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Especie de ejemplar único

juan neira

Lunes, 8 de agosto 2016, 12:50

La muerte de Gustavo Bueno a los días del deceso de su mujer, Carmen Sánchez Revilla, empuja a una reflexión que afecta a toda la cultura asturiana y española. La llegada de don Gustavo a Oviedo, cuando contaba con 36 años de edad, hace de parteaguas en la Universidad de Oviedo, al ser el primer catedrático de nuestra Universidad que no participa del modelo estamental.

Explica los presocráticos como parte de una lección que también incluye la guerra del Vietnam o las huelgas generales en las cuencas mineras. Hay un antes y un después de la llegada de Bueno, al entrar la vida académica en relación con el resto de la sociedad, como parte de una dialéctica que ignoraban los profesores de Filosofía y del resto de disciplinas.

Gustavo Bueno puede que sea el profesor universitario que más haya escrito contando lo publicado y lo no publicado y curiosamente también es de los que se pueden decir más cosas sin referirse a los libros, porque su magisterio se adaptaba a todos los formatos, desde los estudios de televisión o los micrófonos de la radio hasta el interior de la mina, pasando por todo tipo de conferencias y mesas redondas. Inundados por la ola de Internet, Gustavo Bueno arrasa en modelo web. Como dirían los chicos de la moda: «Bueno es tendencia».

Para hablar de filósofo riojano hay que desterrar la idea de exageración. Los superlativos se quedan planos. Todo lo relacionado con Gustavo Bueno adquiere una dimensión desconocida porque no hay módulo adecuado para compararla. La descomunal fuerza intelectual, la insólita capacidad de trabajo, el inacabable latifundio de su saber. Al hablar con él parecía que había leído todos los libros del mundo y había digerido todas las ideas. Una experiencia única para los interlocutores.

Gustavo Bueno abordó un trabajo necesario, pertrechado del materialismo filosófico, que consistió, por una parte, en triturar el pensamiento convencional, con sus falsas dicotomías, fondo y forma, cuerpo y espíritu, y en emprender una labor ciclópea al sistematizar-unificar todo el saber con la Teoría del Cierre Categorial. Heredó la mochila de Newton (el último hombre que conoció todo el saber de su tiempo), con la diferencia cualitativa de tener el empeño en establecer qué conocimiento es científico y cuál no lo es. Y dentro del conocimiento científico, dirimir las diferencias de unas ciencias con otras. Ningún intelectual de nuestro tiempo emprendió una labor tan ambiciosa.

Fue un hombre incómodo para todos. Por eso fue dos veces agredido (ataque con un bote de pintura cuando daba clase, quema de su vehículo). Etiquetado como compañero de viaje del Partido Comunista, resultó también muy molesto para la izquierda, sobre todo cuando atacó su traición a la idea de España al ser contagiada por los separatistas.

Como anécdota, digamos que al no pertenecer al establishment se quedó sin premio Príncipe de Asturias. Si cogen la cuerda por un cabo, Habermas, Sartori, Dahrendorf, Todorov, Gardner, Nussbaum y compañía, y don Gustavo tira por el otro, los arrastra por el suelo a todos.

Había comprobado en Salamanca el falso conocimiento de Tierno Galván sobre Wittgenstein, la impostura de Althusser o la superficialidad de Foucault. Pese a su capacidad para la sátira guardaba silencio. Alguna vez en privado y hablando en plural, al modo de Indurain cuando ganó cinco Tour, llegó a decir: «Siempre supimos que estábamos cien codos por encima de ellos».

Pudo haber sido el filósofo de la democracia si se hubiera plegado a la dictadura de lo políticamente correcto y tener mañana honras fúnebres de Estado. No va ser así. La soledad rodea el fin de una especie de ejemplar único.

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