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Alcalá de Henares inauguraba ayer una de las exposiciones más esperadas de este 2023 que acaba de comenzar. Se trata de una retrospectiva dedicada al pintor asturiano Eduardo Úrculo (1938-2003) -aunque nació en Santurce y murió en Madrid vivió en Sama de Langreo desde ... los tres años hasta que empezó a recorrer el mundo, de Madrid a Canarias, de París a Nueva York- con motivo del 20 aniversario del fallecimiento de este «pintor que hace esculturas», como él mismo se definió. Una muestra que abarca «desde el expresionismo social de los inicios de su carrera hasta el pop art, del que fue uno de los principales referentes, sin olvidar su colorida etapa erótica».
La exposición que acoge el centro cultural del Antiguo Hospital de Santa María la Rica, comisariada por la asturiana Alicia Vallina, está compuesta por más de 50 piezas procedentes mayoritariamente de la colección privada de su único hijo, Yoann, y de coleccionistas particulares. Éstas conforman un recorrido por el trabajo de Úrculo, incluyendo las pinturas más identificativas de su carrera, aquellas que muestran figuras humanas masculinas, a las que no les falta ese mítico sombrero, tan reconocible para el espectador. A los sombreros se unen las maletas, el paraguas, la gabardina… de un viajero solitario que observa el paisaje urbano y al que nosotros siempre vemos de espaldas. En otras ocasiones, esos personajes contemplan (al parecer, absortos y disfrutando de la belleza) figuras femeninas desnudas; esa erótica del cuerpo femenino en distintas posturas está representada también en varias de las obras que se pueden contemplar ahora en esta exposición. En definitiva, un tránsito por diversos estilos en los que Úrculo combina distintas técnicas como la litografía, el dibujo, el óleo, la escultura en bronce y el grabado.
Ese pintor que habito bajo mil sombreros, que hizo de su ala ancha un sinónimo de sí mismo, que se dibujó viajando y viajante en ciudades con equipaje y sin gente. Pero también ese otro pintor, menos conocido, de toreros y obispos, de novias embarazadas y majas oscuras, que desgarró su entorno en telas de juventud. Aquel Úrculo expresionista que pocos recuerdan es una parte trascendental del creador. Como lo es el de la pasión japonesa, el de las vacas, el de los bodegones aerografiados, el de las mujeres sin rostro erotizadas sin permiso de la dictadura que las contextualizó. Y es además el Úrculo que un día, ya cerca del final de su vida, sustituyó el sombrero por las calaveras, las ciudades por instrumentos y alegorías literarias y la gramática del pop, de la que fue en España máximo exponente, por las suertes del cubismo. Él, que conoció a Jean Cocteau, Giacometti, Man Ray y Max Ernst, en el París de 1961, cuando solo tenía 23 años; que tendió la mano de Miró, Dalí y Amanda Lear, que se dejó querer por Visconti -le compró dos cuadros mientras rodaba 'Muerte en Venecia'-, se despidió del arte y del mundo en 2003 rindiendo pleitesía a Picasso y a Juan Gris.
Su final fue «grisiano» y «picasiano», en términos utilizados por el crítico Fernando Castro Florez, uno de los muchos que diseccionó su obra para dar verbo a la última exposición de su vida, la que el Ministerio de Asuntos Exteriores hizo recorrer por toda Asia el mismo año de su muerte.
Unos y otros «úrculos» se podrán ver hasta el 9 de abril en esta muestra que recorre todas sus etapas. También las escultóricas, pues Úrculo fue uno de esos pintores que sintió la necesidad de llevar sus planos a la tercera dimensión. En Oviedo, donde su viajero, su famoso Williams Arrensberg, se quedó detenido en bronce en la plaza de Porlier, hay varios ejemplos de esa búsqueda. Los libros apilados frente al Campus del Milán y el 'Culis monumentalibus' que arrastró polémica ante el Campoamor, dan buena cuenta de su legado en acero. Por cierto que la gran obra que linda con el teatro ovetense nació como concepto en 1977, dentro de una carpeta con nueve serigrafías en las que el creador alternó la libido con los monumentos de Madrid. Fue Camilo José Cela quien, al dotarlas de texto, creó el título que ha denominado toda una serie.
De ese artista completo también hablan las primeras tiras de cómics y las ilustraciones para cuentos que publicó en 'Triunfo' y las que vieron la luz en la revista de oposición al franquismo editada en París 'Cuadernos de Ruedo Ibérico'. Y de una manera muy singular hablan de él los dibujos que guarda su sobrino Eduardo Vázquez (hijo de María del Mar Úrculo, hermana del pintor, fallecida en 2017). No tienen fecha.
En su trayectoria destacan también dos escenografías. Una vio la luz en Gijón, estrenada por el grupo La Máscara. Fue 'La camisa', de Lauro Olmo. La otra se vio desde las gradas romanas de Mérida: 'Las bacantes', de Eurípides, en versión de Fernando Savater, para la que, además, diseñó los vestuarios. Al cine dedicó varias tardes de verano e invierno. Amigo de Garci, participaba en las tertulias televisivas de 'Qué grande es el cine'. Sobre todo cuando la película era un western. Le gustaba el Oeste y de hecho participó en un spaghetti, donde moría nada más salir. También fue protagonista. En 1977 Fernando Trueba realiza un cortometraje dedicado exclusivamente a él. No era el primero. En 1972 Luis Revenga rueda 'Stars' en el que interviene, junto a Cuixart y Cillero. Tres años después, en el 75, año en el que las vacas aparecen en su obra, este mismo director rueda 'Habitarte' sobre varios creadores. Juan Barjola y Úrculo son dos de ellos.
Toda la década de los setenta es crucial en la vida del pintor. La estrena participando en la Bienal Hispanoamericana de arte, en Medellín, donde su obra es retirada «por atentar contra la moral y las buenas costumbres». Es en 1970 cuando Visconti se enamora de sus trazos. Los descubre en la XXV Bienal internacional de Venecia, exposición a la que se sumó luego la del Museo de Arte Contemporáneo Español de Madrid, donde su catálogo, editado por el Ministerio de Educación y Ciencia, desaparece de la noche a la mañana el día de la inauguración. Se dijo que se había agotado, pero la realidad es que el propio ministerio lo retiró de circulación. Aquel chico que exponía por primera vez, con solo 19 años, en La Felguera, que se fue con una beca del Ayuntamiento de Langreo a estudiar dibujo en el Circulo de Bellas Artes de Madrid y que con 20 se trasladaría a París, ya era para entonces uno de los artistas más reputados de su tiempo. Veinte años después de su muerte, su obra sigue presente, vigente, brillante y llena de color, alegrando las almas de quien la contempla.
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