En 'La infiltrada', Arantxa Echevarría cuenta la historia de la única policía nacional infiltrada en ETA, durante ocho años, y detrás de su éxito de taquilla se encuentra la productora María Luisa Gutiérrez, que en su día tuvo un sueño: llevar esta historia feroz a ... la gran pantalla. Una historia feroz que ha contado con una protagonista que ha conquistado e impactado al público, Carolina Yuste (Badajoz, 1991), que da vida, desde la excelencia y una entrega sin red, a Aranzazu Berradre Marín, «pseudónimo con el que se infiltró una policía nacional en la banda terrorista ETA cuando contaba apenas 20 años. La joven logró adentrarse en la izquierda abertzale, siendo la única mujer que convivió en un piso con dirigentes de ETA. Tuvo que cortar lazos familiares, todo para poder desarticular el comando Donosti en un momento crucial en el que la banda declaraba falsamente estar en tregua». A la actriz le gusta la pensadora francesa Simone Weil, y comparte esta reflexión suya: «Amar a un extraño como a sí mismo entraña como contrapartida amarse a sí mismo como a un extraño».
- ¿A veces qué?
- Hablo tanto que mis amigos me tienen que mandar que me calle de una vez [risas].
- ¿Cómo se movía por el mundo la niña que fue?
- La niña que fui era muy revoltosa y tenía mucha inquietud por saberlo todo. Energía me sobraba, y cuando me enfadaba, me enfadaba mucho.
- ¿Por qué se enfadaba?
- Siempre he tenido un impulso en contra de las injusticias, de las que siempre he sido muy consciente. Me sigue pasando: veo lo que hay de injusto en el mundo y me entran ganas de modificarlo, de no estarme de brazos cruzados... Pero también desde siempre he sentido la necesidad de estar en calma, de estar bien para poder disfrutar de la gente a la que quiero y de hacer las cosas que me gustan. Vivimos sólo una vez, no hay tiempo que perder. Así me paso la vida: queriendo ser feliz y buscando la calma, y a la vez rebelándome contra las injusticias y complicándome la existencia.
- ¿Fue líder?
- Depende de la temporada de la que hablemos. En el colegio desde luego que no, porque allí me hicieron 'bullying'. Tuve la mala suerte de que una muchacha me cogiese manía. Esa experiencia en la infancia hizo que, durante la adolescencia, yo que era extrovertida y tenía carácter, muchas veces me quisiera esconder para no tener problemas. Sentía vergüenza al pensar que esto me estaba pasando... Sé que tengo conciencia social y colaboro en todo lo que puedo porque yo también he sido víctima de injusticias.
- ¿Cómo sobrevivía al 'bullying'?
- Bailando, ¡la danza me ha ayudado mucho! [Ahora practica baile en barra] Entonces no era consciente, lo soy ahora. Tenía calvas en el pelo del nivel de ansiedad que sufría, del estrés. Siempre he bailado, y creo que el baile ha sido un refugio para mí, un espacio donde podía liberarme de la ira y la rabia que sentía. Es duro sentir el machaque, que te maltraten... Al principio, estás flipando con la vida, todo es nuevo y te parece increíble, y de repente aparece la violencia y... ¡joder, es duro!
- ¿Usted perdona?
- [Largo silencio] Creo que perdonar es lo que quiero y deseo hacer. En el camino que yo quiero recorrer, el perdón es importantísimo. Al final, tienes que entender que, en general, todo el mundo intenta hacerlo lo mejor que puede, pero no sabemos relacionarnos...; personalmente, aprendí que para ser feliz había cosas que tenía que dejar atrás. Pero, más que de perdón, prefiero hablar de reconciliación.
- ¿Qué procura usted?
- Entender a las personas que tengo enfrente, algo que a veces me sale mejor y otras peor. También es verdad que estoy en una posición en la que me siento muy agradecida con la vida, lo cual no quiere decir que a veces no me cague en todo; vale, pero no pierdo de vista que lo importante es apostar por la reparación, el amor y la luz. Y cuesta, ¡eh!, pero merece la pena aunque tengas que tragar saliva a veces para no estallar. Lo importante, a día de hoy, es entender que en la vida pasas por procesos duros, oscuros y emocionalmente complejos. Hay que transitarlos para intentar tener cada vez mejores herramientas y más conocimiento sobre una misma y lograr que ese proceso sea sano. Estar triste y no estar sufriendo, son dos cosas diferentes.
- ¿Camina sola o con ayuda?
- Depende del momento, caminar sola es imposible. Somos todos bichos sociales, y yo he tenido la suerte de ir encontrándome con un montón de gente, no siempre terapeutas, digamos, que en momentos de quiebra que he tenido me han rescatado y me han hecho ver cosas que no veía; tengo claro que tener buenos amigos es muy importante. A mí hay gente que me ha hecho crecer.
- ¿Qué ha aprendido usted sobre ETA y sobre nuestro país tras esta aventura de 'La infiltrada'?
- Que lo verdaderamente importante, para poder construir algo mejor, es poder hablar de lo que somos y de lo que hemos sido. Si queremos avanzar, no sirve de nada seguir anclados en una realidad que ya no existe. Es necesario perdonar, reparar y reconciliarnos; no podemos seguir machacándonos, y usar a ETA como un arma política debería estar prohibido. Hay mucha gente herida, y cuando hay mucha gente herida a la que les han matado a familiares, cuando hay madres y padres que han perdido a sus hijos, a manos de ETA o del GAL...; hay que tener empatía, hay que tener claro que no puedes usar a las víctimas en beneficio propio. Algo que para mí ha sido muy sorprendente es la gran acogida que ha tenido la película porque, dado el tema que trata, pensé que a saber lo que pasaría con ella. La está viendo mucha gente, y eso para mí quiere decir que estamos sanando, pudiendo ir mirando de frente a las heridas y los traumas...; tenemos que aprender que en esta puta vida, coger un arma no soluciona nada, que nada se arregla cargándote a otro ser humano.
