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«Si el mundo no tuviera remedio aún existiría la esclavitud»

«Si el mundo no tuviera remedio aún existiría la esclavitud»

Javier Bauluz, fotoperiodista y premio Pulitzer en 1995, en las Conversaciones en el Reconquista

PPLL

Domingo, 29 de junio 2014, 10:46

Primer español que obtuvo el Premio Pulitzer, en 1995, por su trabajo fotoperiodístico en la guerra de Ruanda, Javier Bauluz (Oviedo, 1960) lleva rodando por el mundo desde los inicios de la década de los 80, con parada y fonda en algunos de los conflictos internacionales más virulentos, Palestina, Bosnia o los países latinoamericanos. Fundador y director de la publicación digital Periodismo humano y de la productora Piraván, también se ocupa del Encuentro Internacional de Foto y Periodismo Ciudad de Gijón, que se desarrolla parejo con la Semana Negra, y del Taller de Periodismo de la Universidad de Oviedo. Fue el protagonista de los Encuentro en el Reconquista, subtitulados Futuro Imperfecto, organizados por EL COMERCIO.

Para empezar a aproximarnos a la figura y el fondo de Javier Bauluz, la pregunta de partida le requirió una impresión acerca del mundo que él ha conocido en sus lugares más extremos. No se extendió en la respuesta:«La mayoría de la gente es buena. Lo que pasa es que, por otra parte, hay demasiado malos que aspiran al poder y, en cuanto pueden, la lían parda».

Echando la vista atrás, a sus comienzos en el fotoperiodismo, nos condujo a Londres. «Había ido allí para trabajar y aprender inglés, aunque acabé aprendiendo italiano mientras fregaba platos. Un día, con una cámara presetada fui a una manifestación en Hyde Park, en la que volaban los cascos de los bobbies. Cuando revelé aquellas fotos llamé a mi madre y le dije que ya sabía a qué quería dedicarme».

Las primeras imágenes publicadas llegarían algo después, cree, porque no lo recuerda bien, que en la revista Asturias 7. Retrataban el poblado gitano de Matalablima, «a diez minutos de la calle Uría», a donde acompañó a su madre, que solía «pasar allí las tardes ayudando». De casta le viene al galgo.

Después, llegaron las huelgas mineras del 84, que le pusieron de nuevo tras el objetivo y de las que observa curiosas semejanzas con las que realizó el año pasado, cuando la minería volvió a salir a las barricadas. «Hice las mismas fotos, con los mismos personajes (algo envejecidos), en los mismos lugares, con la policía persiguiendo a los mineros por el monte». Un modo de explicar que «volvemos a estar donde estábamos», una vuelta al pasado nada feliz. Porque, además, considera que hoy no es improbable «acabar preso por ponerse del lado de la libertad de expresión». En ese sentido, apelaba a Francisco Fernández, ex-secretario de Amnistía Internacional en Asturias y contertulio en la mesa, para que le confirmara la campaña que la ong ha puesto en marcha en España para abogar por la libertad de manifestación. Francisco Fernández asintó y recordó que tal reivindicación no era necesaria en nuestro país desde el franquismo.

En otro flanco, se trajo a colación la polémica que Arcadi Espada planteó frente a Bauluz a la que nunca ha querido replicar, por causa de una fotografía publicada en The New York Times, en la que se contemplaba a dos bañistas en una playa española, indiferentes a la proximidad del cadáver de un inmigrante que yacía en la playa. El Consell de Informació de Catalunya estableció que las acusaciones de Espada, en las que hablaba de manipulación, eran «falsas, injustas y sin razón». Javier se limitó en estas Conversaciones en el Reconquista a expresar su opinión genérica sobre el periodismo: «La línea básica que nunca se ha de traspasar es la de no mentir, la de contar la verdad».

