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C. DEL RÍO
AVILÉS.
Viernes, 19 de febrero 2021, 00:32
Emilia Fernández Cueli no tenía ni idea de la sorpresa que la esperaba ayer. Podía contar con una tarta con velas por su 96 cumpleaños, pero ni siquiera imaginar que recibiría una medalla de reconocimiento del gobierno ruso por haber sido una 'niña de la guerra' y, como tal, haber contribuido con el país. Estupenda física y mentalmente, Emilia bromeaba con la falta de carmín en los labios para la fotografía mientras recordaba los veinte años que pasó en un país en el que conoció primero la prosperidad y después una guerra y el cerco de su ciudad, Leningrado (hoy, San Petersburgo) durante casi tres años. Novecientos días, para ser exactos.
Fue Paco Lago, tesorero de la Asociación Niños de la Guerra, quien le entregó la medalla grabada con su nombre y un diploma que ella recibió agradecida y con mucho humor. «¡Qué pena! Yo estaba esperando rublos», espetó divertida. Tantos años después, el tiempo ha tamizado las penurias de una estancia que se preveía temporal y que, en su caso, se alargó de 1937 a 1957.
Natural del barrio gijonés de Pumarín y la segunda de ocho hermanos, quiso ir a Rusia cuando se presentó la oportunidad. Era una cría de doce años a la que le encantaba bailar y cantar y a la que su profesora había convencido de las bondades de alejarse durante unos meses de la Guerra Civil (1936-1939) que desangraba a España en un país que cultivaba las artes. Creían que el conflicto armado se iba a resolver en tan solo unos meses...
Unos 1.500 niños, con edades comprendidas entre los tres y los quince años, partieron de noche del puerto de El Musel en el barco Deringuerina. En Rusia eran acomodados en casas de acogida con otros españoles y los educaban en su idioma natal. De 1937 a 1941 vivieron bien. Muy bien, de hecho. Hasta que se declaró la II Guerra Mundial (1939-1945). En 1941 se disputó la Batalla de Moscú, que duraría un año, y se cercó Leningrado. Ahí fue cuando comenzaron las penurias para todos los habitantes de la ciudad. «¡Cuánta gente murió allí de hambre!», rememoró ayer Emilia, que conoció de cerca lo que significa el azar en una guerra. Contaba Lago una de sus anécdotas: cuando por fin pudieron salir de la ciudad, en una de las largas marchas a pie, Emilia se separó del grupo para orinar y, justo en ese momento, una bomba se llevó por delante a la mayor parte de las personas que integraban la columna.
Por eso Emilia, a sus 96 años, se confesaba ayer «afortunada» por todo lo vivido, pero sobre todo por haber podido regresar y reencontrarse con la prosperidad.
Las medallas fueron enviadas desde Rusia a la Asociación Niños de la Guerra, una entidad nacional con sede en Gijón que mantiene contacto con la embajada rusa en España y con el Centro Español en Moscú. Presidida por Tatiana Vázquez, su objetivo es «perpetuar la memoria de los 'niños de la guerra' y recopilar libros, tesis doctorales y todo el material que ayude a explicar el porqué y el cómo», indicó Lago.
Ya van quedando menos 'niños de la guerra' como Emilia, pero quedan sus descendientes, nacidos allí y partícipes de sus vivencias y recuerdos. «Muchos de los españoles que llegaron allí, se imbuyeron de espíritu patriótico del país que les había acogido y lucharon en sus filas. Murieron la mayoría, pero ahora el gobierno ruso quiere reconocerlo. Emilia no luchó, pero formó parte de esa historia. De hecho, dos de sus hermanas quedaron allí», explicó.
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