Muchos de sus clientes la llaman Mari Celi, pero realmente su nombre es Isabel Alonso. «Me llaman así por el nombre de la tienda. Cuando alquilé el local ya se llamaba así y no lo cambié», asegura entre risas. Lo hace a pie de mostrador en el que lleva despachando todo tipo de género desde hace 37 años. «Treinta y ocho cumplimos en septiembre», apostilla Charo Viejo, dependienta y compañera de fatigas de Isabel Alonso en una de las mercerías con más solera de la ciudad, ubicada en un «lugar privilegiado», bajo los arcos de la plaza de El Fontán.
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«Siempre hemos estado aquí, salvo cuando reformaron la zona y nos trasladamos temporalmente al interior de la plaza», recuerda Alonso.
Una mercería por la que han pasado generaciones completas. «Tenemos clientas que venían en la sillita con sus madres, y ahora son ellas las que vienen con sus hijos». Ahora y tras dos meses de cierre por el estado de alarma, han reabierto sus puertas con la mejor de las expectativas, la cola de clientes que jalonan su entrada, eso sí, guardando las distancias.
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