Jueves, 4 de julio 2024, 22:29

La idea de que algo sea capaz de desencadenar una respuesta inmunológica en nuestro cuerpo, que pica, duele, hace que tengamos fiebre o cualquier otro síntoma de que estamos enfermos nos lleva a pensar que ese 'algo' es más bien un 'alguien'. Porque es capaz de infectarnos, eso no puede suceder sin intención, ¿verdad? O al menos no pueden suceder sin que ese algo esté vivo.

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Sin embargo, esto no es cierto en el caso de los virus. Los virus, si nos situamos en una clase de biología, son agentes infecciosos formados por proteínas, azúcares y material genético, capaces de infectar células y de utilizar la maquinaria de estas para replicarse. Pero no están vivos, para estar vivo es necesario cumplir una serie de características que un virus no puede cumplir.

En primer lugar, es necesario que los organismos tengan una organización interna, que sean sensibles al ambiente y puedan interactuar con él, que puedan reproducirse, mantener su propio equilibrio, llamado homeostasis, y tener un metabolismo proprio. Pero un virus solo cumple dos de estas tres características.

Estos pequeños conjuntos de biomoléculas mantienen una organización interna, increíblemente compleja a veces, que se forma de manera autónoma cuando todos los componentes se encuentran en un entorno adecuado, lo suficientemente cerca, en un proceso parecido al que hace que se formen cristales de hielo o sal en las condiciones adecuadas. Esto se llama autoensamblado.

En el interior de estas estructuras se sitúa el material genético, con la información necesaria para fabricarlas, en algunos virus este material es ADN, en otros, ARN. Pero necesitan infectar a las células para multiplicarse, necesitan del metabolismo de estas porque no tienen uno propio. Son un intermedio, probablemente un paso previo en la evolución hacia la vida, y nos acompañan desde entonces.

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