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El pintor Adolfo Meana López (La Riera, Trubia, 1884-Gijón, 1966) tuvo una vida «de película», empieza a contar su nieta Justina Meana, historiadora del Arte que creció «rodeada de cuadros y aguarrás» y que acaba de cumplir el sueño más anhelado por su padre, ... Ulises Meana, por el que «luchó hasta el día en que murió»: ver que «al fin logrará el reconocimiento que merecía en su tierra», porque la familia está a punto de formalizar el depósito de algunas de sus obras -varios óleos y una escultura- en el Museo de Bellas Artes de Asturias.
Nacido en el seno de una familia humilde, de ideales republicanos, obrero en su adolescencia, Adolfo Meana -que, además de pintor, fue un prestigioso decorador, publicista y escenógrafo- se impuso a su «carácter introvertido» y apostó por su temprana vocación artística trasladándose primero a Oviedo, donde acudió a la Escuela de Artes y Oficios, y, luego, a Gijón, donde empezó a trabajar en una casa de decoración y acudió a las clases de Dibujo, Pintura y Modelado impartidas por Fernando Pallarés en el Instituto Jovellanos y a las sesiones nocturnas del Ateneo Obrero.
Su primera aparición pública como pintor tuvo lugar precisamente en los Certámenes de Trabajo de la ciudad, en los que obtuvo los diplomas de la Cámara de Comercio y de la Comisión de Festejos. Y, de allí, «sin dinero, con la idea de trabajar en cualquier cosa y ser copista del Prado», marchó a Madrid, donde fue protegido por Fernando Íñigo, profesor de la Escuela de San Fernando, que también le impartió clases, como recuerda del crítico Luis Feás, uno de los principales impulsores del depósito y para quien la familia guarda «un profundo agradecimiento, al igual que para el director del Bellas Artes, Alfonso Palacio». Un arduo camino hacia la creación que le llevó después a viajar por distintas ciudades españolas y, finalmente, «tras ser llamado a filas para combatir en Marruecos», a Francia.
Desde Burdeos, en 1911, se embarcó hacia Estados Unidos y, luego, a México. Pero el estallido de la revolución le obligó a fijar su residencia en la ciudad fronteriza de El Paso, donde se dedicó a enseñar pintura y dibujo en los bajos del Teatro Crawford y donde conocería a la que se convertiría en su mujer, Teresa Sierra, india tiwua, que sería también su musa y con la que tendría cuatro hijos.
En esa ciudad tejana se organizó su primera muestra individual, celebrada en 1914, y en la cárcel de Fort Bliss pintó su retrato del expresidente mexicano Victoriano Huerta. Una dedicación a la pintura que alternaría con la decoración, la escultura, el dibujo publicitario y su trabajo como escenógrafo.
«Hasta que Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, lo volvieron a llamar para alistarse y dijo que ni hablar». Así que, en 1917, la pareja hizo las maletas rumbo a Cuba, donde Adolfo Meana consiguió por fin el éxito con sus exposiciones y, sobre todo, con los retratos publicados en la revista 'Bohemia'. Y en la isla caribeña -«donde sí goza de un gran reconocimiento y varios de sus cuadros se exponen en el Museo Provincial de Cienfuegos», apunta su nieta-, se dedicó también a la enseñanza hasta 1934, cuando regresó definitivamente Asturias para encontrarse, «en pleno octubre, en Trubia, de nuevo con el estallido de otra revolución».
Un azaroso periplo vital que concluye en Gijón, donde abrió su conocido estudio-academia en la calle Cabrales, por el que pasaron numerosos jóvenes artistas, al tiempo que seguía ejerciendo como decorador y dibujante publicitario.
Lo más popular desde entonces en su producción artística son sus paisajes de la ciudad y sus alrededores y, sobre todo, su monumental obra titulada 'Progenie', en la que hizo una personal interpretación del mundo hispano, que tan bien llegó a conocer tras veintitrés años de estancia, aventuras y desventuras en América.
Y, entre las obras que ahora se van a depositar en el Bellas Artes, «sobresale por encima de todas un excepcional autorretrato que viene a reforzar la galería de artistas autorretratados que poco a poco ha ido construyendo el Museo», según explica el director de la gran pinacoteca regional, que refuerza, al tiempo, «su política de completar aquellas lagunas que todavía pudiera haber en sus colecciones de arte asturiano, así como de recuperación de patrimonio para la sociedad».
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