JESSICA M. PUGA
Jueves, 23 de junio 2016, 00:22
Naciones Unidas consiguió lo impensable. Juntar en una misma sala a los representantes políticos de todo el mundo para asentar las bases que refuercen una lucha conjunta contra el cambio climático. Gracias a su constancia, logró acercar las posturas de 195 países y llevarlos por la senda de la concienciación. Esta más que tediosa labor se materializó el pasado mes de diciembre con la aceptación del Acuerdo de París, enmarcado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Encontrar el punto de entendimiento se celebró entonces con vítores y aplausos. Ese hecho que Obama calificó de «logro enorme» y que refuerza la labor de Ban Ki-moon como secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, ha convencido al jurado encargado de elegir al Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional. Sus miembros le atribuyen una importancia capital «como proyecto de futuro para ayudar a todos los países a avanzar juntos hacia un modelo más limpio y sostenible». El antecedente más cercano en el palmarés fue la elección del activista y político americano Al Gore en 2007.
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Poco después de conocer el fallo, Christiana Figueres, quien desde el año 2010 es secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebraba la concesión del premio. «El Acuerdo de París puede ser un catalizador y un faro que ilumine la cooperación internacional en este siglo XXI, no solo el del desarrollo sostenible. El positivismo que se ha generado es la semilla para un nuevo y renovado compromiso con la paz y la seguridad mundial, que constituyen la esencia de la ONU», apuntó.
La organización no ha tenido una tarea sencilla. La Convención Marco de Naciones Unidas lleva 24 años trabajando en aras de un futuro más limpio y demandando para ello el apoyo de instituciones gubernamentales y la concienciación social. Aquella Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro celebrada en el 1992 supuso el inicio de una historia cuyo primer punto de inflexión llegó con la firma del Protocolo de Kyoto en 1997, cuando los gobiernos acordaron tomar medidas energéticas jurídicamente vinculantes.
A punto de cumplirse veinte años de aquello, el escenario que promete el Acuerdo de París pinta diferente. Primero, por incluir las rúbricas de todos los países y, especialmente, las de los países más contaminantes hasta la fecha: China y Estados Unidos. Segundo, porque el Protocolo de Kioto sólo cubrió el 30% de las emisiones globales, mientras que el Acuerdo de París no entrará en vigor hasta que entren en juego 55 países que supongan el 55% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Tercero, porque mientras que antes se hablaba solo de cambio climático, ahora se trata un amplio abanico de actuación que incluye la adaptación, la financiación climática, el desarrollo y transfereencia de tecnologías y la formación de capacidades.
Los objetivos principales de París son conseguir que la temperatura global del planeta no aumente más de 2ºC y mantiene la esperanza de que no lo haga más de 1,5ºC. También reducir en un 40 % para 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero y un 60 % en 2040, respecto a los datos de 1990. Para lograrlo, cada país debe comunicar cada cinco años su plan de reducción de emisiones y seguir disminuyéndolas progresivamente. La meta en material de financiación es que a partir de 2020 se dispongan de 88.466 millones de euros anuales para cumplir las metas. El acuerdo lo han ratificado ya más de 170 países de los 195 que lo firmaron. Faltan, por ejemplo, Irak y Arabia Saudí. La predisposición de las grandes potencias a cerrar un acuerdo vinculante a partir de 2020 augura un buen desarrollo de la Cumbre de París. Los países que tienen en su mano un cambio de modelo han entrado en el juego y aceptado el resultado. La esperanza es que no se retiren antes de que acabe la partida.
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