José Manuel Feito era un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra, como diría Machado, y era un hombre sabio y, como todos los sabios, más interesado en aprender que en dar lecciones. Experto en muy diversos asuntos, no había nada que no ... le interesara. Y ese hombre bueno y sabio era además poeta, esto es, alguien capaz de emplear las mejores palabras en el mejor orden: «No muere quien habita para siempre / el corazón de los que le han amado».
Publicidad
En los años setenta coincidí con él en la tertulia Jueves literarios, que comenzó a reunirse en torno a la figura de Ana de Valle y que se manifestaba semanalmente en las páginas de LAVOZ. José Manuel Feito y la poeta Marian Suárez, tan fraternalmente disímiles, compartían el liderazgo en un grupo en el que eran figuras destacadas Eugenio Bueno y Herme G. Donis. Víctor Botas y yo éramos figuras disidentes, y algo díscolas, en aquella benemérita tertulia que trajo a Avilés a las figuras más destacadas de la literatura del momento, de Luis Rosales a José Hierro o Juan Benet.
Años más tarde acabaríamos coincidiendo todos los sábados a la hora de la comida. Él vivía en Miranda, pero le gustaba bajar regularmente a la villa para saludar a unos y a otros; yo, volvía, y sigo volviendo, todos los sábados a Avilés. ¿De qué hablábamos en esas comidas semanales? De todo lo humano y lo divino, según la expresión habitual, pero especialmente de lo segundo, esto es, de teología. Muy a menudo llevaba dobladas en el bolsillo de la chaqueta las cuartillas del sermón del domingo siguiente y me las daba a leer a ver qué me parecían.
Yo, descreído y burlón, comenzaba la lectura con un cierto aire de superioridad y siempre acababa admirado. José Manuel Feito no era un clérigo al uso, no hablaba solo para los distraídos asistentes a su misa dominical, hablaba para todos y a las habituales citas evangélicas añadía las de los más varios escritores y pensadores, de Unamuno a Pascal, de Dostoyevski a Heidegger.
Muchas de esas citas eran sorprendentemente originales y yo, que tengo la costumbre de ponerlo todo en cuestión, se las discutía. «¿Pero dónde ha dicho tal cosa Ortega?», «Esa frase no me parece de Nietzsche», «¿Platón afirmó eso?» Y él, sonriendo, sacaba el teléfono y se ponía a buscar la cita exacta, que casi siempre era como él decía y no como yo la recordaba.
Publicidad
Yo leía sus sermones, que estaban llenos de literatura, y él hojeaba la reseña que desde hace años publico en este periódico. A menudo despertaba su interés por algún libro, pero otras veces los versos que yo citaba –y que él leía en voz alta para subrayar su prosaísmo– no le parecían poesía. No acababa de gustarle el verso libre o libérrimo de ciertos poetas actuales. La métrica tradicional y la rima seguían siendo para él parte esencial de la poesía.
Con pocas personas he discrepado tanto y tan a gusto, pocas han tenido tanta paciencia conmigo: no solo le discutía su interpretación de una frase de Unamuno, también alguna cita evangélica. Él entonces sacaba el teléfono y me mostraba la cita en el griego original y en el latín de la Vulgata. Y casi siempre tenía razón, casi siempre.
Publicidad
Tardaré en encontrar un interlocutor al que me unan curiosidades y tantas fértiles discrepancias. A veces no encontraba el texto adecuado para fundamentar sus afirmaciones y a la noche me llegaba un correo suyo con una página de San Agustín o de Palacio Valdés o de Mauriac.
Estoy seguro de que, si en el cielo hay wifi, seguirá leyendo los periódicos, aunque sea en versión digital, y cualquier día de esto recibiré un correo suyo con el que no estaré de acuerdo, según mi costumbre, y seguiremos debatiendo por toda la eternidad.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.