Laia Marull y Núria Espert, en 'Incendios', que ayer se vio en Oviedo.

El año asturiano y luminoso de Núria Espert

La actriz deslumbró de nuevo ayer en el Campoamor con su papel en 'Incendios'

ALBERTO PIQUERO

Viernes, 30 de diciembre 2016, 00:25

El año 2016 que finaliza habrá sido en la agenda de Núria Espert, sin duda, un calendario de notable huella asturiana. Premio Princesa de Asturias de las Artes, cuyo galardón recogió el pasado mes de octubre, siendo su intervención en la entrega de los premios en el Teatro Campoamor uno de los momentos más emotivos y recordados de esta edición, la actriz y directora catalana (Hospitalet de Llobregat, 1935) volvió ayer al lugar del acontecimiento. Y en esta ocasión para ofrecer toda la grandeza interpretativa que ha caracterizado su extenso e intenso recorrido artístico, llevándolo a la quintaesencia del personaje que protagoniza la obra de Wadji Mouawad, 'Incendios, que formando parte de una trilogía completada por 'Litoral' y 'Bosques', en sí misma ha sido considerada como una de las creaciones teatrales fundamentales de los lustros recientes.

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Estrenada en una primera versión por el propio Mouawad, pudo contemplarse en Madrid en 2008, recibiendo elogios unánimes. No ha sido menor el entusiasmo que ha despertado esta adaptación dirigida por Mario Gas y producida por Teatro de la Abadía, que durante varios meses se ha representado ante aforos tan completos como el que en la noche de ayer colmó el recinto del Teatro Campoamor.

No eran engañosas las apreciaciones de la crítica, que han dispensado a 'Incendios' calificaciones de admiración hiperbólica, situándola entre las mejores piezas de la dramaturgia contemporánea.

A ello, sin duda, contribuye en primer lugar un texto profundo, desgarrado, doliente, mediante el cual Wadji Mouawad -libanés de cuarenta y ocho años, que hubo de exiliarse de su país natal por la guerra que lo asolaba y hoy reside en Canadá, al tiempo que se ocupa del parisino Teatro de la Colina- logra la difícil alquimia de transformar un pensamiento de hondura filosófica en teatro puro, en vida que recorre y quema las tablas.

Con una escenografía depurada y eficaz, cuya parte central ocupa un frontal donde se reproducen elementos audiovisuales, y una puerta que podría ser la entrada al mundo, el espectador es atrapado desde el inicio. Se lee, de la mano de un magnífico Ramón Barea, el testamento que Nawal Marwan (Núria Espert y Laila Marull) ha dejado a sus dos hijos gemelos, Jeanne y Simon (Carlota Olcina y Álex García). El legado se compone de un cuaderno rojo, una chaqueta verde y dos sobres que sellan los secretos de unas existencias desbordadas por los horrores bélicos y sus correlatos individuales. Jeanne y Simon deberán entregarlos a un padre que suponían fallecido y a un hermano del que desconocían que estuviera en esta tierra, del que Nawal debió separarse cuando nació y al que buscó desesperadamente, hasta caer en el mutismo.

Resuenan ecos de la tragedia griega y de Shakespeare a lo largo de más de tres horas (incluyendo descanso), alcanzando en los monólogos vibrantes, tiernos y heridos de Núria Espert, una emoción en verdad conmovedora, trascendiendo la inspiración de la guerra a cualquier guerra y a cualquier siglo. Y dejando al final una mirada hacia la esperanza. Ovación clamorosa, que ha de extenderse a todo el elenco, que estuvo a la altura de la protagonista.

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