Rosa Fuentes
Domingo, 8 de diciembre 2024, 01:00
Estancias luminosas de techos altos con unas ventanas listas para dejar volar lo que haga falta son testigos directos del trasiego de los dramas personales que a diario recorren el centro de Amigos contra la droga en busca de ayuda. La encuentran tras cruzar la ... puerta. Son mujeres y hombres portadores de destrozos que el consumo de alcohol y drogas va dejando amontonados en sus cuerpos. El tratamiento es diferente para cada uno y el objetivo siempre es el mismo: evitar la recaída.
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«Yo tenía una vida más o menos normal, y con 24 años me iba a casar, pero encontré a mi novia con otro hombre en la cama, lo que desencajó toda mi vida. Así que decidí salir a pasármelo bien, hasta que me pasé de rosca», cuenta Santi. Llegó por primera vez a esta casa en 2018, recién salido de prisión donde estuvo dos años por robar cobre «para comprar droga». Después se trasladó a Valladolid por un empleo. «Estaba a la espera de que me hicieran un contrato fijo, pero coincidió con el encierro en casa por la pandemia y me quedé sin trabajo. Ahí vino la primera recaída fuerte.
Está mentalizado de que «esto es para toda la vida» y por eso «no me desvinculé del centro y estuve en seguimiento después del tratamiento». Este verano pasado volvieron los problemas. «No tuve una recaída propiamente dicha, pero sí algún consumo» por lo que vuelve a estar en sus manos, porque «lo importante no es pensar que vas a estar bien toda la vida sino el pensar que aunque vuelvas a tener problemas no sean tan grandes como para perder todo lo que conseguiste». Su gran objetivo es «mantener la abstinencia y que esto no vaya a más, pararla a tiempo».
Sergio nació en Avilés hace 48 años y es politoxicómano. Empezó a tontear con las drogas en plena adolescencia y se apuntó a venderla. Antes de los 20 años ya estaba en la cárcel, donde pasó «muchos años, muchos», por hacer «un poco de todo, un popurrí». Los primeros años en prisión fueron «muy duros», pero luego «retomé el camino terapéutico» y con los años empezó a trabajar en la calle hasta que llegó la recaída que es «muy dura», después de cinco años «limpio».
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Problemas de pareja y laborales le llevaron a acercarse a su antiguo círculo y volvió al consumo de hachís. «Ahora estoy bien, sin nada pendiente con la justicia, y tomé la decisión por mi propio pie de dejarlo todo porque noté que iba otra vez a meterme en el pozo». Tiene tres hijos y dos nietas, su «gran apoyo».
Una mujer atraviesa el pasillo con media sonrisa temblorosa y no quiere que ni siquiera se escriba su nombre. El miedo sale de sus ojos como también saltan sus lágrimas; el drama la envuelve y hablar le relaja.
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Con numerosas recaídas, la suya es una historia de alcohol que mantiene en vilo la custodia de su hija. «Tomaba tres botellas de vino al día, y la última vez terminé en el hospital, casi muerta». Ahora mantiene la esperanza y espera tener «la suficiente fuerza para luchar contra este fantasma, salir a adelante y no volver a caer».
También el alcohol es la atadura de Yoli desde los trece años, y el culpable de múltiples intentos de suicidio. «Empecé con la tontería a beber con las amigas y ahora acabé así, las 24 horas borracha». Le dijeron «para» muchas veces «y no hice caso». Está convencida de que «esta vez es la última porque tengo ayuda».
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David es diferente. Piensa que el suyo es un caso perdido y asegura que «estaré así toda la vida».
Amigos contra la droga atiende a 60 personas y, de momento, no tiene sitio para más.
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