Alberto Rendueles
Lunes, 3 de febrero 2025, 11:26
Aquel fatídico 22 de julio de 1989 se perdió en el Pozo Samuño, de Hunosa, la vida de un hombre que fue toda una leyenda del Club Deportivo Ensidesa y que siempre mantuvo intacta su vinculación con sus raíces sotrondinas: José Antonio González Vallina. Un jugador inolvidable del equipo siderúrgico que casualmente sufrió un accidente mortal en el otro gran sector económico asturiano, la mina, tras defender los últimos años los colores del Unión Popular de Langreo, no sin antes haber marcado época con sus compañeros granates Quirós y Esteban.
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El bueno de Vallina había llegado al Ensidesa en el verano de la temporada 71-72, procedente del San Martín, de Sotrondio, precisamente para ponerse a las órdenes de una leyenda del balompié nacional como fue Marcelo Campanal, a quien el presidente Juan Muro de Zaro había encomendado el impulso de un nuevo y ambicioso proyecto para el club.
El portento físico de nuestro protagonista no pasó desapercibido para Campanal, todo un amante de la formación atlética de los jugadores. Y a pesar de ser un defensa, Marcelo llegó incluso a alinearlo de delantero centro en un partido en Turón, con gol incluido en su haber. Pero su verdadero rendimiento llegaba con Quirós y Esteban en la retaguardia, y ahí era donde se sentía más cómodo.
Pronto se ganó el favor del público del Santa Bárbara, ya que sus carreras por la banda derecha alentaba a los aficionados siderúrgicos, sabedores de que cada internada profunda y centro final era una ocasión clara de gol para sus compañeros. Y no digamos los marcajes a los extremos izquierdas rivales, a los que literalmente secaba sobre el terreno de juego.
Dueño y señor de su banda, fue uno de los principales baluartes de aquel histórico ascenso a Segunda División A de la temporada 74-75 de un Club Deportivo Ensidesa que dirigía Toni Cuervo y que la afición conocía de memoria su equipo titular: Lombardía; Vallina, Quirós, Esteban; Raya, Miguel Ángel; Sancayetano, Novo, Teca, Luis Gabriel y Javi. Con buena parte de este bloque jugaría en la división de plata, en la única campaña suya y de los siderúrgicos en ella, y a punto estuvo de permanecer un año más si no fuera por el postrero gol de Jorge Valdano para el Alavés en la última jornada liguera que apeaba a las huestes de Toni Cuervo.
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Continuó formando en la defensa de Santa Bárbara hasta el verano de 1979, en Segunda B y, como no, como titular indiscutible. No en vano era una pieza esencial del conjunto siderúrgico, del que bien pudo haber fichado por equipos de superior categoría. Ya con treinta y un años, regresó a la Cuenca Minera para incorporarse al Unión Popular de Langreo y defender sus colores por cuatro temporadas más, antes de retirarse en 1984.
Un club, el blaugrana, en el que mantuvo dos de sus principales costumbres que tuvo en el Ensidesa. A Vallina no le gustaba que le hablasen de las características del rival o del hombre que tenía que cubrir porque decía que le ponía nervioso; y en invierno tenía un petición especial cual era la de que le trajesen una estufa en la que poder calentar sus pies antes de los partidos. Detalles que acababa agradecimiento con un rendimiento incansable y fructífero sobre los terrenos de juego que pisaba.
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Fin en la mina
El técnico blaugrana, Noval, le animó a entrar en la mina, como salida laboral tras su fin de etapa balompédica. Empleado de la empresa Hunosa, fue asignado al Pozo San Luis, donde ejercía labores de oficial primera mecánico de interior. Allí trabajó hasta el 22 de julio de 1989 cuando la empresa le requirió para reparar, de madrugada, una máquina paleadora de otro pozo, el Samuño, ubicado en la cuenca del Nalón.
A pesar de haber trabajado en el suyo, en el turno de mañana, acudió –en contra de la opinión de su esposa– a ayudar a sus compañeros, con un fatal desenlace. En el momento que intentaba desatascar la máquina se produjo un rebote que le impactó en el abdomen y le ocasionó la muerte instantánea. Un fallecimiento que causó un hondo pesar en todas las cuencas mineras, ya que Vallina era un hombre muy apreciado, tanto por su pundonor como por su humanidad.
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Y no menos dolor causó en Avilés, donde sus antiguos compañeros, presa del dolor, no dudaron en darle un último adiós en su funeral y entierro en Sotrondio, donde residía. Con él se fue un jugador legendario, de los más llamativos que se vieron en el ámbito balompédico avilesino en su ya centenaria historia.
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