Veinte años se cumplirán en junio de su muerte. Nació en Ceuta en 1926 y falleció en Madrid en 2001 Amador Rodríguez Menéndez, pero fue Asturias el lugar en el mundo de este creador de geometrías que dejó una inmensa huella en la escultura ... española del siglo pasado, un imprescindible que el verano próximo volverá a exponer en casa.
De familia asturiana, se crió Amador en Cangas del Narcea y siendo un guaje ya trabajó como aprendiz de carpintero de carros. Comenzaba así el camino artesanal que le habría de conducir a la escultura no sin antes hacer otras escalas vitales. Ya hecho un chaval se fue a Madrid, en plena posguerra, estudió Comercio y acabó opositando y convirtiéndose en 1947 en técnico en el Ministerio de Hacienda. Pero su universo estaba más en los talleres que en las oficinas y pronto se inició como artista, pero curiosamente se estrenó con la pintura. Cuenta Soledad Álvarez en la entrada del Diccionario Biográfico Español que se hizo escultor cuando los trazos de la pintura comenzaron a «engordar y a conferir a los cuadros una naturaleza corpórea». Y entre 1958 y 1960 se empapó de expresionismo para hacer unas obras en las que el hierro y la madera tomaban protagonismo. «El figurativismo de temática humana de esas primeras piezas tiende a desaparecer desde 1959, cuando el escultor inicia una investigación sobre el espacio plástico que le ocupará a lo largo de su trayectoria creativa posterior», relata Álvarez en una biografía que revela las influencias de Ángel Ferrant. También estaban ahí Henry Moore y Alexander Calder para ir forjando su personalidad única.
Pero si hubo un nombre propio que le marcó fue el de Jorge Oteiza. A mediados de la década de los sesenta conoce al escultor vasco y todo cambia. Indiga a partir de entonces sobre la desmaterialización de los cuerpos geométricos y se sirve del hierro para obrar arte. Es entonces cuando desarrolla las series de la Escultura redonda, con las que acude a la Bienal de Venecia en 1968, y del Cubo, con las que trabajaría hasta los noventa.
Ya es en aquella época Amador un artista de enorme proyección nacional e internacional. Pero su viaje, su investigación de las formas, todavía estaba en ciernes. En los sesenta su búsqueda de la naturaleza espacial deja paso a la basada en principios matemáticos que anhelan la esencialidad formal y la perfección numérica. 'Tetraktys' (que alude a esa figura pitagórica triangular formada por diez puntos ordenados en cuatro filas, con uno, dos, tres y cuatro puntos en cada fila) llegaría en 1972 a la Bienal veneciana y es el principio de una larga serie escultórica sobre mármol, granito y alabastro que rotulará y guiará el devenir de toda su trayectoria posterior, marcada por la obsesión y la pasión por desvelar la esencia numérica de las figuras geométricas. Nacen así de su genio e ingenio unas obras de proporciones armónicas, esenciales en la forma y equilibradas en los volúmenes. «Desde la esfera inicial, el proceso de desmaterialización se trasladó hacia otras formas geométricas, como la pirámide, el prisma, el cilindro y, por supuesto, el cubo, que a partir de 1967 se convirtió en motivo principal de sus investigaciones», señalaba María Soto Cano en un texto de presentación de muestra que se realizó en la Junta General del Principado en 2016.
Recorrió el mundo con esa matemática y esa lírica el creador que además de en Venecia estuvo en las bienales de Alejandría y Sao Paulo y la Trienal Europea de Escultura de París, habitual de todos los certámenes españoles de escultura y que participó en más de 250 muestras individuales. Pero es que además su arte se ubica en espacios públicos de ciudades españolas, europeas y americanas y forma parte de las colecciones del Reina Sofía, el Museo de Arte Moderno de Barcelona, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el de Arte Moderno de Sevilla, el de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, el Middelhim de Amberes o el Museo de Arte Contemporáneo de Finlandia. Pero su obra tiene un lugar destacadísimo en la región, y muy especialmente en dos espacios: el Museo de Bellas Artes de Asturias, que en 2014 recibió la donación de 18 de sus obras escultóricas y otras tres más en depósito y que contaba ya con piezas anteriores fruto de donaciones y adquisiciones, y el Evaristo Valle, que las conserva en interiores y las luce orgulloso en sus magníficos y escultóricos jardines.
Pues bien, a las obras que conservan esos dos espacios ha recurrido la asociación As Quintas para organizar su gran exposición del verano. Si el año pasado se rindió tributo a Martín Chirino y el anterior el protagonismo lo tuvo el pintor Pelayo Ortega, ahora es Amador quien tomará el espacio de La Caridad. «Va a ser una gran exposición y estará compuesta por esculturas y 'collages'», asegura Pepe Fernández, miembro de la directiva de As Quintas, quien confirma que ya se ha comenzado a trabajar y se cuenta con el visto bueno de los dos museos. Lo que no se sabe aún es qué obras se podrán ver, porque está pendiente de confirmar quién se encargará de comisariar la muestra. «Pensamos que pueden ser entre 10 y 15 esculturas, va a depender de la obra que se seleccione y cómo se disponga, y en torno a 15 collage». El 7 de agosto abrirá sus puertas e inicialmente las cerrará el 19 de septiembre, aunque no se descarta que se pueda alargar un poco más.
La asociación As Quintas lleva años trabajando duro y con entusiasmo en llevar exposiciones de gran nivel a un área rural alejada de los grandes museos y núcleos culturales. Y lo están consiguiendo con nota: «En La Caridad se puede hacer una exposición igual que en cualquier otro lugar, lo importante es la disposición de los artistas, o en este caso los museos, y siempre es extraordinaria», relata Pepe Fernández, que destaca el papel de Herminio en este proceso. «Tratamos de cuidar la calidad de las exposiciones y todos los aspectos de alrededor». La muestra se completará con talleres y con visitas guiadas para presentar de forma detallada y completa la figura del gran creador.
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