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Hay una enorme pantalla que muestra imágenes hermosas de las tres esculturas protagonistas, la de Herminio Álvarez, que se erige sin título en el ... Rinconín; el 'Elogio del horizonte', de Eduardo Chillida, y las 'Sombras de luz', de Fernando Alba, pero la instalación de Juan Palacios bautizada 'Esculturas vibrantes' que acaba de abrir sus puertas en la sala de la Antigua Rula de Gijón es más sonora que visual. El propio autor invita al público a centrarse en la escucha y recrearse en todos esos sonidos ocultos que él ha recogido de las obras y con los que ha compuesto una suerte de banda sonora que se emite a través de seis altavoces que ocupan su lugar en el centro del espacio en una forma de reclamar su protagonismo. Esos altavoces emiten las vibraciones, las resonancias de las obras, con diferencias perceptibles con claridad meridiana por sus distintos materiales, configuraciones y ubicaciones. No es el sonido ambiente que acompaña a estas tres obras emblemáticas del arte urbano de Gijón lo que se pone ante los oídos curiosos, sino todo lo demás. Para ello Palacios, artista visual cuya obra se ha visto del Reina Sofía al Museo de Bellas Artes de Asturias, se ha servido de la tecnología como los micros de contacto, los sensores de vibraciones o los geófonos.
Con ellos quiere mostrarle al público esa dimensión sonora inédita que puede resultar sorprendente, sobre todo cuando se advierten las diferencias entre cada una de las tres esculturas, elegidas para este proyecto por tener como elemento en común que se hallan cerca del mar. En este feudo visual en el que vivimos, posicionarse en calma y silencio en la sala y escuchar permitirá descubrir que la obra de Herminio es la que más vibra. Se advierte y se siente, como ocurre también con la de Chillida, cuya propia contundencia y anclaje a la tierra hace más orgánica esa percepción. En la obra de Alba lo que destacan son las resonancias. Esta última está más expuesta a todo, al tráfico, al paseante, al propio mar que puede llegar si se pone bravo a empaparla... Todas las circunstancias que las rodean, como el viento o la lluvia, inciden en esos sonidos invisibles que ahora se hacen audibles y se convierten en arte.
La experiencia audiovisual está servida y Cristina Ramos, su comisaria, resume así lo que significa para quienes se acerquen a ella: «'Esculturas vibrantes reconfigura nuestra percepción humana, orientándola hacia una escucha energética que trasciende el estímulo visual. Este enfoque implica al cuerpo como resonador, un eco vivo que se sintoniza profundamente con las condiciones ambientales, abriendo el camino hacia una experiencia sensorial que abraza cada átomo de nuestro ser».
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