ALBERTO PIQUERO
Viernes, 25 de julio 2014, 00:25
Sheketak fue una compañía creada en 1997 por los cineastas Danny Rachom y Zahi Patish, que ha ido creciendo desde entonces de forma fulgurante. Curiosa la coincidencia en la fundación, pues aquel mismo año de gracia se organizaban asismismo los cajones percusivos de Mayumaná e igualmente de origen israelí, aunque estos han decidido desde 2007 tener su asiento en Nueva York. En el caso de Sheketak, varios premios internacionales dan testimonio del valor de su arte, de The Young ArtistAward al que concede el Teatro Israelí, siendo representantes de su país en la Expo de Shanghai (2010) y en la de Corea del Sur (2012). Y han recibido el aplauso del público en más de treinta países, a los que se unieron ayer las ovaciones del Jovellanos, rubricando gozosamente el espectáculo titulado 'Rhythm in Motion', una composición de bifurcaciones diversas presidida por un ritmo frenético, que también encontró pausas delicadas en momentos inesperados, como sucedió en el tránsito que convirtió un tendal de rústicas cacerolas en un prodigio de sensible teclado. Aplausos fervientes pero no muy numerosos, porque el estreno apenas reunió a 400 personas en el teatro, el doble de los concentrados a las puertas para condenar la violencia del Estado de Israel contra Palestina.
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Dentro, demostraron que lo suyo es el arte siete bailarines, Hila Zalil, Smadar Levy, Sivan Gutholz, Lilach Argov, Nofor Hassan, Ori Meyer y Liron Laniado (asimismo percusionistas incesantes, además de expresivos actores) y tres instrumentistas, Aviv Barak, Tal Markus y David Hasson, en la batería, el bajo y los teclados, siendo Hasson además el compositor y arreglista-. Lo suyo fue obtener armonías a partir de objetos insospechados, bien que los tambores fueran el eje principal.
De hecho, 'Sheketak' es la combinación de dos palabras que aluden al silencio ('sheket') y al sonido producido por el golpeteo sobre un tambor ('tak'). Y por lo que se cuenta, asimismo es una especie de consigna artística mediante la que se comunican Rachom y Patish.
Pero más allá, está esa capacidad para despertar ecos rítmicos en cualquier tarima que pusieron de manifiesto, incluyendo el propio suelo o cruzando baquetas en diálogos vertiginosos.
Se anunciaban a la manera de una agrupación artística formada en el baile de calle, en el ballet, el tap, el rock, el jazz, la gimnasia deportiva o las artes marciales.
Y respondieron a todo ello, sin duda, pero ampliándolo a otras sugerencias, en las que pudo asomarse el flamenco, el claqué o la sinuosa delineación de cuerpos serpeantes. Junto al break dance, el rap, el beatbox o el hip hop.
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La sorpresa constante, el dominio de las diversas técnicas puestas sobre las tablas, las nuevas tecnologías y las sombras chinescas, los efectos especiales y una desbordante vitalidad muy natural, abarcaron un espectáculo vibrante que se alargó algo más de una hora y media.
De otro lado, una luminotecnia que contribuyó a la imaginación escénica y que se puso a flor de piel en los tambores, sin olvidar el humor que fue poniendo paréntesis amenos e incorporó muñequitos juguetones y de cuidado.
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Una velada completa, en la que cupieron los latidos que nos remontan a ritmos ancestrales, junto a un espíritu de vanguardia que se acogió en algún instante a indumentarias futuristas, servido por una compañía que, al margen de nacionalidades y conflictos, resultó excelente en los cuadros de danza y en las partituras.
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