M. F. ANTUÑA
Sábado, 28 de marzo 2015, 00:15
El público ya llegó al Teatro Jovellanos con la sonrisa puesta, con ganas, con ansia, con mono de humor inteligente. Y se fue con el brillo de la carcajada instalada en los músculos de la cara y los ojos y las palmas de las manos cansadas de aplaudir. Faemino y Cansado cumplieron con creces su propósito de generar 23 carcajadas en hora y media -fueron muchísimas más- ante un público feliz y contento de volver a ver a los cómicos de Carabanchel sobre el escenario gijonés.
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'Como en casa ni hablar' es Faemino y Cansado en estado puro. Es un brillante desfase a dos bandas, son palabras, palabras y más palabras, y son gestos y más gestos que acostumbran a definirse como absurdos y surrealistas pero son en realidad un derroche de salero, agudeza, genio, ingenio y coña, una filigrana engranada para que darle sentido a un sinsentido -o viceversa-, que transita con naturalidad sublime en debates que van de los múltiples sabores de los helados a Islandia y su consideración -o no- como país escandinavo, que conectan lo inconexo con la maestría que dan tres décadas de callo escénico.
El caso es que la pareja cómica que forman Carlos Faemino y Javier Cansado -convertidos ahora en chicos buenos por obra y gracia de un arcángel disfrazado de ciego que quiere cruzar la calle- funciona como un reloj suizo con su estética blaugrana y su toma y daca escénico sin más compañías que micros y luces y personajes 'invitados' como el artista local impuesto por la dirección del teatro y llegado de La Haya de un campeonato de Europa de mimo extremo explicado. Ahí es nada.
El show, que estrenaron tras cuatro años de silencio, tiene ya más de un año de tablas y está rodadísimo. No da tregua, está engrasado a la perfección y tiene al público en esa permanente chifladura de las historias que se van hilando sin hilazón posible a través de esas dos formas de ser, estar y contar que representan cada uno de ellos.
No agotan tres días entradas en el Jovellanos por casualidad. El público les es fiel por pura necesidad de reír. Sin más. Y sin menos. Porque la fidelidad tuvo el premio de un dúo entregado a la causa de la carcajada, a dar sentido al sinsentido de la vida, a crear mejores personas, que -dicen- es el objetivo último de su función. Si funciona o no esa pócima de la bondad está por ver. Sí lograron transformar al público que abarrotó el Jovellanos en personas más felices.
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