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AZAHARA VILLACORTA
Martes, 21 de junio 2016, 00:27
«Soy un periodista fundamentalmente». Palabra de Gabriel García Márquez. Eso dejó escrito el grande de Aracataca, a quien recordaron ayer Benjamín Lana, director editorial de Medios Regionales y Revistas de Vocento, y Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la que fue cofundador junto a Gabo. Abello Banfi, el barranquillero de apellido asturiano al que el autor de 'Cien años de soledad' confió su sueño de crear una institución que enseñara a ejercer «el oficio más hermoso del mundo» en la calle, no en los despachos.
En un mano a mano de reportero a reportero, Lana y Banfi analizaron durante la primera jornada del foro Futuro en Español la faceta periodística del escritor inmortal, que es lo mismo que decir que radiografiaron su esencia, porque Gabriel García Márquez no se entiende sin su pasión por el oficio de cronista de la realidad. «Mi primera y única vocación es el periodismo», aseguraba quien también defendía que los valores éticos deben acompañar a un periodista «como el zumbido al moscardón».
«La figura universal de García Márquez es absolutamente poliédrica, pero antes de ser un escritor respetado ya era uno de los periodistas más famosos en la Colombia de los años 50», empezó el relato Benjamín Lana, que aseguró que el propio Gabo consideraba sus libros como «grandes reportajes novelados o fantásticos».
Aquella llamada vocacional, contó el presidente de la Fundación Gabriel García Márquez, comenzó a manifestarse desde muy temprano, cuando «su padre lo presionaba para que estudiase Derecho, pero, lejos de tener algún interés por ser abogado, lo que le gustaba era leer y escribir».
Y así fue como, en 1948, comenzaron los escarceos con una columna en 'El Universal' de Cartagena firmada por alguien «que olía la noticia y que parecía que siempre estaba en lugares donde pasaban cosas importantes». Y como, «a lo largo de más de medio siglo, seguiría haciendo periodismo. Empezando como reportero, pero también como jefe de redacción o crítico de cine. Y, casi hasta el final, con constantes intentos de tener su propio medio de comunicación».
Un ejemplo fue 'Comprimido', que duró seis días y que nació como una aventura compartida con su amigo el linotipista Guillermo 'El Mago' Dávila «con la intención de que fuese el periódico más pequeño del mundo». Pero de aquella cabecera hoy «apenas quedan un par de hojas», porque, al verse sin blanca, Gabo decidió comprimir el diario «hasta el límite de su invisibilidad», convertirlo «en el primer periódico metafísico», llevarlo a la extinción tirando de ironía.
«Antes de que surgiera el nuevo periodismo norteamericano, él ya estaba generando un nuevo estilo, otra manera de contar», resumió Benjamín Lana. Porque a «García Márquez le gustaba experimentar» por más que en aquella primera etapa «todo pasase por el ojo de los censores».
La redacción de 'El Espectador' de Bogotá también contaría entre sus filas con un joven Gabo, dispuesto a contar por encargo de sus jefes el naufragio de una corbeta de la Armada colombiana. Un episodio sobre el que «empezó a escribir una crónica por entregas que sumó una legión de lectores» tras reunirse con el marinero superviviente de la tragedia «catorce veces por espacio de varias horas» y «terminar descubriendo que en el barco había mercancía de contrabando, lo que le causó problemas con la dictadura militar».
De ahí que el periódico decidiese mandarlo una temporada a Europa como corresponsal. Habían comenzado -señaló Lana- «los años de periodismo político» de quien nunca ocultó «su compromiso con la izquierda, aunque siempre desde un planteamiento liberal». Y «se iniciaba también su relación con la Revolución cubana y, especialmente, con Fidel». «Siempre con admiración, fascinación y respeto mutuos», dijo Abello.
De Castro, «admiraba que fuese un David tropical contra el Goliat de Estados Unidos, además de su personalidad fuera de lo común», de manera que «decidió apostar por la lealtad y la amistad, por el sentido histórico de la Revolución más allá de sus miserias. Optó por no atacarla nunca».
Y ese «huracán» revolucionario lo lleva a La Habana, donde se enrola en Prensa Latina, agencia antisistema que lo envía a Nueva York, ciudad donde es amenazado de muerte por los enemigos de Castro y donde «le quitan la visa durante muchos años».
Ahora bien, «la convicción de que EE UU había hecho mucho daño con sus intervenciones en América Latina» no fue obstáculo para que «sintiese una gran admiración por la cultura estadounidense». Y, de hecho, «buscó el deshielo entre Cuba y Estados Unidos que ahora está logrando Obama», porque otra de sus «pasiones» no disimuladas fue la de ejercer como «diplomático en la sombra».
Señalado «como comunista y afín a la guerrilla en Colombia, de lo que no hay ninguna prueba», lo cierto es que «se permitía tener relaciones con todo el mundo: con los guerrilleros y los millonarios, con Clinton y Fidel», y que «actuó como mensajero de uno y otro bando» también en su país natal, «interviniendo en la liberación de presos políticos muchas veces, facilitando la salida de la cárcel de cientos de personas: escritores, sindicalistas, contrarrevolucionarios...».
«Tenía esa voluntad de ayudar, de usar su poder para mejorar las cosas sin ningún interés económico», resumió uno de los más cercanos al Nobel de Aracataca, a quien, «salvo en una experiencia televisiva, el periodismo no le dio más que deudas» sin que le importase demasiado. Y es que, en el fondo y en las formas, Gabo «era un bacán, una mezcla de bonhomía, alegría y ternura, pero también un hombre de una extraordinaria seriedad y rigor». De los que «reservaba cuatro horas al día para escribir solo en su estudio, pero también tiempo para recibir a los amigos en su casa. Sabía comer, cantar, bailar, echar cuentos... y tenía una extraordinaria curiosidad. Era con un Midas. Resulta increíble la cantidad de proyectos en los que se metió». Porque, «aunque haya pasado a la historia como un gran contador de historias, era también un hombre de acción siempre leal a sus valores, sus principios y su patria que amó vivir. Y, como él mismo dijo, donde más se vive es en la redacción de un diario». Palabra de Gabo.
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