Jueves, 18 de julio 2024, 23:59

La expresión rata de laboratorio es tremendamente conocida. No solo se usa para referirse a las ratas wistar, blancas y de ojos rojos, a veces también se usa para referirse a los científicos que a penas tienen contacto con el mundo real. Pero nuestras amigas, las inteligentes wistar, no son las más utilizadas. En la mayoría de los casos usamos ratones. Y, de hecho, la mayoría de esos ratones no son blancos.

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Tenemos evidencias de la experimentación con animales desde Grecia, en el año 300 A.C, y continuó haciéndose durante toda la historia hasta que en el siglo XX se popularizó como método para el desarrollo de medicamentos.

Pero se utilizan para mucho más que para testear nuevos fármacos, se emplean para responder preguntas. Nos permiten entender la vida, la importancia de cada molécula, de los genes que compartimos, y de los que no. Al eliminar uno de esos genes, o al aumentar su expresión, al bloquear una proteína o activarla, podemos estudiar los cambios moleculares y fisiológicos que se producen. Sin modelos animales es imposible entender el mundo de forma consistente.

Para cada una de estas preguntas, hay un modelo adecuado, gusanos, moscas, tardígrados, peces, también perros, conejos, simios y sobre todo, ratones. Los usamos porque comparten con nosotros un 95% de los genes, nuestros sistemas inmunes se parecen, su tiempo de gestación es rápido, son fáciles de criar y cuidar, y la eficiencia en las técnicas de reproducción asistida, que son cruciales para producir las alteraciones moleculares que estudiamos, es mayor en ellos que en otros roedores, como las ratas.

Cada vez los utilizaremos menos, refinamos técnicas, reducimos el número de animales y los reemplazamos por modelos no sintientes. Pero aún hoy juegan un papel indispensable en la investigación, son imprescindibles para entender la vida.

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