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AZAHARA VILLACORTA
Jueves, 25 de febrero 2016, 00:26
«El Prerrománico asturiano está en un estado de conservación excelente». Eso sentenció ayer sin sonrojarse Elisa de Cabo de la Vega, subdirectora general de Protección de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura (hoy en funciones), durante unas jornadas científicas auspiciadas por el Principado e inauguradas en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo para conmemorar el 30 aniversario de su declaración como Patrimonio Mundial de la Unesco.
De Cabo de la Vega añadió que los monumentos asturianos «no tienen ningún peligro de entrar en esas listas que establece la Unesco para aquellos bienes que no están en el estado de conservación adecuado» y que tampoco «hay ninguna amenaza para que salgan de la lista» de Patrimonio Mundial. Un diagnóstico diametralmente opuesto al que realizan expertos como el profesor de la Universidad Lorenzo Arias, quien reclama «una intervención urgente» y que sitúa a Foncalada y Santullano «en riesgo de convertirse en los enfermos terminales» del Prerrománico asturiano si no se les inyectan pronto los fondos necesarios.
Pero, de eso, ayer no tocaba hablar y, sobre el compromiso del Gobierno central de aportar financiación, aseguró que «la colaboración» entre ambos Ejecutivos, nacional y regional, «es efectiva» a través de «los especialistas» del Instituto de Patrimonio Cultural. Porque, más que los fondos, «muchas veces, lo más importante es que vengan los mejores especialistas».
Tampoco comparte la optimista visión de la portavoz ministerial la directora general de Patrimonio del Principado, Otilia Requejo, quien ha declarado ya que la situación actual de los monumentos «no es la óptima».
Según explicó ayer Requejo, el plan de choque diseñado por el Principado para intentar salvar al paciente -terminal o no- pasa ahora por «avanzar en la conservación de las pinturas murales de Santo Adriano de Tuñón, Santullano y San Miguel de Lillo y también en la intervención en los entornos de los monumentos».
En Lillo, «ya están presupuestadas las fases de intervención» por las que «se va a acometer un ambicioso programa en su interior en cuatro fases, estimadas cada una de ellas en unos 400.000 euros. O sea que, en total, podría ascender a unos dos millones». Y todo ello, en un plazo que no puede precisar, pero cuyo arranque sitúa «a finales de 2016 o inicios de 2017».
Unas buenas intenciones que chocan con la falta de presupuesto, admitió la directora general: «La financiación no es la que desearíamos». Aunque, acto seguido, añadió que la Dirección General de Patrimonio del Gobierno asturiano buscará fondos «del 1% Cultural del Instituto de Patrimonio y de los programas europeos».
¿Pero qué opinan los especialistas en la materia que participan en estas jornadas? Pues, si se le pregunta a Isabel Ruiz de la Peña, historiadora del Arte que ofreció una ponencia sobre los trabajos llevados a cabo por Helmut Schlunk y Magín Berenguer, el análisis también difiere abiertamente del realizado por el ministerio: «A mí no me parece que el estado de conservación del Prerrománico sea excelente. ¿Cómo va a ser excelente si tenemos una autopista a diez metros de un edificio del siglo IX?».
Chapuzas, olvidos y polémicas
«Yo lo que creo es que las famosas marcas, la 'marca Asturias', la 'marca España', deberían ser nuestro patrimonio Prerrománico. Tenemos que hacer todo el esfuerzo posible, científico y económico», defendió la historiadora del Arte, que centró además su conferencia en la intervención restauradora en las joyas de la Cámara Santa tras su robo en 1977. Intervención que -recordó- fue objeto de «mucha controversia» y para la que «se creó una comisión de expertos al objeto de debatir cómo debían ser restauradas».
En ese tira y afloja, «Helmut Schlunk quería que las joyas saliesen a restaurarse a Alemania porque consideraba que aquí no había expertos para poder tratarlas y, sin embargo, otros investigadores opinaban que era mejor que se quedaran en Asturias». Ganaron y, finalmente, se decidió que fuese el taller del joyero Pedro Álvarez» el que acometiese la tarea. Y, sin embargo, en su opinión, «quizá debería haberse contado con personas expertas en piezas altomedievales, porque un joyero, por muy buena técnica que maneje, no conoce su origen, sus condicionantes ni sus funciones».
En cuanto a las pinturas, Ruiz de la Peña sostuvo que «la peor intervención fue la que hicieron en los ochenta Anglada y Llopart, que las deterioraron bastante. Supuso un paso atrás. Sobre todo, en Santullano». Y, hoy en día, «las de San Miguel de Lillo están muy muy deterioradas, son las que peor están», y a nadie se le escapa que «necesitan una nueva intervención».
En ellas y en «el entorno de Santullano y la Foncalada» puso también el acento el arquitecto Cosme Cuenca, que, aunque pidió que se huya de «visiones catastrofistas», recordó que «hay muchas cosas por hacer» y «un plan director encargado por el ministerio que se quedó guardado en un cajón». Lo único cierto, resumió Cuenca, es que «el propio paso del tiempo contribuye al deterioro de los monumentos» y que sus efectos letales solo pueden combatirse «con un mantenimiento activo dotado presupuestariamente».
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