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Vuelve al lugar de inspiración juvenil, a la ciudad del aprendizaje mayúsculo, y lo hace por la puerta grande, a la sala histórica de la galería Marlborough de la calle 57, a las mismas paredes que un día poblaron grandes tan grandes como Matisse, Bacon ... y Tamayo. Hugo Fontela (Grado, 1986) inaugura en marzo en Nueva York una exposición aún sin título que traslada a la Gran Manzana el mar de Asturias, una decena de obras que respiran y huelen a este Norte y que en cierta forma cierran un primer recorrido orbicular en una trayectoria artística que solo ha hecho que empezar. «Volver a Nueva York es volver a casa», dice Fontela desde su estudio madrileño sobre este viaje de vuelta al que se enfrenta un hombre más maduro, un artista más completo y complejo. «Sigo siendo la misma persona, pero yo llegué al final de la adolescencia a Nueva York, con 18 años, entonces atinaba a buscar un lenguaje que finalmente se creó, llegué en pañales y la ciudad fue la inspiración, por los alicientes, por el entorno, la posibilidad de conocer a artistas, a gente del mundo del arte que tuvo que ver en mi camino; ahora la vuelta la veo como un reencuentro feliz con ese Hugo Fontela recién llegado deseoso de pintar y de hacer cosas, de reafirmarse como pintor», reflexiona.
Arribó ansioso de buscar su camino y dio con él. Transitó de los muelles y los callejones de Nueva York a los paisajes japoneses, navegó por el Golfo de México tras el impacto del huracán Katrina, se empapó de Río de Janeiro para regresar de nuevo a España, donde se instaló hace tres años, para mirar al Norte que le vio nacer con ánimo de ponerlo ante los ojos del mundo y que su mar y su mundo se conviertan en vivencia universal. «Vivo en Madrid, pero la ciudad no ha tenido ningún impacto directo en mi pintura; pero sí la vuelta a España, a mi tierra, a Asturias, ha tenido mucho que ver en estas pinturas, continuidad de ‘Norte’, la serie que expuse el año pasado en Barcelona. Está sumida, concentrada, esa esencia de Asturias, pero lo está también la esencia de las personas que les gusta el mar, lo que hace que sean universales, que cualquiera pueda comprenderlas». Son un elogio del agua del que se puede hacer diferentes lecturas y que plástica y estilísticamente enlazan con toda su obra anterior y repiten elementos comunes. Son el agua, la abstracción, la figuración en medio con algún punto de referencia, un palo, una roca, un tronco... «Yo destacaría de estas obras la continuidad y el vínculo asturiano y, al mismo tiempo, esa universalidad», anota el artista a modo de conclusión.
Son obras recientes de dos formatos: un metro por un metro y un metro treinta por uno cincuenta. «No son excesivamente grandes, invitan al recogimiento, a la reflexión». Él aún también tiene reflexiones pendientes. Porque aunque la muestra se inaugura el 15 de marzo, algunas de las obras (todas ellas elaboradas sobre lienzo en técnica mixta, con acrílicos, dibujo, carbón, pintura en espray, barnices industriales... ), no están aún concluidas. El trabajo no se detiene en el estudio de Pueblo Nuevo, en ese espacio mágico al que Fontela acude a diario, haga frío o calor, llueva o nieve. «A la inspiración hay que ponerle muchos ladrillos y conocer la dirección en la que hay que colocarlos para saber lo que quieres construir», dice el artista, sabedor de que no basta con talento, que el esfuerzo y el trabajo continuo están detrás del éxito, que no es otra cosa que encontrarse con las miradas del público y que este le dé el visto bueno a su trabajo. «Esta es una carrera de fondo, el talento se revalida día a día, obra a obra, exposición tras exposición», concluye. Y más en un caso como el suyo, en el que aunque el camino recorrido ha sido largo desde que con 19 años ganó el Premio BMW de pintura, aún quedan miles de sendas por explorar. Es un pintor joven con mucho que crear en el estudio.
A su llegada a Nueva York, los lienzos se alimentaban de pinceladas en el Soho; después, en Brooklyn, ahora es más allá de Las Ventas donde se ha instalado ese laboratorio de arte que ha de ser y es el lugar de creación. Allí hay un par de retratos de Picasso, otro de Piñole, muchos recortes de revistas, un reportaje sobre Chillida, fotografías del Peine de los Vientos, de rocas, de muelles, un sinfín de imágenes que son aliento y musa, que incitan el genio y el ingenio. Porque el trabajo del artista bebe de aquí y allá, es una búsqueda sin tregua ni horario ni fecha en el calendario. «Esto es un laboratorio, hay experimentos que llegan a buen puerto, otros que se deshacen, que sirven de inicio al siguiente, es un toma y daca diario, es muy enriquecedor, es un aprendizaje, es así como indago en las posibilidades de la pintura y de la imagen», resume.
La suya es una exploración constante, una búsqueda que se nutre con toda la información que se almacena en la biblioteca, de los rastreos en el ipad e incluso de la música que suena brocha o pincel en mano, que puede ir de María Callas a una ranchera, de la música clásica al sonido de la radio que vomita información sin descanso... Todo ayuda a componer ese universo pictórico de Hugo Fontela que continúa multiplicándose y que alcanzará muy pronto en Nueva York un eco inmenso. «Es una oportunidad, la galería te ofrece un contacto con el público y depende de qué galería ese público es más amplio, más específico; esta exposición puede hacer que mi obra llegue a más gente, sea más divulgada, y el éxito de cualquier artista es ese, que su trabajo se divulgue, de modo que me siento muy afortunado de tener este escaparate».
Hay dos salas en la galería clásica de la Marlborough en Nueva York. Fontela ocupará la sala pequeña; la grande será para el artista franco-chino Zao Wou-Ki, fallecido en 2013. «El hecho de que coincidamos enlaza nuestros trabajos y me hace especial ilusión», subraya el artista.
El viaje de vuelta está en capilla. Y Fontela, a su regreso a España, advirtió por vez primera el valor que el viaje ha tenido como elemento vertebrador de su pintura. Volver a los orígenes es también una forma de crecer y de cerrar un círculo: «Cuando estaba en Nueva York me traje muchas cosas de allí a España; ahora me doy cuenta de que hago un poco lo contrario, rescato la inspiración española y asturiana para acercarla a la Gran Manzana; en ese aspecto confío en que quien me conoce más haga esa lectura, y quien no, pueda evocar con mis obras su propio mar y sus propias vivencias».
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