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Alba Morán Álvarez
Jueves, 3 de abril 2025, 23:54
Hace unas semanas tuve una de estas conversaciones sobre si el cómo utilizamos o mantenemos vivos a los animales importa. Detrás de estas preguntas hay una discusión filosófica: ¿Está bien que utilicemos a otras especies para fines particulares de interés humano? Existen sectores que, con base en principios éticos, defienden la negativa rotunda a esta pregunta. Otros, desde una perspectiva utilitarista, defienden ambas posturas: sí, porque reporta beneficios para conservar ciertos ecosistemas o modos de vida o prácticas de entretenimiento humano, porque permiten el estudio del comportamiento de los animales; sí, porque en muchos casos ha permitido y permite lograr la conservación y la reinserción en el hábitat que de otra forma sería imposible; sí, porque permite realizar estudios que mejoran la vida en libertad de especies sin afectar a especímenes, con valor ecológico, que viven en ecosistemas naturales. No, porque supone un aumento del impacto negativo que tenemos sobre el planeta; no, porque no es sostenible; no, porque disponemos de alternativas que no suponen la explotación animal.
Como científica, aunque más de bata que de bota, creo que importan mucho el cómo, el para qué y el a qué animales. Lo que los animales pueden sentir, lo que pueden aprender y recordar, se estudia y se analiza con mediciones científicas. Los criterios de bienestar animal no surgen de un debate subjetivo con perspectiva antropocéntrica, surgen de un estudio de su fisiología, de su sistema nervioso, de la etología.
No se trata de que no podamos o debamos tener estos debates. Se trata de que no los tengamos basándonos en la ignorancia.
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