Ver fotos

El párroco Francisco Javier Panizo ofició una misa al aire libre en el cementerio de La Carriona. ARNALDO GARCÍA

Canto a la vida en el día de Todos los Santos

La Carriona. Miles de personas se congregan en el cementerio local para honrar y recordar a sus difuntos en una jornada marcada por el calor y la ausencia de incidentes

BORJA PINO

Miércoles, 2 de noviembre 2022, 01:33

Muchas veces, a lo largo de los tiempos, ha surgido la duda de cuál es la fuerza más poderosa que impulsa las decisiones humanas: el odio o el amor. Y, aunque no hay una solución sencilla a tan compleja pregunta, días como el de Todos ... los Santos parecen confirmar el triunfo por goleada de la segunda opción. Porque ni el sol de justicia, ni el calor abrasador, disuadieron ayer a los miles de personas que se congregaron en el cementerio de La Carriona para reencontrarse con aquellos de los suyos que quedaron atrás, y compartir, aun en su ausencia física, unos instantes en su compañía.

Publicidad

El tránsito fue constante todo el lunes, si bien el grueso de las visitas se registró, como no podía ser de otro modo, mediada la mañana. Subdividida en unidades familiares, en grupos de amigos, acompañados de sus parejas o en solitario, la legión de peregrinos, devoto o no de la fe cristiana, rodearon tumbas y nichos, depositando ofrendas y, con tan sencillos gestos, tratando de devolver la presencia entre los vivos de quienes ya no están.

En días como el de ayer la tradición manda, y la vasta superficie del camposanto volvió a cubrirse con un manto multicolor de motivos florales. En forma de ramos o coronas, plantados en macetas o formando elaborados ornamentos, lirios, rosas y crisantemos, sin obviar el insustituible clavel rojo, se hicieron amos y señores del lugar. Y tampoco faltaron acciones menos ortodoxas, como la de una mujer de edad avanzada que depositó ante la tumba de un familiar un cuenco lleno de leche fresca.

Con el manto multicolor de flores coexistieron ofrendas menos usuales, como cuencos con leche fresca ante las tumbas

Muchas de esas personas pasaron las jornadas anteriores adecentando las sepulturas de sus seres queridos. Es el caso de la familia Gabarre, el más joven de cuyos miembros, Víctor, reconocía ayer que «nos pasamos todo el domingo limpiándolas. Lo he mamado desde niño, y cualquiera que sea persona debería transmitirlo de padres a hijos». Eso sí, dispersas aquí y allá quedaron pruebas palpables de ese afán, en forma de garrafas de lejía vacías y algunas bayetas abandonadas.

Publicidad

Fue una velada para el recuerdo de los muertos, desde luego, pero también para el reencuentro con los vivos. Familiares separados por kilómetros de distancia e imperativos mayores, amigos y allegados distanciados durante meses... Alrededor de las tumbas y nichos fue posible presenciar no pocas de tales reuniones, aderezadas con risas escuetas, anécdotas varias y breves puestas al día, siempre respetuosas con la solemnidad del momento.

No obstante, cualquier otra expresión, de alegría o de tristeza, quedó eclipsada por el ensordecedor estruendo del silencio. «Cuando estoy aquí, es como que les escucho, aunque lleven años sin estar; no me hace falta hablar para que me cuenten cosas», confesaba, tímida y sincera a un tiempo, Elvira Laredo, encargada de velar por el bienestar de cuatro sepulturas de La Carriona; las mismas que sirven de última morada a sus padres y a su marido.

Publicidad

A ese cariño infinito, que ni la muerte puede erosionar, hizo mención en su responso al aire libre Francisco Javier Panizo, párroco de La Carriona. Asistido por el diácono Alfredo Jesús García y por el acólito Fernando Suárez, el clérigo, que no eludió referirse a los tiempos de la covid, «cuando no fue posible despedirse de los difuntos», animó a «no olvidar nunca a quienes han hecho que nuestra vida valga la pena». E instó «a tener valentía, entereza y un inmenso amor».

Mientras las masas abandonaban el camposanto, una vez concluido el oficio, el sabor de boca general era positivo. Sin atascos de tráfico ni incidentes, gracias al control de la Policía Local, la salida del recinto se hizo con orden y fluidez, devolviendo la quietud al camposanto avilesino. Solo unos pocos «Ahora es cuando me gusta quedarme, cuando todos se han ido», manifestaba Claudio Melgar, llegado de Palencia para visitar la tumba de su madre. «Así puedo quedarme a solas con ella».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad