneo que llevaba veinte años al frente de Arco, un baluarte que volvía a casa, a su Gijón natal, con un proyecto innovador y rompedor. Ella llevaba entonces las riendas y puso a su vera a un comisario jefe que llegó a Gijón sin hablar español poco después de la inauguración. Se trataba de un austriaco de nombre Eric Berger que un año después presentó su dimisión.
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En junio de 2009 se eligió entre entre 124 candidaturas de todo el mundo al parisino Benjamin Weil, que quería que Laboral fuera un recurso social y hasta fue a los chigres a hablar del Centro de Arte. Puso en marcha una mediateca y vio crecer los mercadillos. En 2011, Rosina Gómez-Baeza dijo adiós porque consideraba que había de cerrar un ciclo, y su puesto se convirtió en el de director artístico. No asumía asuntos económicos Weil, que en 2013 se convirió en el fichaje estrella para digirir el entonces recién nacido Centro Botín, en Santander, que dejaría más adelante para tomar rumbo a Lisboa. A su marcha ya constataba el francés, que tampoco hablaba español cuando llegó a Gijón, la metamorfosis producida de los inicios del espacio hasta ese momento: «Ha sido un cambio muy fuerte. Cuando llegué, con Rosina-Gómez Baeza al frente, que hizo un trabajo excelente desarrollando proyectos de muy alto nivel, Laboral tenía unas aspiraciones que, al desaparecer el dinero, hubo que cambiar. Empezamos a idear nuevas fórmulas y a buscar nuevos caminos, inventando, incluso, un modelo económico que nos permitiera seguir adelante, captando financiación de patrocinadores privados, como DKV. Y el resultado de todo eso es que me voy dejando Laboral convertida en una herramienta de I+D casi consolidada».
Todo el mundo barre para casa, pero tan consolidada no estaba la herramienta cuando hacía aguas por todas partes, sobre todo en lo económico. Quizá por eso los candidatos que se presentaron para sucederle fueron la mitad de los que concurrieron cuando él llegó. Gijón ya no era tan atractivo, pese a lo cual setenta profesionales optaron a sucederle y el elegido fue Óscar Abril. En febrero de 2014 llegó al cargo y un año después era cesado –la expresión utilizada fue que el patronato decidió «no darle continuidad»– y la cosa se iba al terreno de la demanda por despido improcedente que acabó con acuerdo entre las partes. No le dio tiempo a dejar huella. Barcelonés que durante 13 años fue responsable artístico del festival Sonar de Barcelona, Abril se fue por «falta de confianza mutua» y poco más trascendió de lo que pasó. Él, que creó el laboratorio de sonido, tenía claro lo que debía ser el equipamiento: «Un centro de arte del siglo XXI ha de ser transdisciplinar, de convergencia entre artistas, pero también con tecnólogos, con científicos, con agentes de prácticas sociales... Tiene que ser un laboratorio de ciudadanía».
A su marcha, nueva convocatoria, y adviértase el bajón drástico de candidatos que esta ocasión estaban por la labor. Fueron 29 de los que dieciséis fueron seleccionados en la fase final del proceso. Y la elegida, Karin Ohlenschläger, una alemana afincada en España desde los ochenta del siglo pasado que sí hablaba español perfectamente y que se ganó el cariño de todo el sector artístico asturiano. Aún se llora su prematura muerte y hubo un cierto dolor cuando ella, que se encargaba de la parte artística, y Lucía García, fueron cesadas de sus cargos. Aquí no hubo pérdida de confianza, sino voluntad de ahorrar. Se acababan a finales de 2021 sus contratos y se optó por darles la carta del adiós para convocar una sola plaza que aunara la gerencia económica como la dirección artística. De nada sirvió su apuesta por los proyectos europeos, el arte y la ciencia, las residencias o la creacíon de una oficina de proyectos.
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Es ahora cuando aparece en escena Pablo DeSoto, que concurrió a un proceso convocado en 2022 que recibió 68 candidaturas de las que se selecionaron quince. A él le ha tocado torear con un auténtico miura: el edificio con partes cerradas por problemas de humedades, presupuestos recortados y un déficit de personal notable, además de una plantilla dividida. Pese a todo, deja un acercamiento del público al espacio de Cabueñes, la que había sido la gran asignatura pendiente desde sus inicios, gracias a exposiciones de índole más popular como las dedicadas a Rodrigo Cuevas y a los millennials al tiempo que mantenía el nivel de grandes proyectos artísticos financiados con fondos europeos en una línea más de investigación entre la fusión entre la ciencia y el arte.
Parece obvio que no ha habido estabilidad en lo que a la dirección del espacio se refiere en estos dieciocho años con cinco directores al timón de un barco que nunca ha dejado de atravesar aguas turbulentas. Cabría preguntarse ahora si fue un acierto ese unión de la parte económica y artistica en un mismo puesto y si se va a continuar en esa dirección. No es habitual en ningún centro cultural ni español ni extranjero que se aúnen funciones que claramente están muy distanciadas. «Se va a elaborar la convocatoria pública internacional de la mano de la comisión científica a la mayor brevedad para que el centro pueda recuperar pronto la normalidad y siga cultivando la excelencia». Esto anuncian desde la Consejería de Cultura.
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Había sintonía entre Pablo DeSoto y Rosina Gómez-Baeza, que no hace mucho se reunieron y coincidieron en que sería importante que el espacio tuviese su propia colección de arte digital. Y ella, ahora, conocedora de lo ocurrido, defiende y aplaude su gestión artística. «Ha conseguido preservar el legado anterior, el objeto del centro», asegura la experta en arte contemporáneo, que subraya que la administración pública «tiene sus normas y hay que observarlas». Llegados a este punto, y ante el inicio de un nuevo ciclo, la impulsora del proyecto sostiene que es necesario que al patronato retorne la empresa privada. «El futuro del centro tiene que ser público/privado, la participación de las empresas del ámbito de la tecnología es obligada», subraya, y revela que ese fenómeno sí se está dando en otros países. También tiene claro Gómez-Baeza que el modelo de director artístico y gerente no sirve: «Zapatero a tus zapatos, o sabes de una cosa o sabes de otra, no se puede ser director artístico y gerente al mismo tiempo, es necesario trabajar con una gestión que sea absolutamente profesional», concluye.
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