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Hace tres años, un grave problema de salud provocó un giro en la vida de José Antonio González Fernández. Si bien, este vecino de La Rocica no suponía que llegará a la actual situación que él denomina «desesperada». Desde hace veintinueve días sólo puede ir ... de su piso, un bajo en el número seis de la calle Avilés, en los edificios de Las Estrellas, a los escalones que, como frontera, limitan su espacio vital. Atrapado por barreras arquitectónicas, confía en volver a disfrutar de los derechos de movilidad que tienen todos los españoles.
Su particular infierno comenzó hace tres años, cuando después de un largo ingreso hospitalario quedó en silla de ruedas, además de estar a punto de perder ambas piernas. «Cuando vi la situación, avisé al administrador del edificio para que tomase las medidas oportunas», recuerda.
José Antonio González vive con su marido, José Linde, en el número seis de la calle Avilés. La propiedad privada comienza en el límite de la calle, con tres escalones que llevan a un camino irregular de losas, y otro escalón para acceder a un portal y, con más escalones, llegar a su vivienda. Al regresar del ingreso todo seguía igual que cuando se había ido. Habían pasado cinco meses.
De hecho, cuando necesita acudir a sesiones de diálisis en el Hospital Universitario San Agustín tienen que acudir el personal de dos ambulancias para lograr salir de casa. Un episodio que sucede tres veces por semana y que, poco a poco, ha minado el espíritu de González hasta el punto de necesitar atención especializada.
«Hace un mes nos pusieron una plataforma en el portal», asegura. El equipo, aunque se encuentra homologado por el Ministerio de Industria para salvar escaleras, vulnera un principio básico en la eliminación de barreras arquitectónicas como es que la persona con discapacidad disponga de plena autonomía.
En este caso, a duras penas José Linde logra maniobrar y dar las vueltas necesarias para llegar a la calle. Después del primer escalón, empieza el verdadero infierno.
La sucesión de losetas y piedras rotas afecta a la silla que ya se ha roto cinco veces. Las tres primeras fueron asumidas por la garantía, pero ahora está en pelea con la comunidad.
La salida con menos barreras hacia la calle Avilés pasa por terrenos del edificio número cuatro, pero, desde hace un mes, obras de mantenimiento le han bloqueado el paso. La administración de propietarios de su edificio confirmó que espera que el próximo verano comiencen las obras de eliminación de barreras aprobadas por la comunidad.
Pero, según lo debatido, éstas se limitarán a acondicionar el camino hacia el número cuatro, donde José Antonio se verá condicionado por las posibles obras y los tramos en mal estado que debe atravesar. Con todo, lo más duro para González ha sido la incomprensión de los vecinos, las barreras mentales que, de manera sistemática, le niegan sus derechos humanos.
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