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MIGUEL ROJO
Lunes, 20 de julio 2015, 00:20
Al poco de llegar a Madrid en 1797 para ocupar el cargo de Ministro de Gracia y Justicia, Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega, 1811) empezó a encontrarse mal. No es que estuviese perfecto de salud, pero aquel nuevo malestar parecía causarle cierta obnuvilación que en ocasiones se tornaba en dolores de cabeza. Él mismo contaba en sus cartas cómo los cólicos -que según algunas otras fuentes como Ceán Bermúdez y Cañedo mantienen que llegan a ser convulsivos en ocasiones-, su estreñimiento pertinaz y aquellos vómitos ocasionales le estaban amargando la vida. De aquella, los únicos remedios que se les ocurrieron a los médicos fueron que tomase leche de burra, que al parecer suavizaba la sintomatología, y aceite de oliva. Aún así, una parálisis progresiva en la mano derecha, que se la dejó «medio baldada» según sus propias palabras, y sus problemas de visión, sumado a todo lo anterior, darían hoy como resultado un diagnóstico bastante claro: intoxicación por plomo. Así lo certifica en un informe el Instituto de Medicina Legal de Asturias que recoge en 'Jovellanos: más documentos' el jurista e historiador Manuel Álvarez-Valdés y Valdés (Gijón, 1932), uno de los grandes estudiosos de Jovellanos, su obra y su vida. El libro se presenta esta tarde dentro de las actividades del Foro Jovellanos en el Antiguo Instituto (19.30 horas). Después de ver ese informe, el autor lo tiene claro: a Jovellanos estaban intentando quitárselo del medio y el envenenamiento con plomo explicaría todos sus síntomas.
En este volumen de más de 1.000 páginas muestra por primera vez la mayor parte de la documentación que usó para escribir sus libros: cartas que aportan pistas sobre las circunstancias en las que vivía Jovellanos, las intrigas a las que se enfrentaba y también otros informes como el de el Instituto Nacional de Toxicología -al igual que el anteriormente mencionado solicitado por el autor- en el que se descarta realizar un análisis de los restos del ilustrado gijonés para certificar el envenenamiento, puesto que al encontrarse dentro de una caja de plomo desde su traslado desde Puerto de Vega a Gijón, allá por 1840, cuando un sobrino-nieto suyo los trasladó, los resultados no serían concluyentes. «Para comprobar el impacto de esa exposición, habría que compararlo con los restos de alguien sano que haya estado también 200 años en esa misma situación», plantean como opción imposible de cumplir los autores del informe. Así pues, no cabe un análisis para certificarlo, pero Manuel Álvarez-Valdés lo tiene claro: «Estoy seguro de que fue envenenado», mantiene. Y puede que no fuese el único. Francisco de Saavedra, ministro de Hacienda aquellos mismos días y de ideas y actitudes similares a Jovellanos también enfermó, aunque en su caso los síntomas no son tan claros y el informe del Instituto de Medicina Legal no se atreve a confirmar el diagnóstico. «Jovellanos, como ministro, trató de mejorar la enseñanza, la educación, la universidad... Se ganó enemigos entre los que no querían que la cosa cambiase, con la Inquisición, los rectores y la Corte. También se comenta que la Reina quería algún asunto amoroso con él y éste la rechazó, y que su relación con Godoy fue tensándose durante aquellos meses», repasa el autor gijonés. Unas circunstancias que hacen que no sea descabellada la idea del envenenamiento. «Acabó estorbando a mucha gente, pero vistas las cartas entre Godoy y la Reina María Luisa, podría entenderse que ellos estaban detrás de todo». No cree que haya sido cosa de la Inquisición, aunque «todo pudo influir».
Ceán Bermúdez, recuerda el autor, cuenta como tanto Jovellanos como Saavedra acudieron al Rey Carlos IV a proponerle reformas, a contarle problemas y aportar soluciones. «El Rey se lo contaba a la Reina, que era quien gobernaba con Godoy, de quien se dice que era su amante, por lo que poco a poco Jovellanos y Saavedra fueron cayendo en desgracia», resume. «Dejo el ministerio para salvar la vida», le contaba Jovellanos en una carta a uno de aquellos amigos asturianos de ultramar. De las primeras cosas que hizo tras abandonar de nuevo la corte en agosto de 1798 fue tomar unas aguas purgantes en el balneario de Trillo, en Guadalajara. «El estreñimiento era una de las consecuencias de su envenenamiento», recuerda Álvarez-Valdés. Después, cuando regresó a Asturias, «su estado fue mejorando paulatinamente, seguramente al apartarse de la fuente de la contaminación», mantiene el autor.
Su posterior detención en 1801, su encarcelamiento y la forma de quitárselo de delante fue menos sutil y más contundente. Aún así, Álvarez-Valdés cree que, en este caso, fue cosa de su sucesor, José Antonio Caballero, intrigante político que gustaba de perseguir a liberales e ilustrados. «No relaciono ambos sucesos, porque Caballero hacía la guerra por su cuenta». Aún así, seguro que la Reina y Godoy esbozaron una sonrisa al enterarse.
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