«Usar a ETA como un arma política debería estar prohibido»
Cuenta Carolina Yuste: «Hubo días en los que viendo documentales y leyendo sobre sus asesinatos, tenía que parar ante tanto horror. Si tienes algo de sensibilidad, ¿cómo no estar con las víctimas? Pero mire en el mundo en el que vivimos hoy: sigue habiendo gente que asesina a cientos de hombres, mujeres, niños, ancianos...; gente que construye armas, que vende armas, ingenieros que fabrican bombas, físicos que las piensan, matemáticos que hacen ecuaciones para que hagamos armas cada vez mas letales...; si lo piensas en serio, te pueden entrar deseos de dejar de vivir».
- Hay un momento en la película en la que su personaje y el que interpreta Iñigo Gastesi, que da vida al etarra Kepa Etxebarría, casi rozan el romance. ¿Qué sintió en estas escenas?
- Los seres humanos somos seres humanos. Si tú estás casi dos años de tu vida con una persona las veinticuatro horas del día, aunque en principio se supone que esa persona está en las antípodas ideológicas y vitales de ti, estoy convencida de que puedes encontrar lugares en común y, a partir de ahí, incluso engancharte emocionalmente, aunque luego la realidad te pegue una hostia. [Kepa Etxebarría] era un chaval que por convicción ideológica, y a veces las convicciones ideológicas son muy peligrosas, consideraba que estaba en posesión de la verdad. Pero hay un momento en el que dice: '¿Qué habría pasado si nos hubiésemos conocido en otro contexto?'. Me gusta creer que todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, y esto lo digo claramente desde mi parte racional.
Futuro oscuro
- Acaba de regresar a España, ¿qué percibe usted?
- He estado currando fuera, en Chile, y lo que veo es mucha insatisfacción, y no sólo en España, en Europa en general. Veo mucha insatisfacción, mucha tristeza, mucha ansiedad, sobre todo en la gente joven. Se ve el futuro muy oscuro, y noto a la gente cansada, agotada, trabajando muchísimo para sobrevivir y teniendo muy poco tiempo para vivir la vida. Está todo como preparándose para estallar, y reconozco que me asusta. Todo va de forma muy acelerada, y es fácil pensar en que el sistema terminará colapsando. La cantidad de precariedad que hay es una barbaridad, y la violencia que vivimos: entre países, contra las mujeres... Y ahí estás tú, un ser humano muy chiquito manejando toda esta información y preguntándote qué puedes hacer. Eso tú, que a lo mejor no estás muy cansado, ni muy explotado, y la vida no te va mal; pero imagínate a esa gente que está muy cansada y que no ve enfrente ninguna posibilidad de mejora...; creo que está todo al borde de explotar, y me da miedo aunque a veces pienso que igual hasta nos hace falta que algo así ocurra...
Un futuro oscuro
«Veo mucha insatisfacción, mucha tristeza, mucha ansiedad, sobre todo en la gente joven»
- ¿Le ha causado problemas reconocerse bisexual?
- No, la verdad, aunque es cierto que tengo a mi alrededor una burbuja muy especial y muy específica y me siento muy segura. Con lo que sí que me he encontrado es con mucho machismo, con un patriarcado que sigue teniendo mucho peso en un país donde todavía hay muchos hombres que pagan por tener sexo con prostitutas, mujeres que muchas veces se ven obligadas a ejercer la prostitución por ser víctimas de la trata de blancas. En cuanto a mi sexualidad, si alguien me parece una persona luminosa, amorosa y divina, me da igual su genitalidad o su expresión de género. Me enamoro de la persona y punto.
Bisexual
«Me da igual la genitalidad o la expresión de género. Me enamoro de la persona y punto»
- Cómo fue vivir la experiencia de 'Prostitución', la obra que protagonizó junto a Carmen Machi y Nathalie Poza?
- Fue un trabajo muy potente a nivel físico, emocional, espiritual. Ninguna de las tres olvidaremos nunca esta obra, ni las conversaciones que mantuvimos con prostitutas. Lo pasé muy mal, emocionalmente fue devastador para mí. A veces llegaba al teatro y les decía a mis compañeras: '¡no quiero hacer más la función, no puedo más, no quiero hablar más de agresiones y violaciones de todo tipo!'. Pero seguía porque estábamos generando un debate necesario. ¿Cómo es posible que sean ellas las estigmatizadas y que los puteros se crean que tienen derecho a pagar por sexo? España es el primer país de Europa en consumo de prostitución, en lo que influye que somos un país de tránsito para muchas mujeres migrantes. Habría que conseguir también una ley de extranjería que les permitiese acceder a puestos de trabajo y no verse abocadas a prostituirse. Espero y deseo que en las nuevas generaciones esto se esté acabando, pero yo recuerdo cómo, cuando era adolescente, había un momento de la noche en el que nosotras nos íbamos y los chicos acudían al puticlub a tomarse la última copa, como un gesto de hombría cuando lo es de una falta de respeto por las mujeres acojonante. La prostitución construye relaciones tóxicas y una mirada hacia el cuerpo de las mujeres absolutamente repugnante.
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