No, no sobrevive el más fuerte

No, la evolución y la selección natural no hacen que sobreviva el más fuerte. Esta idea arraigada en realidad no se sostiene en ninguna investigación científica. Ni siquiera Darwin lo pensaba. Sobreviven los mejor adaptados, que no siempre son fuertes. Pero ¿qué significa exactamente esto? Significa que existen muchas maneras de sobrevivir, distintas y, en muchos casos, solidarias y cooperativas. El ejemplo más intuitivo puede ser el de los animales que sobreviven más por tener un mejor camuflaje, no tienen más crías por ser más valientes, o temerarios, sino por ser menos depredados. También es fácil pensar en la cooperación entre especies, como las bacterias que habitan en nuestro interior, alimentándose de los alimentos que consumimos y aportándonos un ambiente bioquímico esencial para que nosotros también podamos absorber nutrientes, e incluso contribuyendo a nuestra salud, felicidad y al equilibrio del sistema inmunológico.

Pero este equilibrio sucede incluso a un nivel mucho más primitivo, surgió en los orígenes de lo que llamamos vida. Hace algo menos de 3.400 millones de años, la evolución seleccionó una asociación entre bacterias que podían utilizar el oxígeno y otras, que las depredaban. En lugar de consumirlas las albergaron en su interior, aportándoles nutrientes, y volviéndose capaces de vivir en ambientes con elevadas concentraciones de este gas tóxico. Por eso respiramos, nuestras células, asociadas también mediante mecanismos de solidaridad, conviven en un delicado equilibrio en el que los recursos se reparten con equidad, dándole a cada uno lo que necesita, haciendo un constante esfuerzo por la supervivencia y el bien común.

Las especies gregarias, como la nuestra, también evolucionaron gracias a la solidaridad entre individuos, el lenguaje y la cooperación hace que sobrevivamos, aunque a menudo, por desgracia, lo olvidemos.