Secciones
Servicios
Destacamos
CRISTINA DEL RÍO
Jueves, 25 de junio 2020, 01:15
El jueves 12 de marzo aún no se había decretado el estado de alarma, pero las recomendaciones y vídeos, muchos protagonizados por sanitarios madrileños que ya estaban mirando a la COVID-19 a la cara, comenzaron a inundar redes sociales y teléfonos móviles. El viernes ... 13 no se había decretado el confinamiento, pero algunos negocios ya no abrieron sus puertas y muchos ciudadanos decidieron no salir a la calle si no era estrictamente necesario. El sábado 14 se entró ya en una nueva realidad con dos bastiones como el Hospital Universitario San Agustín y la Fundación Hospital Avilés en la retaguardia de un protocolo de atención centralizado en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).
Quiso la casualidad, sin embargo, que el primer caso sospechoso de coronavirus se recibiera en el San Agustín. Era el 24 de febrero y una viajera italiana, recién aterrizada en el aeropuerto de Asturias, presentaba unos síntomas que en otro momento no habrían alertado a nadie, pero que en plena pandemia obligaron a llevarla a una sala aislada del hospital, desde donde fue derivada a Oviedo. Finalmente dio negativo, pero esa alerta estrenó un protocolo de seguridad que demostró que la sanidad asturiana estaba preparada. Tal vez se carecía de equipos de suficientes equipos de protección individual, pero se era muy consciente del peligro de contagio y de que la prevención, con las herramientas que entonces estaban al alcance, era la mejor estrategia.
Siguiendo las normas diseñadas por la Consejería de Sanidad, toda la actividad asistencial y quirúrgica no urgente se canceló y en los centros de salud de Atención Primaria se primó la atención telefónica. Ellos fueron los encargados de valorar la sintomatología de unos avilesinos que pasaron su enfermedad, fuera la que fuera.
El blindaje físico de los centros fue estricto. En el Hospital San Agustín, por ejemplo, solo se atendieron consultas preferentes, primeras consultas y revisiones no demorables. Igualmente con colonoscopias, pruebas radiológicas o intervenciones quirúrgicas que no pudieran esperar.
El hospital habilitó tres plantas (la cuarta, la quinta y la sexta sur) para pacientes con coronavirus, en total 80 camas, que nunca llegaron a estar ocupadas en su totalidad, y la Unidad de Cuidados Intensivos se destinó íntegramente a esta enfermedad, aunque durante estos meses han podido habilitar una nueva unidad móvil con diecisiete plazas que les permita atender otro tipo de pacientes en caso de que más adelante sea necesario. Un hospital de campaña para el triaje en el exterior completó un dispositivo que registró 150 pacientes ingresados en planta y 18 en la UCI, de los que ya no queda ninguno.
Los profesionales trabajaron con los nervios a flor de piel, muchos de ellos resultaron contagiados, pero no fallaron. Hubo listas de voluntarios para las plantas COVID, la primera línea de batalla, y una gran capacidad de adaptación. En esta pandemia muchos colectivos tuvieron que reinventarse, caso de los celadores, que en lugar de atender las necesidades de los ingresados se convirtieron en repartidores de medicamentos a los pacientes confinados y se encargaron de trasladar a las enfermeras para realizar pruebas PCR a domicilio, o el personal de farmacia, que elaboró su propia solución hidroalcohólica. Los fisioterapeutas pasaron a hacer triaje y grabaron vídeos con ejercicios para sus pacientes, los informáticos desarrollaron consultas virtuales e instalaron sistemas de videoconferencia, en el servicio de atención al ciudadano idearon un sistema para hacer llegar cartas y mensajes de apoyo a los pacientes ingresados y colaboraron con los centros escolares.
Por su parte, la Fundación Hospital Avilés creó un grupo específico de trabajo, el Grupo COVID, con 37 trabajadores, y habilitó un ala aislada con entrada independiente y personal específico para los pacientes geriátricos que atendió 55 casos, la mayoría llegados a principios de abril, aunque los primeros ingresos tuvieron lugar el jueves 26 de marzo, derivados de las áreas sanitarias I y III. En la memoria colectiva queda la primera alta, el de una gijonesa de 87 años que superó una enfermedad que provocó nueve muertes en este centro, un 16% del total, todas ellas en personas con patologías previas graves. También creó una unidad de convalecencia que se vieron en la necesidad de organizar para la total recuperación de los pacientes.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.