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EVA HERNÁNDEZ
AVILÉS.
Sábado, 23 de abril 2022, 01:36
La psicóloga Paula Marín inauguraba ayer la primera de las tres sesiones que tienen lugar en el edificio La Noria del Ferrera, el sitio constituido como espacio de Bienestar Emocional Prevención y Autocuidado (BEPA). Bajo el título de 'Formemos equipo en familia', este primer ... encuentro estaba dirigido a los padres y a los cuidadores con el fin de dar claves en el proceso de aprender a gestionar las emociones de sus hijos, y a él acudieron 25 progenitores.
Antes de comenzar la sesión, Marín recalcaba la importancia de «crear estos espacios seguros para que los padres o cuidadores sepan tener las herramientas y aprendan a gestionar los problemas y emociones de sus hijos». No solo por el aprendizaje, sino porque también sabía que «simplemente sentirte entendido te da un componente de acompañamiento y de ver que no estás solo ante un problema».
La pandemia supuso un punto de inflexión en la salud mental de los infantes y adolescentes. «Tras estos dos años, han subido en un 50% las llamadas a psicólogos y psiquiatras de menores, además de los ingresos», decía Marín. El problema de esta subida dentro de este incremento podía deberse a «la incertidumbre o la precariedad», entre otras cuestiones. Algo que en muchas ocasiones hace que «las familias a veces no logren entender a los chavales y viceversa, por eso es importante que los padres o cuidadores tengan las herramientas y recursos para saber manejar ciertas situaciones y saber cómo derivarlo», explicaba la psicóloga. «En muchas ocasiones en temas de salud mental no se sabe dónde acudir, y eso tenemos que cambiarlo».
Marín achacaba el origen de no saber cómo actuar a que «las familias nunca han tenido una educación emocional de ningún tipo» y veía un claro cambio generacional respecto a la visión de la salud mental, «ahora son los adolescentes los que demandan ayuda psicológica y los padres los que no lo creen necesario, hay que cambiar este estigma porque muchas veces se cree que son cosas de niños y no es así», apoyaba, y ve necesario «que se implante desde primaria una asignatura de educación emocional dada por profesionales, porque aunque acudamos a dar charlas a institutos y colegios muchas veces esto no es suficiente».
Trazar el puente de la comunicación entre las dos generaciones no era un camino fácil en muchas de las ocasiones, Marín no dudaba en decir qué era lo más importante a la hora de asentar las bases de este acercamiento: «para que los hijos estén bien, que es algo que siempre digo en terapia, tenemos que estar nosotros bien, el contagio emocional existe, y yo puedo hacerlo lo mejor que pueda, pero si estoy mal o si estoy todo el rato gritando o con comportamientos violentos, al final los niños y las niñas se van a quedar con eso». Después de ello el camino a seguir era el siguiente: «Tenemos que aprender a estar en calma, a dar seguridad, generar apoyo, validación, aprender a escuchar y entender que somos personas y que ellos también lo son», haciendo que los infantes y adolescentes aprendan que son «un apoyo seguro».
Sobre los problemas que más preocupaban a las familias, Marín no duda: «los móviles». Justificaba su respuesta atendiendo a «la adicción a los teléfonos está causando ataques de ira cuando se les quitan, ver vidas perfectas que hacen a los adolescentes sentir menos y sobre todo el bullying y el acoso por redes sociales». Sobre este último punto, Marín insistía en que «los niños tienen que saber que pueden contar todo, aunque no quieran contarlo, en casa, pero que sean capaces de pedir ayuda a sus padres para acudir a un profesional porque con eso ya hacemos mucho».
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