Pero llegados a esta frontera de la inmigración, que le ha tenido en Ceuta y Melilla durante los últimos tiempos, su tendencia a un cierto laconismo, se hizo mucho más locuaz. «Desde Periodismo humano hemos remitido un vídeo a la secretaria europea de Interior, en el que se advierte perfectamente cómo se apalea a los inmigrantes que tratan de salvar la valla, más que como a perros, como si fueran sacos. No se puede decir que es algo que no ocurre. Sucede al otro lado, al que han sido deportados ilegalmente por nuestro querido gobierno español».

A su juicio, «ha existido una campaña política propagandística según la cual los negros nos van a invadir y a comer. Una falsedad, que si se cotejan cifras hace que te puedas morir de risa. En el último año y medio, se han instalado 89.000 españoles en el Reino Unido, que son muchos más que los inmigrantes que aquí producen tanta alarma. Lo que pasa es que estos son los pobres de la tierra y se les pueden quemar los campamentos en el monte Gurugú, donde algunos pasan años esperando. Europa y España se encargan de financiar a los marroquíes para que hagan el trabajo sucio con mercenarios especializados. Ese acaba siendo el resultado de las deportaciones ilegales, que eufemísticamente se llaman devoluciones en caliente, instruidas con absoluta impunidad por los que mandan arriba del todo, porque no es la Guardia Civil la que decide».

Resumía antes de seguir abundando:«Vivimos los peores tiempos en el trato a los inmigrantes. Después de los quince fallecidos en la costa de Ceuta, el gobierno estuvo contra la pared, pero no dimitió nadie. Se deja que se acumulen en el Gurugú o en los CETI (Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes) para alimentar una idea de invasión y así se convence a la opinión pública». En lo que concierne a la legalidad, «cumplimos todas las políticas de ajuste que nos marca la Unión Europea, pero no se cumplen los derechos humanos».

¿La constatación de que la injusticia no tiene fin le ha hecho dudar acerca de la eficacia del compromiso con los desfavorecidos? «Si el mundo no tuviera remedio, estaríamos todavía en las sociedades de la esclavitud. Los ritmos son lentos, cuesta mucho, hay avances y retrocesos que parece que nos devuelven a etapas medievales; pero lo que es seguro es que lo que no se intenta no se consigue, y que cuando los ciudadanos abdican de sus responsabilidades y entran en la pasividad total, otros aprovechan ese vacío para hacer lo que les da la gana. Como suele decirse, el problema no es que los malos sean muy aplicados, sino que los buenos no hagan nada». Por esa orilla, cree que las movilizaciones que dieron nombre al 15/M «fueron un revulsivo social y político enorme, que se ha ramificado de modo transversal a otras iniciativas o incluso a la formación política Podemos. De ese manantial brotaron diversas fuentes».

Elusivo en la narración de su periplo personal, no obstante relató que fue en Sarajevo donde pudo sentir el peligro de forma más manifiesta, «los francotiradores, en aquella ciudad cercada, disparaban indiscriminadamente a niños, ancianos, mujeres o periodistas. Eras uno más, a diferencia, por ejemplo, de El Salvador, que te permitía buscar a la guerrilla por las montañas y entrabas y salías de las zonas en guerra, aunque tampoco era una broma».

¿Y haber sido reconocido con el Premio Pulitzer le otorgó ventajas profesionales ostensibles? «¿Que si pasé del blanco y negro al color?», ironizó antes de introducir otro sarcasmo:«Te dejan decir algunas tonterías, me traéis hoy aquí...». Y ya más en serio:«Esos reconocimientos dan prestigio en otros países; en el nuestro, no. No apreciamos el valor del esfuerzo y del trabajo bien hecho. Y despreciamos lo próximo, a la manera esa de ¡qué coño va a ser esi importante, si estudió conmigo!. Somos así».

En la última vuelta de tuerca, un interrogante difícil. ¿Se han de abrir las fronteras a cuantos quieran traspasarlas o ese es un ideario utópico? Modestamente, con sencillez, admitió: «No tengo respuesta». Aunque hubiera podido dar recomendación que más veces cuenta que le ha repetido su madre a modo de consejo: «Ponte siempre en el lugar del otro».

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