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Son piezas delicadas. Son puro deleite estético, pero detrás está una ética contundente que a todos nos apela. La exposición 'Si el sol o el corazón se esconden' ... , del artista Javier Garcerá, comisariada por Javier Díaz-Guardiola, acaba de abrir sus puertas en la capilla de la Trinidad del Museo Barjola con el doble ánimo de recrearse en la belleza y en la denuncia. Creada específicamente para este lugar cargado de historia con la que juega la propia exposición alegando al número tres de esa trinidad en diferentes conceptos, trata de ser una mirada hacia al hoy con referencias a la historia del arte, con juegos entre las distintas piezas que dialogan unas con otras, y con un mensaje claro que alerta del eclipse metafórico que vive este mundo que habitamos.
Todo ese diálogo artístico cuenta con una pieza destacada, una seda pintada con temple acrílico de 3,70 de alto por 3 de ancho que ocupa el lugar del altar. El rojo impresionante de la obra abruma en la capilla, que presenta también la silla de trabajo del propio creador, un tronco y un libro encuadernado en seda erosionada primorosamente con 99 páginas en blanco (33 veces 3 y no cien, para dejar en blanco la página que falta por escribir) hechas del algodón de los lienzos en las que la humedad ha ido creando sus propias formas.
Otras dos sedas se elevan en la parte alta del espacio, que muestra igualmente un dibujo en grafito sobre papel japonés y una seda bicolor que propone diferentes miradas y que ha sido trabajada para reproducir una imagen que muestra la basura espacial. Ese eclipse climático está presente, como lo está el cultural, como lo está el de la falta de empatía, el narcisismo o el individualismo que nos acechan. Y a todos ellos conduce la obra de Garcerá, sensible al extremo, detallista, con múltiples lecturas y capas. Y simplemente hermosa per se. «Javier es un artista muy intelectual», afirma el comisario.
«Cuando haces algo con este carácter específico la sorpresa es inevitable. Yo he trabajado con una maqueta de la capilla, pero hasta que no está instalada no puedo decir que he visto la obra», sostiene el creador, al ver por fin el resultado final de un año de empeño e ilusión. «El reto es que el edificio no coma al artista sino que se alíe con él», señala el comisario sobre esa instalación en la que todas las obras se han hecho expresamente para colocarse allí.
Se presenta la visita como una experiencia global que exige una mirada calmada: «Invita a la demora, invita al pararse». Ha intentado no saturar para propiciar el juego intelectual y artístico. «Cuando la opinión banal sustituye a la reflexión racional es que se esconde el sol», concluye el creador.
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