Él mismo lo dejó dicho: «Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho». Un poema titulado 'Cumpleaños' habla así del tiempo que pasa raudo. Tanto, que en septiembre de este 2025 hubiera llegado a los cien años. Pero Ángel González es eterno, ... incombustible. Sigue vivo en cada palabra puesta en su lugar certero, en cada verso, en los recuerdos de todos los que le quisieron y aún le quieren y añoran. Cien velas hubiera soplado de no haberse ido un mes de enero de 2008. Cien velas vividas año a año muriendo mucho y viviendo más todavía. Vivió con ganas y esa vida se celebrará este año con programas de actividades específicas que aún se están cocinando.
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Desde la Cátedra de la Universidad de Oviedo –que le rinde tributo y cada año alienta con un premio la investigación sobre su obra– se pretende organizar un programa específico para conmemorar el centenario, pero por el momento no hay nada concreto. Lo mismo sucede en el Instituto Cervantes, que dirige el que fuera gran amigo de Ángel Luis García Montero, desde donde confirman actividades vinculadas a la efeméride, lo mismo que desde el Gobierno del Principado de Asturias. Esas tres piezas, Universidad de Oviedo, de la que Ángel González era doctor honoris causa, la Consejería de Cultura y la institución que vela por la lengua y la literatura española en el mundo unirán fuerzas para poner en marcha un gran congreso internacional, según confirman fuentes del departamento que dirige Vanessa Gutiérrez. No hay fechas ni contenidos, pero sí esa voluntad de unión y el deseo de homenaje en torno a una figura incuestionable.
Por mucho que el poeta merezca un año completo y hasta una vida entera recordándole, nada se sabe a día de hoy de lo que acontecerá. Solo en la Semana Negra, a la que Ángel González estuvo vinculado desde los años noventa y cuya siempre concurrida velada poética creó y protagonizó con noches memorables mano a mano con Joaquín Sabina, se han puesto a funcionar. Además de invocar su memoria en la cita de medionoche, como lleva sucediendo desde que falta, habrá una serie de actividades que atravesarán todo el festival, según confirma su director, Miguel Barrero.
Todas esas citas recordarán la su obra y toda la peripecia vital que le llevó a ser quien fue, una figura fundamental de la poesía española de la generación del cincuenta, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985 o Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996... Pero fue sobre todo un buen tipo muy respetado y querido por su forma de ser y por esa poesía sanadora, reveladora, narrativa, realista, nostálgica... Y bella por encima de todo lo demás.
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No tuvo una infancia fácil el poeta que estudió Derecho y Periodismo y que llegó a la poesía gracias a una tuberculosis. De 1925, cuando nació un 6 de septiembre en Oviedo, la «ciudad de sucias tejas», a 1936 hay once años, los que él tenía cuando empezó la guerra que había de marcar su obra posterior. Lo confesaba así en una ocasión: «A mí no me cabe ninguna duda, después de haber escrito la poesía que escribí y de haberme leído un poco (...), la poesía es un excelente medio de autosicoanalisís y me di cuenta de que ese mundo perdido era en el fondo la Guerra Civil y la pérdida de la causa que representaba la República española, una causa en la que todo mi mundo infantil había apostado y esa derrota colectiva se va a transformar también en una derrota personal y familiar muy concreta». Esas ilusiones y esperanzas las tranformó en arte.
Dijo ser el «éxito de todos los fracasos», «la enloquecida fuerza el desaliento», hiló palabras para darles forma monumentalmente hermosa capaces de contarse y contarnos. «Escribió hablando y callando; leer sus versos es escucharle a él también en silencio, ensimismado, con su cigarrillo en la mano, pidiendo un poco más de hielo y de noche», dejó impreso Juan Cruz sobre el poeta que alumbró negro sobre blanco libros como el citado 'Áspero mundo', que inició en 1955 su producción literaria, 'Sin esperanza, con convencimiento', 'Grado elemental', 'Tratado de urbanismo', 'Breves acotaciones para una biografía', 'Prosemas o menos', 'Deixis en fantasma», 'Otoño y otras luces' o 'Nada grave', la obra póstuma que editó Visor al poco del adiós de un hombre que fue profesor en la Universidad de Nueva México, en Albuquerque, y que vivió en sus últimos años a caballo entre España y EE UU.
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No fue nada poético lo que sucedió a su muerte. La Fundación Ángel González no llegó a buen puerto en medio de polémicas entre su viuda, Susana Rivera, y algunos de sus patronos, como Luis García Montero, y en todo este tiempo, pese a que la Universidad de Oviedo le ha dedicado una cátedra, no ha sido posible que su pequeño legado, sus papeles y sus poquitas cosas, se conserven en su tierra, bien en ese ámbito académico o en el de la Biblioteca de Asturias. Quizá ese congreso internacional sirva para impulsar esa vieja aspiración de Asturias. Por suerte su legado es otro e inmenso, el de la libertad y la verdad, el fuego de la vida y «la pasión volcada y sin salida». «Esto es un poema. /Aquí está permitido fijar carteles,/ tirar escombros, hacer aguas». Palabra de un poeta único.
Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.
Me arrepiento de tanta inútil queja,
de tanta
tentación improcedente.
Son las reglas del juego inapelables
y justifican toda, cualquier pérdida.
Ahora
sólo lo inesperado o lo imposible
podría hacerme llorar:
una resurrección, ninguna muerte..
Trabajé el aire
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego;
humo son mis obras,
cenizas mis hechos.
...Y mi corazón
que se queda en ellos.
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz-cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
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