ALEJANDRO CARANTOÑA
Domingo, 30 de abril 2017, 00:46
Hace ya tres años que saltó la liebre de las incompatibilidades entre la enseñanza y la práctica artísticas, cuando a Aarón Zapico le fue denegado el permiso para «saltarse» una clase que impartía en el conservatorio, doblar la esquina, entrar en la catedral y dirigir a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias en el 'Mesías' de aquel año.
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Desde entonces, su situación particular no ha cambiado mucho. Por eso hace un par de semanas desató una campaña mediática y de firmas con el fin de que el consejero de Educación y Cultura, Genaro Alonso, tomara cartas en el asunto. De momento, sin éxito.
Excluida de la ecuación la obviedad de que es más que pertinente que los docentes de artes actúen, toquen y existan todo lo posible, y dejando también a un lado el prestigio o renombre del artista en cuestión (amén del ruido que pueda hacer), lo más llamativo de este caso y de todos los demás es la calma de los responsables directos. El jueves Alonso afirmó en la Junta General del Principado, preguntado al respecto, que en los últimos tres meses solo se han rechazado cuatro de las cincuenta solicitudes de compatibilidad presentadas, pero que así y todo seguirán «buscando una solución». Dicho de otro modo, afirmó que el problema no existe.
Es una forma de ver las cosas que recuerda también a los últimos avatares de Laboral, donde nada ocurre y la sentencia en contra por los despidos de sus trabajadores no es relevante y todo está encauzado y da lo mismo el cierre durante tres meses al año y tres días a semana. La lista es larga. Previsiblemente, el siguiente discurso tendrá que ver con que existe una alianza política u oscuros intereses, cuando la realidad es que ninguna de las voces discordantes con las políticas del Principado lo hace a mala fe ni, mucho menos, alineada con algún grupo de la oposición. La prueba está en que errores se cometen siempre y en todos los estamentos, y que por tanto nunca falta la crítica respetuosa e incluso solidaria, ostente quien ostente el poder. (Harina de otro costal es la gracilidad con la que algunos personajes se han subido a estos trenes.)
Sin embargo, y en el caso concreto del área de cultura, se perpetúa una tendencia a intuir oscuros propósitos en los actos ajenos. Pero esta perspectiva no se aguanta: el consejero bien podría haber reconocido que el problema es grave y buscarle una solución (no solo anunciarlo); también está a tiempo de apearse de la defensa numantina del modo en que se han hecho las cosas. Con naturalidad y calma: esto no es Fomento, no es Empleo, no es Sanidad, no hay tantos intereses en juego ni potentísimos sindicatos afilando las armas. No le va a costar caro. Hay que tener claro que en el ámbito cultural español en general y en el asturiano en particular lo que reina es una voluntariedad a prueba de bombas. A diferencia de otros campos, como la enseñanza, los culturetas regionales lo tienen fácil para migrar hacia aguas más cálidas: incluso la cainita Madrid es más agradecida. Sin embargo, eligen quedarse, toquen barroco o rocanrol, pinten cuadros o compongan diccionarios, y o bien nuestros líderes son tan cándidos como para creer que vivimos en la tierra de las oportunidades, o bien no se han preguntado por qué. Quizás esa respuesta se parezca mucho a la de la pregunta que nos ocupa: ¿Qué interés tienen en dar clase y conciertos a la vez? Así las cosas: ¿Quién tiene mayor interés en desfacer el entuerto?
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