Quedamos con Luis Fega en su estudio de El Viso, Madrid. Es un lugar que respira arte, atiborrado de útiles, pintura, telas. Aquí se trabaja duro. Luis Fega tiene 70 años, pero se ve fuerte, fibroso. Me lo imagino como uno de esos griegos de ... las «cóncavas naves». Es amable, expansivo, curiosísimo. Se mueve mucho, habla mucho, pregunta continuamente por tu opinión sobre lo divino y lo humano.
–¿Qué es lo que alimenta el arte? En algún momento creo haberle escuchado referencias a Wittgenstein y lo inefable.
–Hay dos estudiosos que dejaron constancia de cuáles son las fuentes del arte. Uno es Wilhem Worringer, que escribió 'Abstracción y empatía', y venía a decir que la fuente de arte en los pueblos primitivos es la «angustia cósmica». Lo razonaba como seres desamparados en un medio hostil, que es la naturaleza, y el arte surge como un asidero existencial. Otro estudioso, Herbert Ritt, dice que dicha angustia existencial también se da en la actualidad, y en este sentido hay una pregunta que continúa siendo la misma respecto a los primitivos: no sabemos el porqué de nuestra existencia ni de la existencia del universo. Wittgenstein también habla de esto, y por esa necesidad surge el arte: tener un agarradero que disminuya el estrés vital.
–¿Luis Fega está obsesionado con la materia?
–Si nos remitimos a la física, me sorprenden ciertas cosas: la energía y la materia oscura, los neutrinos, la cuántica… todo ese misterio. Si hablamos de arte, la materia para mí es un problema, es algo amorfo a lo que hay que darle forma emotiva, y eso no es fácil. Añadir un sentimiento, una emoción a una materia amorfa, es decir, resolver ese problema, puede llegar a obsesionar.
–Tenemos mucho hablado sobre la física cuántica, el futuro casi mágico que se dibuja. En el proceso creativo de Luis Fega hay mucho de «principio de incertidumbre».
–Yo creo que las certezas son malas para el arte. Las certezas son buenas para la ciencia, pero para el arte no son tan positivas. Es mejor dejar que las cosas sucedan, y, en ese sentido, la digamos «incertidumbre» es empezar sin saber muy bien adónde quieres llegar. Lo que pasa es que somos lo que ya sabemos, repetimos esquemas, y para hacer algo que sea creativo, para innovar, es mejor situarte en un terreno que no controlas del todo. Porque, si te quedas en lo que ya dominas, vas a ser un artesano, no un artista. En cierta manera, yo «pienso con la mano», libero el gesto, no dejo que la mente interfiera del todo con la mano, y entonces puedo encontrar cosas que no me esperaba.
–Su admiración por el expresionismo abstracto norteamericano, Rothko, Pollock, Kooning, Rauschenberg… ¿Cómo han evolucionado las influencias de su pintura?
–Cuando yo empecé a pintar había muy poca información, España estaba muy aislada. No obstante, aquí había un grupo denominado El Paso, y dentro del grupo me interesaba mucho Manolo Millares, y también Saura. A mí me influenciaron los dos, porque era una pintura dramática, gestual, informalista. Después había otros que no eran tan conocidos en España, aunque eran españoles, como Picasso, que a mí me parece muy importante. Estas son las influencias españolas, y podemos añadir a Miró y Tàpies. Pero todos ellos tenían un componente de menos libertad que los norteamericanos, porque en Europa había una tradición que ellos no tenían, en Europa las manos estaban más atadas por los siglos de arte. Ese expresionismo abstracto de los americanos me influenció mucho, esa libertad, esa abstracción pura: carecían de historia, y por lo tanto eran libres de hacer lo que les daba la gana. Todos fueron muy importantes para mí, y lo siguen siendo.
–Me interesa mucho su teoría de los vasos comunicantes a la hora de expresarse en la tela.
–Más que una teoría, es un símil. Cuando yo me pongo a trabajar, a «manchar», esas manchas se van modificando de acuerdo con los planteamientos mentales que tú tengas, y, cuando la materia adquiere una carga sensible, cuando empieza a hablar por sí misma, y cuando ves que tus exigencias mentales están a la par que el resultado de tu obra, es lo que yo llamo sistema de vasos comunicantes. Todo está al mismo nivel, tu mente con tu obra.
–El paso del tiempo. ¿Cómo se refleja en su creación haber pasado de un pueblo asturiano sin agua potable en las casas, a pasar por Nueva York y París, y luego acabar enviando correos electrónicos?
