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Alberto Ferreras
Domingo, 19 de junio 2016, 01:03
A finales de los años 40, Franco había encargado la realización de la obra al arquitecto Diego Méndez (por otra parte el único que se atrevió a levantar una cruz de más de 200.000 toneladas de peso sobre la cúpula de una basílica horadada en piedra), y el conjunto escultórico principal a un joven creador llamado Juan de Ávalos, con el que tuvo ciertas discrepancias sobre el estilo de las esculturas. La primera vez que se evidenciaron los desencuentros sucedió con La Piedad, la cual hubo de desmontarse del arco de la portada de la basílica por parecer muy patética, según palabras de Diego Méndez, La segunda versión que se instaló, mucho más dolorosa, es la que se puede ver desde entonces.
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Simultáneamente a este primer desacuerdo, Ávalos debía colocar en la base de la cruz la representación de las virtudes teologales y más abajo, a mayor escala, a los cuatro evangelistas, a los que daría un protagonismo especial por su tamaño y gestos. A la hora de tallar a uno de ellos, San Juan, lo creó avejentado y con una barba que no gustó nada a Franco. El general tenía la idea de Juan el Evangelista que aparece descrita en el Nuevo Testamento, es decir, la de un joven dinámico, lozano y vigoroso. El general rechazó de inmediato a este decrépito evangelista y pidió que, además de rejuvenecerlo, lo afeitara.
El pequeño inconveniente resultó que ya estaba esculpida la cabeza y lista para ser colocada en su lugar. Bueno, pues que levamos a hacer, lo afeitaremos, respondió Ávalos ante la nueva petición. Y manos a la obra. Se puso a esculpir diligentemente su nueva cabeza, pero con la cara afeitada, en otros bloques de caliza negra de Calatorao (Zaragoza), que es el material que empleó Ávalos para revestir todas las esculturas monumentales. Desmontó la desechada y ésta fue a parar a una cuneta próxima, en espera de que el Consejo de Obras del monumento decidiera su destino final. Sin embargo, el monumento fue inaugurado, el Consejo de Obras desapareció, las piedras desmontadas cayeron en el olvido y hoy siguen en el mismo lugar, rodeadas de maleza, 65 años después.
El viejo San Juan de la cuneta ahora es, en teoría, propiedad de Patrimonio Nacional, organismo que gestiona el resto del monumento, salvo las zonas de culto y la Abadía, cuya administración es responsabilidad de los monjes benedictinos. Es a Patrimonio a quien pertenece el conjunto escultórico del Valle y, por tanto, también debería ser la entidad encargada de la recuperación de las piezas desmontadas del San Juan, su clasificación, montaje y exhibición.
Mientras tanto, en algún lugar del Valle de los Caídos seguirá olvidada en una cuneta una obra inédita de Juan de Ávalos, uno de los grandes escultores españoles de la historia, a quien Franco ordenó tirar una de sus obras, por una cuestión de edad.
(A día de hoy, Juan de Ávalos -fallecido en 2006 a los 94 años-, autor del conocido Mausoleo de los Amantes de Teruel, y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, no tiene un museo donde se pueda ver su trabajo de manera permanente. Su obra se encuentra -salvo la instalada en lugares públicos- parcialmente expuesta o custodiad por su hijo, Juan Ávalos Carballo, en Mérida -su ciudad natal- y Madrid. La fundación que lleva el nombre del escultor trata de que su legado pase a manos del Estado).
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