C. DEL RÍO
Miércoles, 19 de febrero 2020, 01:51
Dice Marisa Oropesa que Francisco de Goya fue el mejor de los grabadores españoles, pero a Pablo Picasso le avala su habilidad para dominar toda aquella técnica artística que se le puso por delante y una pródiga producción. Buena muestra de ello son los 'Grabados eternos', la exposición que mañana se inaugurará en la cúpula del Centro Niemeyer y de la que ella es comisaria, que recogen más de un centenar de ellos. Un préstamo de la Fundación Mapfre que permitirá a avilesinos y visitantes conocer de cerca una de las áreas de trabajo del que quizás sea el artista multidisciplinar más importante del siglo XX.
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Siguiendo de cerca el montaje, Oropesa dedica apenas unos minutos a explicar el recorrido de una obra que corre pareja al momento vital del artista. No exento de complicación, la comisaria reconoce la cúpula como una «espacio muy difícil» para colgar la muestra. «Por las curvas y la iluminación, el montaje es casi un reto, aún así es un lujo contar con esta sala para exponer», asegura.
El grueso de 'Grabados eternos' está integrado por la 'Suite Vollard' (1930-1937), con 97 grabados de Picasso y tres de Ambroise Vollard, su marchante y que «recogen un momento muy particular de su vida». Los expertos dividen esta serie en siete grupos temáticos: El taller del escultor, El Minotauro, El Minotauro ciego, Rembrandt, La batalla del amor, temas varios y los tres grabados de Ambroise Vollard. «El Minotauro representa una época muy importante de su vida, un momento convulso por su separación matrimonial y el nacimiento de su hijo con otra mujer. Lo grabó justo tras acabar la 'Suite Vollard'», explica.
'El entierro del Conde de Orgaz' consta de trece grabados que son parte de una colección que Picasso publicó como una última declaración de amor a la tradición pictórica española y con un poema a modo de prólogo de su amigo Rafael Alberti.
'Les Cavaliers d'Ombre' ilustra el libro de Geneviève Laporte, compuesto por poemas escritos entre 1951 y 1953.
Pablo Diego José Ruiz Picasso (Málaga, 1881 - Mougins, 1973) cultivó su facilidad para el dibujo desde la más tierna infancia bajo la tutela de su padre, pintor y profesor. A los quince años instaló su primer taller en Barcelona y enseguida comenzó a recibir premios y medallas. Su traslado a París le permitió contactar con las corrientes europeas, a las que él contribuyó iniciando las líneas maestras del cubismo, que en su momento constituyó todo un escándalo.
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