–Yo nací en el Occidente de Asturias, en un momento en que estábamos más cerca de la Edad Media que de la contemporaneidad. Pasar de un mundo terriblemente analógico a uno digital es un cambio brutal. Aunque tiene una ventaja: te proporciona una vitalidad creativa, te imprime una forma de ser, no sé si más sufridora, pero sí distinta a las complacencias que hay hoy, en que todo lo tienes.
–Pierre Michon afirma que para hacer una gran obra se tiene que pagar el precio de una negra maldad fundacional. ¿Usted cómo lo ve?
–Yo diría que no, porque hay montones de genios, Mozart, Beethoven, Picasso, Klee, que hicieron obras maravillosas cuando eran niños. Ahora bien, hay cientos de artistas atormentados que hacen grandes obras, eso es innegable. A este respecto, recuerdo algunas ideas de Jung, y un libro de Karl Jaspers, 'Genio y locura'.
–El arte africano: pintan lo que ven y lo que no se ve, pero saben que existe. Podemos abundar.
–Hasta los cubistas teníamos el arte tridimensional, que se había inventado en el Renacimiento, mediante la perspectiva. Los cubistas dijeron: «Vamos a acabar con la trampa de la tercera dimensión». Y entonces cerraron la persiana renacentista y se quedaron en un plano bidimensional. Se basaron en el arte africano, Picasso se basó en él. Y los pueblos primitivos, en general, hacen arte añadiendo a lo que ven, lo que saben de lo que ven. Por ejemplo, si pintan una vaca preñada, lo pintan todo, lo exterior y lo interior. El cubismo facetó el cuadro, lo descompuso, y utilizaban la misma estrategia de lo que ven y lo que saben de lo que ven. Pintaban el concepto de las cosas, y eso enriqueció el arte europeo.
–¿Cuáles son las dificultades del artista a nivel de mercado y promoción?
–Por ejemplo, en Islandia todos los escritores reciben un sueldo del Estado. Mira qué diferencia con los artistas en España, que aquí vendes un año, y cuatro no, y da igual, porque tienes que buscarte la vida, dice el Estado. En el resto de Europa hacen medias con los impuestos, hay ayudas. Tenemos que mejorar el entorno de los artistas: leyes de mecenazgo, recuperación de la obra de los artistas que mueren sin descendencia, poder donar las bibliotecas, más ayudas… En este sentido, el arte está como algo que no importa demasiado, cuando es, tomado en su conjunto, de lo que genera más riqueza en todos los países.
–¿Qué opina del Reina Sofía?
–El Reina Sofía debería ser un museo que tuviese unas salas permanentes para artistas jóvenes españoles, que protejan el arte español, y, en cambio, no realiza esa función. Eso no iría en detrimento de las colecciones extranjeras, porque es grande de sobra.
–¿Y de Arco?
–Ídem de lienzo. Debería tener una presencia española de, al menos, el 40%, y no llega ni al 20%. Debería ser un escaparate del arte español en el mercado internacional, y en cambio, se dedica a echar a las galerías españolas.
–¿Qué le diría a Albert Boadella, que asegura que el único arte válido es el figurativo?
–Yo diría que Boadella no tiene ni idea de arte. Hay arte bueno en la figuración y en la abstracción y en otros muchos modos de expresión artística. La pintura es un lenguaje, con forma y color, que genera una emoción, y no tiene por qué ser figurativo. Además, el arte no se hace para entenderlo, sino para sentirlo, para que se cree una empatía entre la obra y el espectador. Boadella no tiene empatía hacia el arte, por lo que sea.
–Sugiérame artistas españoles ineludibles.
–Ineludibles, en la historia del arte, por país y por siglo, queda media docena de artistas, como mucho. Así de claro. El siglo XX lo tenemos cubierto de sobra: Picasso, Juan Gris, Miró, Tàpies, Saura… En el momento en el que estamos, ineludibles, no hay ninguno. En el siglo XXI no veo aportaciones nuevas por ningún lado. Hablo del arte, pero también del pensamiento. Hay un montón de buenos artistas, pero no son fundamentales, y empezando por mí.
–¿Cómo se ve Asturias desde el foro matritense?
–La verdad es que yo paso cada vez más tiempo en Asturias. Y en Madrid ser asturiano es como tener un título de nobleza, y creo que es por algo. No es solo a nivel de personas, sino de paisaje, de cómo se vive, de cómo se come. No hay muchos sitios en España tan bonitos como Asturias: yo soy del Occidente, de la zona del Eo, reserva de la biosfera, y es impresionante. De Asturias no tengo más que palabras buenas.
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