Pocas veces cuarenta metros cuadrados fueron tan rentables. Y tan cómodos, a pesar de sus tres mesas y las estrecheces cuando, a partir de las ocho y media de la tarde, se alcanza la hora punta y hay que recolocarse como en un tetris para dejar pasar a la camarera o a otro cliente al baño. Entonces uno se pregunta qué tiene ese local que ha fidelizado a tantos avilesinos. En primer lugar, lo tiene a él, a Mario, y, en segundo, una forma de llevar un negocio que no puede concebir de otra manera. Porque si no vas al trabajo con la intención de agradar y disfrutar, entonces lo mejor sería cambiar de profesión. Algo que Mario José Fernández Sampedro, ni se plantea tras casi 32 años al frente de un café en el que los piropos a sus clientes se suceden independientemente del sexo, la edad o del aprecio por la verdad.
Cuando llegó la orden de bajar la persiana aquel 14 de marzo, no hubo pataleta o, si la hubo, no la recuerda. Tocó hacerlo y volcarse en esas tareas pendientes que siempre hay en el domicilio particular. Pero uno acaba cansando de todo y ya tenía ganas de reencontrarse con su parroquia. Es cierto que «tuve miedo al principio» y no se atrevió a dar el paso el primer lunes de desescalada. Una vez vencido el temor inicial, se alegra infinitamente de estar otra vez en funcionamiento. «En casa ya estaba agobiado», reconoce mientras trata de acomodar a los habituales que ahora se asoman y piden el café para llevar incapaces de encontrar sitio.
«Tengo menos mesas de las que tenía, pero uno solo acaba deslomado. La semana que viene la empleada ya sale del ERTE y podremos trabajar de forma más desahogada. En cualquier caso, veo a la gente concienciada. Se dan cuenta de la situación y entienden que puedes tardar en servir. Sí hay una cosa curiosa: antes nunca me dejaban propina porque era el jefe y ahora sí, debe ser que a la gente le doy pena», se sincera. Será que no hace falta empatizar demasiado para darse cuenta de que dos meses sin ingresos y con los gastos en marcha son un agujero en cualquier economía.
En cualquier caso, eso ya es agua pasada, o al menos todo el mundo quiere que lo sea, y en el Café de Mario no se lloran penas, en todo caso se relativizan y superan. Una máxima no escrita que se cumple a rajatabla.
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