Rubén Figaredo
Jueves, 5 de octubre 2023, 21:50
Atodo el mundo le suenan nombres como Aznavour, Agassi, Cher o Kardashian, pero no todos saben que estos nombres pertenecen a armenios que emigraron a causa de la convulsa historia de su país, o nacidos en la diáspora. El libro bíblico del Génesis describe como ... Noé se posó en el Monte Ararat, cuando el agua se retiró después del diluvio. Según narran las escrituras, lo primero que hizo el constructor del Arca cuando bajó a tierra firme fue plantar una viña. Curiosamente, la arqueología ha identificado en la cueva armenia de los Pájaros la bodega más antigua de la que se tiene noticia, en la que ya se hacía vino hace seis mil años. Recorriendo sus montañas, pobladas de monasterios milenarios, uno tiene la sensación de que fue aquí, en el corazón del Cáucaso, donde la historia comenzó. No es en vano que a los humanos de raza blanca se les llama caucásicos, con ese afán clasificatorio propio de los tratados de antropología o las fichas policiales. Cuando repasamos su historia resulta difícil encontrar un pueblo que tuviera que enfrentarse a tantas dificultades. En su condición de puente entre Oriente y Occidente, por su territorio pasaron asirios, persas, romanos o mongoles. El país sufrió invasiones, saqueos y terremotos, y perdió el 70% de su población en el primer genocidio de la historia contemporánea.
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Decía Paul Claudel que la tragedia es un prolongado grito ante una tumba mal cerrada, eso lo sabemos muy bien en España, subcampeona en sepulturas irregulares, solamente detrás de Camboya. El exterminio por odio no es ninguna novedad, sin tener que acudir al Corán, el Antiguo Testamento está poblado de masacres con nombres, propios de crucigrama: los amalacitas y medianitas fueron eliminados en nombre de Jehová, esbirros de Agamenón sojuzgaron a los pobladores de Príamo en la Guerra de Troya, y la muy democrática Grecia liberó a Delos del bullicio de sus habitantes cuando esta ciudad se negó a apoyar a Atenas frente a Esparta. Podríamos añadir decenas de ejemplos en una especie de 'Historia Universal de la Infamia' que transita desde el Cartago arrasado por Roma a la matanza de judíos cordobeses; el terror mongol contra los iranios o las matanzas de cristianos por los japoneses. Lo que distingue a los armenios es su sentido de identidad inquebrantable y su resiliencia ante unas adversidades que consiguen unirles y hacerles más fuertes. Esta semana, 24 horas después de que el ejército de Azerbaiyán lanzara una ofensiva en Nagorno-Karabaj, las fuerzas étnicas armenias aceptaron los términos para un alto el fuego propuestos por Rusia. La comunidad internacional no reaccionó, y Armenia volvió a quedarse sola.
Si hay una actitud invariable a lo largo de la historia, con respecto a la barbarie, es la abstención social, judicial y política. El silencio cómplice de la población no afectada directamente va convirtiendo paulatinamente el asesinato planificado como algo normal, en virtud del relativismo egoísta de pensar que las cosas son así y que nada podemos hacer para evitarlo. El horror engendra horror, como una maligna cadena trófica que va devorando la moralidad colectiva y la desmemoria y la ignorancia selectiva convierte en «nazi» o «fascista» a cualquiera que se oponga a nuestras opiniones.
Yerebán no cree en lágrimas y los turistas turcos de origen armenio circulan libremente por un país que no se escuda en el odio nacionalista, mirando al futuro como contempla cada mañana el Monte Ararat, su símbolo nacional, ocupado por los turcos tras la Primera Guerra Mundial. Para viajar a la Armenia Oeste hay que hacerlo desde Georgia. Allí yacen entre la nieve las ruinas de la antigua ciudad de Van y la histórica capital de Kars, que quedaron del lado de Turquía, un país en el que la simple referencia pública al genocidio armenio puede llevarte a la cárcel. Como producto de la presión de Israel ante el gobierno de Estados Unidos, los norteamericanos no reconocen el genocidio armenio. Aparece entonces el artificio que hay detrás de esta búsqueda de la exclusividad del dolor. Las matanzas indiscriminadas y el concepto de genocidio, en vez de ser una advertencia para la humanidad entera, se confisca y transforma en una fuente de ventajas morales y políticas ilimitadas, que autoriza y absuelve de todos los abusos. La exhibición repetitiva de las desgracias de los demás en periódicos y televisiones va volviendo estas desgracias poco a poco en invisibles, e inclina a la población a escoger sus «víctimas favoritas», sustituyendo a una filosofía humanista básica, que no ponga precio a las víctimas según la mayor o menor simpatía que sean capaces de generar. Una memoria que no se reavive por el recuerdo tiende a apagarse. Los recordatorios y las agendas son siempre una consecuencia de la falta de memoria y es necesario organizar los materiales del pasado para pasar página.
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La religiosidad popular es una de las cosas que más llama la atención del viajero. La Iglesia Armenia es la más antigua del mundo. En el 301 adoptaron el cristianismo como religión oficial del estado, doce años antes de que lo hiciera Roma. Su máxima autoridad apostólica no reside en el Vaticano, ellos poseen un jefe espiritual, el 'catholicos', que dirige una institución que a pesar de su rigurosos aspecto preconciliar admite el casamiento entre sus sacerdotes y acepta el divorcio entre sus fieles. Las iglesias están llenas de personas que acuden por fe, no como una costumbre social superficial. Los monjes que ocupan sus monasterios son un ejemplo de simpatía y apertura con los forasteros, multiplicando guiños y bendiciones. Después está su deliciosa comida, sus vinos y coñacs, o el agua que surge de cientos de fuentes públicas, producto del deshielo y baja en sales, que genera en el viajero algún que otro desarreglo intestinal. Si en su próximo viaje no sabe dónde ir piense en Armenia, me lo agradecerá.
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