A la puerta del local que regenta desde que cerró el Robles. MARIETA LVA LVA

El hostelero formado en el Robles

Experiencia. Pinche y encargado en la mítica cafetería de Doctor Graíño, se trasladó al Alvi cuando cerró y ahora ya prepara su jubilación, que llegará en octubre

Domingo, 23 de junio 2024, 02:00

El ajetreo de mudanzas que vivió en su infancia lo ha contrarrestado José Martín Azabal (Rubiaco, Cáceres, 1959) con una estabilidad laboral que lo asentó primero como encargado de la cafetería Robles y después al frente del Alvi, del que se despedirá en octubre.

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En ... Rubiaco en realidad solo vino al mundo porque a los seis meses ya estaba con la familia en Ferralgo, en San Miguel de Quiloño. Su padre había encontrado trabajo en la siderurgia y las perspectivas en la comarca avilesina eran más halagüeñas que en Las Hurdes. De San Miguel de Quiloño se trasladaron a Pillarno y, al año siguiente, toda la familia emigró a Lourdes y Tarbes. Con aquellos años el cambio fue terrible para José, que sentía la discriminación que españoles y portugueses generaban en los franceses. Era el miedo a lo desconocido porque en cuanto vieron que la familia llegaba con trabajo, la integración fue más fácil.

Con sus primeros sueldos se compró una motocicleta.
Recién terminado el servicio militar.
Con chaleco y pajarita, en el Robles.

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Tras unos seis años regresaron y tan pronto cumplió quince años su padre lo empujó a trabajar porque no quería vagos en casa. Una frase que nunca ha pasado de moda.

Su primer trabajo, tan solo por seis meses, fue en el Fam's. No tenía experiencia y en aquel restaurante había que ser rápido y diestro. El 20 de noviembre de 1975 fue el último día que trabajó y a los pocos días, por mediación de una hermana del dueño que era vecina de La Laguna, José entró en la cafetería Los Robles como pinche. En esta cafetería que ha formado parte de la historia de Avilés ha pasado José la mayor parte de su vida laboral. Sita en la calle del Doctor Graíño, tenía una clientela elegante a la que le gustaba un local bien atendido y surtido que, como bien recuerda Jose, tenía barra alta y baja y XXX mesas. En alguna ocasión incluso dio bodas en la planta inferior, ya que de aquella solo estaban el Fam's y el Félix.

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El Robles funcionó a pleno rendimiento durante años, transformándose solo lo necesario para adaptarse a una sociedad y un público fiel que iba incorporando a nuevas generaciones. Y José se convirtió en el encargado de una plantilla que llegó a estar formada por ocho camareros y tres personas en cocina, más la dueña que también echaba una mano. En fechas como carnaval o San Agustín los turnos podían alargarse hasta enlazar con el siguiente y las cajas podían alcanzar los seis dígitos.

Pero en 2006 cerró y a José le ofrecieron coger el Alvi, un local del mismo dueño, pero de muy diferentes características. Mucho más pequeño y más enfocado a una consumición rápida que a las largas estancias que podían darse en el Robles, José ha logrado fidelizar a una clientela que apreció el cambio de ambiente del local y sobre todo la profesionalidad y seriedad de un camarero que ha pasado más horas en el Robles y el Alvi que en su propia casa.

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Le gusta su profesión, pero echa de menos tener algo más de tiempo libre para pequeños placeres que ha ido postergando, como caminar por el monte o arreglar la casa de 'arriba', que es la familiar de La Laguna donde seguramente sea fácil verle a partir de octubre.

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